Históricamente las personas en situación de discapacidad hemos sido postergadas por la sociedad. Se han manejado a nivel mundial conceptos tan aberrantes como erróneos. Recién en 2008, con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, se comenzó a reconocer al colectivo como personas, y por tanto, sujetos de derecho.

Aun así, y a pesar de que se hayan creado leyes que nos amparen como sujetos de derecho, la sociedad sigue viéndonos como personas inactivas, sin proyectos ni aspiraciones. Particularmente el Estado, y muchas de las instituciones que lo integran, siguen teniendo una mirada asistencialista y caritativa de las personas en situación de discapacidad. De allí surge que algunos de los artículos que intentan aplicar son ineficientes y poco contundentes.

Me consta claramente que hay personas que trabajan arduamente en pos de una real inclusión dentro del Estado, pero aun así, y a pesar de que se han abierto puertas, seguimos estando en inferioridad de condiciones respecto de los demás.

¿Cuáles son las barreras que impiden que se apliquen los artículos que exigen que el transporte público sea accesible? ¿Cuáles son las barreras que se interponen a la hora de cumplir con una ley de medios que prevé democratizar la información para todas las personas? ¿Qué sucede con el protocolo de inclusión educativa creado en febrero de 2017 que todavía no está siendo aplicado en la totalidad de las escuelas? Sin nombrar las del interior del país. ¿Por qué las mujeres sordas no cuentan con intérpretes de lengua de señas en sus partos? ¿Por qué las personas ciegas dependen de otras para acceder a la información en bares, ómnibus, centros de estudio y de salud y trabajos? ¿Por qué las empresas privadas y públicas no reformulan sus pruebas de evaluación de ingreso para que una persona con discapacidad intelectual pueda comprenderlas? Los ejemplos son infinitos, y las excusas también.

¿Qué mecanismos aplicamos nosotros, las personas en situación de discapacidad, para revertir esto? Lamentablemente, miles de personas, principalmente en el interior del país, no cuentan con asesoramiento jurídico y desconocen las prestaciones que el Estado otorga, convirtiéndose en sujetos aislados y habilitando procesos de exclusión.

Por ello, es necesario que alcemos la voz quienes estamos dentro de ese sistema excluyente, incomodando a las autoridades y a la sociedad que nos señala para obligar a que el cumplimiento de nuestros derechos se concrete de una buena vez. Debemos utilizar los mecanismos democráticos y pacíficos que posibiliten manifestar nuestro rechazo frente a este sistema de exclusión social que se expresa constantemente en pequeñas y grandes acciones.

En los últimos tiempos hemos oído hablar de los micromachismos como pequeñas acciones que ponen a la mujer en un lugar inferior al del hombre y que estigmatizan y habilitan procesos de exclusión basados en género.

En la discapacidad sucede que los micromecanismos de exclusión son habilitados cada vez que se acepta –y se estandariza– que nosotros no podemos ingresar a ciertos lugares porque tienen escaleras, que no podemos ser parte de ciertos lugares de trabajo porque no podremos cumplir con las tareas, cuando no nos permiten ser parte de un centro de estudio porque el/la profesor/a no está capacitado/a para estudiantes “de ese estilo”, cuando no podamos comprar una vivienda en el barrio que nos gusta porque no es accesible; así, estamos habilitando –y determinando– un sistema que prioriza cierto tipo de personas sobre otras.

Aquellos que viven la realidad día a día y se enfrentan a esas barreras son conscientes de que todo ello no son más que excusas sostenidas por prejuicios, falta de empatía y, sobre todo, desconocimiento. Debemos entender que existen múltiples formas de caminar, escribir, pensar, hablar, escuchar, ver y sentir. Que la riqueza de una sociedad no está en determinar una única forma de proceder/actuar/pensar, sino que la diversidad podrá llenarnos de aprendizajes y crecimientos. Siempre y cuando nos basemos en el principio de que todos somos personas y, como tales, tenemos derechos y obligaciones. Dejemos de alimentar los micromecanismos de rechazo y fomentemos las microacciones de inclusión.

Invito a todas las personas en situación de discapacidad a tomar la palabra y reclamar en los espacios que sea posible eliminar los micromecanismos de exclusión. Alcemos la voz y rechacemos la discriminación que vivimos día a día al quedar fuera del sistema social en el cual vivimos. No esperemos –y mucho menos permitamos– que otros hablen de nosotros sin nosotros. Nuestra experiencia es más que suficiente para apuntar a transformaciones sociales que habiliten nuestra participación; debemos exponernos y reclamar, en consonancia y con puntería, para que le quepa el zapato a quien le debe entrar. La revolución se da desde el colectivo y para el colectivo.

Fiorella Buzeta integra el Espacio por la Accesibilidad, un colectivo que trabaja temas de accesibilidad y discapacidad. Integra también la Coordinadora de Usuarios del Transporte Accesible y la Coordinadora de la Marcha por la Accesibilidad. Estudia Comunicación en la universidad ORT.