Para el sector turístico, abril es el mes de los balances, es decir, de contar cosas. Los empresarios cuentan los más de 1.000 millones de dólares que dejó el turismo. Aquellos que lavaron platos, llenaron heladeras, tendieron camas o fajinaron copas, y que ahora se quedaron sin trabajo, cuentan con unas ganas bárbaras de ver a la ministra de Turismo, Liliam Kechichián, pelando papas 14 horas por día antes de salir orgullosa a contar que vinieron un millón y medio de turistas, así entiende de qué se trata una “temporada exitosa”. Y también cuentan cuáles fueron los temas de los que más hablaron los turistas. De eso trata el siguiente informe.

De lo amable que somos los uruguayos

Al turista porteño que viene por primera vez a nuestro país le asombra que los autos paren en las cebras cuando está cruzando la calle en lugar de que lo pasen por arriba. Sabido es que, en su país, el porteño motorizado está deseando que cambie la luz del semáforo mientras una viejita intenta cruzar la calle para poder pisarla u obligarla a correr como no lo hacía desde su adolescencia. El asombro es superior en lugares del interior como Colonia del Sacramento, por ejemplo, donde los autos ceden el paso a todos los peatones y en todas las esquinas, allende la existencia o no de la cebra. “¡Qué amables que son los uruguashosss!”, repiten los porteños una y otra vez. Una pena que no sea una actitud recíproca. ¿Nunca vieron a un canario de Colonia en Buenos Aires, tratando de cruzar la 9 de Julio a la altura del Obelisco, tomando mate, cuando ve que un montón de autos que parecen poseídos por el demonio se le vienen arriba?

De dónde se consigue marihuana

Así sean húngaros, chilenos, estones, lituanos, letones, lusitanos o bretones, todos los turistas creen que en el Uruguay crecen arbustos de marihuana silvestres en las plazas y los bulevares, y los cogollos caen al piso cuales coquitos de los árboles. Lo primero que hacen al pisar nuestro país es abordar a algún nativo para preguntar “dónde se consigue marihuana”. Siempre terminan en manos de algún rasta que anda desayunando una cajita de Santa Teresa a las 12 del mediodía y que les termina vendiendo un armado de orégano a 100 dólares, cosa que a los turistas no parece molestarles en lo más mínimo, ya que la sola sensación de estar drogándose al aire libre, aunque sea con orégano, pero en Uruguay, los hace felices. Y bajo los efectos del orégano terminan comprando remeras, pegotines o imanes con la cara de Mujica en esos lugares de souvenirs donde venden delantales que dicen “Un aplauso para el asador”, remeras para pendejos que dicen “0800 abuelos” o tazas con la imagen de la Calle de los Suspiros que dicen “Colonia del Sacramento” con un pegotín en el culo que reza “Made in China”.

De lo caro que está el Uruguay

Cuatro franceses se sientan en un restaurante de algún punto turístico de nuestro país, piden sin preguntar los precios y cuando viene la cuenta se quejan de que está igual de caro que en París. Nadie sabe por qué no se quedan en París y lo que se ahorran en pasajes se lo gastan todo allá en miniaturas de pescado y cerveza. Con lo lindo que debe de ser París. Los argentinos son un caso aparte. Durante el gobierno de Cristina Fernández, el cambio de moneda no favorecía a los turistas de la vecina orilla, de modo que los que venían se arrancaban los pelos de las bolas o vaginas cuando veían los precios de una cerveza, un pan o un kilo de papas. Sin embargo, desde que asumió Mauricio Macri y los precios de allá se fueron al carajo, los turistas argentinos gastan más, con el cambio de moneda todavía más en contra que antes, y sin arrancar los pelos de sus bolas o vaginas. Claro, están de vacaciones. Se los arrancan cuando vuelven a su país.

De qué opinamos del Pepe Mujica

Todos, absolutamente todos los turistas, quieren saber qué nos parece el ex presidente. “Maestro, ¿qué opinás de Mujica? Ojalá nosotros tuviéramos políticos como el Pepe, cheee”, se escuchó decir a más de un porteño macrista y garca (de esos que salen de vacaciones con la niñera para que los “chicos” no les den trabajo) a los ojerosos mozos que tienen las ampollas de las patas al rojo vivo de tanto ir a buscar saleros, aceiteros, mayonesa, kétchup, un poquito más de pan o unas rodajitas de limón, que nadie sabe por qué carajo no pidieron juntos de una sola vez. También lo idolatran, tras viralizarse en las redes el discurso de Mujica en la Cumbre de Río de Janeiro en 2013, músicos callejeros, mochileros y toda clase de barbudos que se sienten en la tierra prometida y se ilusionan con vivir en ese paraíso que imaginan que es Uruguay.