Casavalle sigue vivo. Está herido, pero camina. El año pasado sucedieron las usurpaciones de viviendas, los desalojos de vecinos por clanes armados. Luego los tiroteos a toda hora, en la puerta de la escuela, en el centro cívico, en la plaza. Rumores de hordas, tomas, saqueos y violencia se difundían por redes de mensajería telefónica. El vendaval amainó en diciembre con un operativo policial de 600 efectivos que, sin disparar un tiro, se llevaron lo que buscaban. Aunque descendió la frecuencia de las ráfagas de metralla, un joven de 12 años fue herido con arma de fuego en la puerta de una escuela. Así llega siempre Casavalle a las noticias. Por el lado salvaje. Por la puntita del iceberg.
Cuando el témpano de Casavalle parecía alejarse mar adentro, el director nacional de la Policía, Mario Layera, lo trajo de vuelta. “¿Casavalle?”, preguntó el periodista Gabriel Pereyra un mes atrás. “Sigue con los mismos problemas”, respondió Layera. Dos preguntas después, el responsable de la seguridad interna del país avizoró un “escenario como El Salvador o Guatemala”, un Estado atado de pies y manos ante “pandilleros” y seguridad privada para quien la pague.
Los tiros, las pandillas, esa cosa vaga llamada “la droga” son la punta del iceberg del lado más salvaje. La pobreza es más bien mansa y no sale en los primeros diez minutos del informativo ni en las portadas de los periódicos. El deterioro económico, urbano y social tiene un núcleo bien definido en el eje Aparicio Saravia. La avenida está a media hora del Centro de Montevideo en ómnibus. Hace diez años que Casavalle pelea por un plan de urbanización que iguale el barrio con los otros. Y por oportunidades para sus habitantes en trabajo, educación y salud.
Estos hogares deben saltar obstáculos mucho más escabrosos para conseguir la misma meta que una casa capitalina media. Siete de cada 100 montevideanos viven de la economía informal, pero en Casavalle, donde una de cada tres casas se inunda, la relevancia de los ingresos subterráneos se duplica.
Casi la mitad de los vecinos hizo la casa con sus manos y sucesivas generaciones levantaron su techo al lado de la casa materna, al costado o arriba de la de la abuela, el tío, la familia. Casavalle es uno de los barrios del país más densamente hacinados, especialmente para jóvenes y niños. En la Cuenca de Casavalle la mitad de los que nacen quedan bajo la alfombra de la pobreza. En Montevideo, por cada adulto mayor hay un menor y medio de 18 años, pero en la Cuenca de Casavalle son cuatro. El barrio está en el corazón de una extensa porción del área central de la capital uruguaya. Instrucciones, Capitán Lacosta, Belloni, General Flores, Chimborazo y el Cementerio del Norte. Dentro de los ejes Aparicio Saravia y Domingo Arena, cruzados por Burgues, San Martín y el arroyo Miguelete, seis de cada diez personas están bajo la línea de pobreza.
A Nedov le dicen “la alcaldesa de Casavalle” porque ahí apunta sus mayores esfuerzos. Más que la palabra “pobreza”, repite la expresión “derechos vulnerados”, tantos, según dijo, “que la gente ni se imagina”.
¿A qué derechos se refiere?
Acceso a la educación, la vivienda, el trabajo. A todo. No creo que haya nada en Casavalle que midas y dé bien. Dentro del municipio es donde tenemos el núcleo más duro de derechos vulnerados. Por eso elegimos esta zona para intervenir.
¿Casavalle es una muestra de la pobreza en Montevideo?
Es un ejemplo de las políticas que no debieron haber ocurrido. En otros momentos, la sociedad se conformaba de forma diferente. Todos íbamos a la escuela pública y tenías un compañero de clase con padre doctor. Hoy no tenemos esa sociedad. Hay barrios privados, colegios privados. Es un error. Cuando nos integramos es cuando ayudamos a que quienes no tienen posibilidad puedan soñar con ser médico, arquitecto. Con la vivienda es lo mismo. Si juntamos pobres con pobres, la integración, la mezcla social no se da. La sociedad somos todos, y todos somos responsables de lo que pasa. La solución no es hacer un muro con los pobres de un lado y los ricos del otro.
¿Qué le pareció la analogía del director nacional de la Policía sobre Guatemala y El Salvador?
Es muy fuerte hacer esas comparaciones. Es un límite que no tenemos. Es tremendo cuando la gente dice que somos como Guatemala, que somos Sarajevo. No ayuda nada y tampoco ayuda a cómo nos ven en otros barrios de Montevideo.
¿Llegó a hablar con él?
No.
¿Nunca?
El año pasado, antes de la intervención en Casavalle, hubo una reunión y el gabinete ministerial me invitó. No creo que tenga nada de qué hablar. Nosotros desde lo local tenemos que articular interinstitucionalmente para que el gobierno tenga nuestra perspectiva de territorio, que obviamente es diferente. En el Consejo de Ministros de junio del año pasado trabajamos para que las organizaciones sociales con planteos que exceden la órbita del municipio puedan tener la oportunidad de presentarlos.
¿Fue necesario el operativo policial del año pasado?
Fue un momento especial, de inflexión. Pasaron cosas que no sé si sucedían antes. Por lo menos no eran tan notorias como esos enfrentamientos tan ruidosos. La gente decía que estaban copando las casas, que echaron al vecino, que amenazaron, que “me tengo que ir del barrio”. Esa intervención era más que necesaria. Era como decir “estamos acá y no van a hacer lo que quieran con la gente”. Fue un respaldo para decirle a la gente que si denunciaban no iban a estar regalados. Fue muy pensado. Muy efectivo, en el sentido de que no hubo gente perjudicada más que la que buscaban. Fue oportuno. Si no se daba no sé cuál sería la situación hoy. Tal vez se hubieran sentido más fortalecidos.
Casavalle es uno de los barrios que recibe más personas después del egreso penitenciario, concentra una parte nada despreciable de los crímenes en la ciudad y según la Policía hay bandas que se dedican al tráfico de drogas, la extorsión, el robo. ¿Cómo afecta a la dinámica del barrio?
Algunas familias que se dedicaban a determinadas cosas hoy tienen un mercado que deja mucho más dinero que robar, como hacían antes. La droga no estuvo siempre, se instaló. Es un recurso. Pero no creo que los que la traen vivan en estos barrios. Creo que la trae otra gente que no conocemos ni tiene antecedentes. Esta gente del barrio es un eslabón, pero no es la parte de la cadena más importante.
La economía informal emplea el doble de gente en Casavalle que en la media de Montevideo. ¿Cómo influye eso en el territorio?
De repente a los gurises les dicen: “Si me hacés este trabajo tenés tanta plata”. ¿Con qué compite el mercado laboral? ¿Con un trabajo de 15.000 pesos? El otro día, en las actividades de los convenios educativos laborales uno me dijo: “Si mi gallo gana el sábado, gano 30.000 pesos”. Si caminás por la zona vas a ver perros pitbull y gallos de riña sueltos por las veredas. Hay una cuestión informal que mueve un dinero con el que nosotros no competimos. Tenemos que mejorar la oferta laboral. Además, tenemos que mejorar la oferta educativa para que tengan acceso a otros trabajos.
Y que la oferta educativa sea seductora para los jóvenes...
No sólo eso. Imaginate que sea seductora, pero llegás a tu casa y tu familia es clasificadora. Y tenés determinado entorno familiar en el que convivís con determinada gente y no tenés espacio para sentarte a estudiar. ¿Es fácil? Me imagino que en esas familias la delincuencia se vive cotidianamente. No es fácil sacar a un niño, a un adolescente, de eso. Sería una excepción. Y quedaría condenado por su familia. Es como cuando a una “familia de bien” le sale un hijo delincuente. No sólo tenemos que pensar en políticas para la “gente de bien”; si no damos oportunidades a los otros no se van a extinguir porque creamos que se van a extinguir.
¿Y qué se le puede ofrecer a quien sale de la cárcel?
Tenemos una oficina del Instituto Nacional de Rehabilitación que trabaja en la policlínica y en el centro cívico. Es voluntario, la gente debe querer ir por otro camino. Tenemos un centro de desarrollo económico local para hacer trámites de BPS, DGI, todo se hace en un día. Hay mucha gente que tiene emprendimientos y les da posibilidad de vender y facturar. Yo soy cooperativista. FUCVAM, con una cooperativa que está en la cárcel de Punta de Rieles que se llama Covi Resiliencia, trabaja adentro de la cárcel para que cuando [las personas detenidas] salgan hagan una cooperativa de vivienda. Creo que tenemos que buscar algo así. Nada se va a transformar por sí mismo, ni van a cambiar la cabeza o dejar de pensar en el camino más corto para conseguir dinero. La vida más corta no lleva a nada y no es buena para la sociedad.
¿Qué tan relevante es la gente que sale de la prisión en el territorio?
En nuestro territorio es muy relevante. En Marconi hay una población muy importante que entra y sale. Si no la atendemos se contagia. Tenemos un desafío que nos interpela. La mayor cantidad de jóvenes viven en nuestro territorio, y son pobres. Si no apostamos a su desarrollo futuro reproducimos lo que tenemos. Hay que apostar a reproducir otra cosa. Que esos jóvenes tengan otra perspectiva, otra formación, otro futuro. Por eso no creo que se solucione de hoy para hoy. Hay cosas para hacer hoy y otras en el mediano plazo. Pero en la mirada a largo plazo tenemos que pensar en cosas más sostenidas, más pensadas. ¿Cuáles son las condiciones que le doy al niño que nace hoy para cuando sea adolescente y le toque un trabajo formal? ¿Cuál es la formación para acceder y pensar en un futuro? Creo que es un derecho pensar en una familia, una casa, poder soñar. Tenemos que darle las posibilidades de poder pensar en otras cosas. Debemos meternos más con eso. Yo no tengo todos los elementos para juzgar cómo vive, cómo siente la gente. Vivo cerca pero no ahí. Hay cosas que percibo y cosas que seguramente me pierdo. Tal vez las más importantes. También hay gente que dice: “Yo vivo hace años acá. Conmigo nadie se mete. Voy a trabajar, vivo mi vida. Nunca me robaron”. Pero hay vulnerabilidades en algunas cosas.
¿Estado y sociedad deben repensar los diagnósticos y también las soluciones?
Sin duda.
¿Estamos muy lejos?
Casavalle es un ejemplo de trabajo interinstitucional. En otras áreas del gobierno nacional plantean trabajar como en Casavalle. Pero nos falta ser más autocríticos y romper los esquemas. La sociedad cambia y nosotros tenemos que cambiar en la misma dirección, pensar con una cabeza diferente, abierta y buscar los caminos. El sociólogo Gustavo de Armas (Búsqueda, 19/10/17), de UNICEF, dice que Uruguay es el único país de Latinoamérica que puede salir de la pobreza por las condiciones que tiene. Eso a mí me llena de esperanza. Yo viví la crisis acá cuando la gente hacía cola en el cuartelillo de Bomberos con la vianda para comer. Los saqueos en el supermercado de la esquina de mi casa. Había un nodo de trueque al costado de la comisión vecinal. Vivir esas cosas te da la perspectiva de que se pueden cambiar y tenemos que ayudar para que eso ocurra. La gente que no tenía para comer está en una situación diferente hoy, pero seguimos teniendo una condición crítica. Tenemos que trascender eso. Nos tenemos que romper la cabeza para ver cuál es el camino, estoy convencida de que hay otro camino.
¿Sos la única?
No. Interinstitucionalmente estamos trabajando muy bien. El presidente designó a Ana Olivera para trabajar específicamente en Marconi. Y estamos trabajando en el marco del Plan Casavalle.
¿Qué tan importante es el Plan Parcial de Ordenación e Integración Urbana de Casavalle que aprobó la Junta Departamental en 2015? ¿Y cómo viene caminando? Hace diez años que se trabaja en él.
Es el primer plan parcial que se hace en la periferia. Es una forma de trabajar articuladamente con los tres niveles de gobierno. Se va concretando en la medida en que cada uno se compromete en la parte que le toca. Nosotros queremos que esta parte de la ciudad sea ciudad formal, sin estigma. Que esos derechos vulnerados en este territorio puedan ser revertidos. Es un tremendo desafío formalizar esta parte de la ciudad con la calidad urbana que todo el mundo se merece. Si promovemos la confianza, la gente siente que las obras son para que el suyo sea igual a cualquier barrio de Montevideo. Una plaza, una policlínica de calidad, como las de cualquier ciudadano de Montevideo. Cuando los vecinos dicen que van a hacer una placita con cubiertas, les decimos que no. No queremos atar con alambre, queremos cosas como corresponden para cualquier ciudadano. Es muy difícil soñar para gente que vive en determinadas condiciones. Tenemos que elevar la mirada. Si toda la vida depende del reciclaje, de vivir en lo precario, entre aguas servidas… ¿Vas a proponer un espacio público divino? No. Tu cuestión es el agua que no corre, el saneamiento que no funciona. Es lo más elemental de las necesidades básicas. Creo que tenemos que ayudar a la gente a salir de lo cotidiano, de lo que tiene delante de los ojos. Como las cuestiones en el trabajo, en la educación, que puedan soñar un futuro diferente. Pero tenemos que pensar políticas para una sociedad que cambia y que debemos modificar conjuntamente.
Casavalle tiene un plan
El Plan Cuenca Casavalle cumple diez años en setiembre. Fue una iniciativa de vecinos. Un par de estudios diagnóstico y el empuje vecinal hicieron que en 2015 la Junta Departamental aprobara el Plan Parcial de Ordenación, Recuperación e Integración Urbana del barrio.
Educación, desarrollo urbano y cultural y salud son los ejes de intervención, a grandes rasgos. Espacios públicos lineales a cañadas y arroyos, calles, veredas, paseos, complejos educativos y deportivos, puentes, alumbrado público. Realojos, mejoras edilicias, saneamiento, erradicación de la clasificación de residuos en la calle y en las casas. La maqueta se ve preciosa.
Se levantó el centro cívico, la plaza, se trasladó la policlínica, se hizo el centro SACUDE y algunas obras más. Pero a Casavalle todavía le falta un impulso para llegar a la maqueta. Sólo el reacondicionamiento, demolición y construcción nueva de las 540 viviendas de Los Palomares, uno de los núcleos con más hogares del barrio, según estimaciones, podría llegar a los 80 millones de dólares.
El Plan Cuenca Casavalle avanza con una oferta educativa y algunas obras urbanas. Avanza de a poco tramitando cédulas de identidad a personas mayores, ofreciendo un puñadito de trabajos y prometiendo la plaza Marconi para 2020. Ahí, los vecinos hacen el barrido y consiguieron reducir los basurales. La policlínica de Misurraco tiene un Centro MEC adentro. Con bonos del INAU, se pudo llevar a la costa y al teatro Solís por primera vez a cientos de niños del barrio. Y con el campeonato de fútbol se logró que los que viven de un lado de Aparicio Saravia crucen al otro para ver quién se quedaba con la copa. En la intendencia hay una vieja idea: parquizar el arroyo Miguelete casi desde Manga hasta la bahía. Casavalle está adentro. “No es posible avanzar con eso presupuestalmente en un período de gobierno. Hay que seguir los lineamientos planificados y avanzar”, dice Nedov.