La entrevista publicada el jueves por el semanario Búsqueda con Gabriela Fulco, directora del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (INISA), es ante todo una fuerte señal de alarma, dirigida a quienes pueden tomar decisiones sobre el modo en que nuestro país encara la situación de los menores privados de libertad, a los formadores de opinión en la materia y a la sociedad en su conjunto.

Fulco, psicóloga de larga experiencia especializada en el área de los adolescentes en conflicto con la ley, presentó una descripción franca, razonada y escalofriante de los problemas que afronta su institución, y del origen de esos problemas en otros que se extienden, aceleradamente, fuera de ella. Describió lo que se intenta hacer para revertirlos, y una amplia gama de acciones adicionales que considera indispensables. Quizá influida por el desgaste en una de las responsabilidades más difíciles que se puedan asumir, evaluó sin optimismo lo que se ha podido lograr y lo mucho que falta, dentro y sobre todo fuera del INISA, con la previsión de que, lamentablemente, por lo menos en lo inmediato, “todo se va a agravar”, lo cual no significa, sin embargo, desde su punto de vista, que haya que bajar los brazos.

Recibido ese mensaje, son posibles distintas actitudes; entre ellas, una apunta a apoyar en forma más amplia y eficaz los esfuerzos en curso y las políticas más amplias que Fulco planteó, u otras que se consideren complementos necesarios. Otra es quedarse con una frase de la jerarca, “el quiebre para algunos es tan profundo que es muy difícil tener esperanzas en ciertas situaciones” (convertida, desde el título de la entrevista, en “'el quiebre' de códigos, que en algunos jóvenes es ‘tan profundo’ que no hay ‘esperanza’ de rehabilitarlos”), y apoyarse en eso para reafirmar una sentencia preconcebida acerca de la existencia de un número creciente de compatriotas que son delincuentes, irrecuperables en su diferencia con un “nosotros” civilizado, y a los que corresponde tratar como si fueran animales peligrosos, con reclusiones perpetuas cuya finalidad no vaya más allá de mantenerlos encerrados, acompañadas por políticas de castigo o incluso de exterminio.

Esta segunda posición, planteada por quienes se consideran gente sana y buena, muestra las mismas carencias que Fulco transmitió que presentan algunas de las personas que el INISA tiene a su cargo: una enorme pérdida de sensibilidad y empatía, el quiebre de códigos elementales para el reconocimiento y respeto de todos los seres humanos como tales, la adopción de una forma violenta de “resolución inmediata de conflictos” que se opone a la mera existencia del otro. Todo esto indica que, efectivamente, los problemas sociales señalados por la jerarca ganan terreno y aceleran una dinámica de producción de conflictos, de la cual esos muchachos que llegan al INISA no son sólo causantes, sino también víctimas. De todos modos, es preciso, como dijo Fulco, persistir en la tarea de “educar las sensibilidades” dentro y fuera de esa institución, y no darnos por vencidos ni renunciar al objetivo de curarnos juntos.