Laura Ocampo, en Empresas B, advierte que en los últimos años se está produciendo “un cambio trascendental en la forma de desarrollar las actividades económicas: la creación de riqueza o la ‘creación de valor para los accionistas’, el eje central de la actuación de la empresa tradicional hasta hoy, es reemplazado por la necesidad de buscar un ‘desarrollo sostenible’, es decir, un desarrollo que satisfaga las necesidades del presente, sin comprometer los recursos y oportunidades para el crecimiento y desarrollo de las generaciones futuras”. “Aparece así un nuevo modelo empresario, las denominadas empresas de triple impacto o empresas B, que buscan conciliar el desarrollo económico, el social y la protección del ambiente, desarrollando una actividad que, desde su esencia, busca beneficios económicos, sociales y ambientales de manera integrada”, agrega.

El de las empresas B es uno de los varios modelos de empresa que intentan incorporar criterios de sostenibilidad a su negocio. Existen distintas motivaciones, pero cuando esto llega a las grandes empresas es porque crece el sentimiento de que la forma tradicional de hacer negocios no tiene mucho futuro.1 Durante años se ha ido desarrollando el concepto de Responsabilidad Social Empresarial o corporativa (RSE), que incorpora el concepto de públicos de interés, que son sectores que hay que contemplar en la gestión. En esta marcha se ha intentado presentar la RSE como una estrategia2 indispensable para salvar la reputación de los negocios creando valor compartido con la comunidad.

El otro gran factor movilizador es el temor de que la humanidad esté produciendo cambios en la biósfera terrestre que resulten irreversibles, lo que se refleja en la rápida introducción en el mundo de los conceptos de economía verde (a partir de la conferencia de Río+20, en 1992), y más recientemente, de economía circular. Efecto invernadero, cambio climático, destrucción de biodiversidad, agotamiento de materias primas, desborde de residuos en mares y vertederos son realidades que pocos se atreven a cuestionar. Por eso la sostenibilidad ambiental parece ser el principal eje del triple impacto, seguido de la competitividad (impacto económico), que también tiene relación con otros miedos (inteligencia artificial, tecnologías que amenazan con pérdida de empleos, descenso del nivel de vida).

Las empresas de triple impacto son indudablemente mejores que las que no cuidan estos aspectos en su gestión. Pero ¿qué impacto global están produciendo en el mundo empresarial? Es conocido que lo más determinante para influir sobre otros es el ejemplo, y en especial la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Una empresa puede publicar hermosos reportes anuales sobre su balance social, pero si se trata de una evaluación que viene desde elencos técnicos que reportan a la dirección, no serán muy convincentes. Quienes están en la mejor posición para juzgarlo son las personas que trabajan en la empresa, y con frecuencia ellas tienen poca participación en estos programas. En este plano es que ubico la dimensión que entiendo le falta a muchos de los nuevos paradigmas de gestión. Se olvidan de la necesaria transformación cultural (creencias, actitudes, compromiso) de sus empleados. Y si las personas no cambian, que lo hagan las empresas donde trabajan no será suficiente.

Hay algunas prácticas innovadoras que están realmente basadas en cambiar las personas y su involucramiento en solucionar las problemáticas sociales. Destaco entre ellas el “Nuevo estilo de relaciones”, en el País Vasco, y la economía de comunión3 presente principalmente en Italia y América del Sur. Por el momento son movimientos de crecimiento lento, pese a sus méritos y logros.

Las empresas consolidadas son difíciles de transformar, porque no es fácil imaginar una nueva manera de hacer las cosas sin afectar los resultados económicos, que son hasta hoy la medida del éxito empresarial. Deberíamos ser capaces de lograr que las empresas jóvenes (dirigidas por jóvenes) y los nuevos emprendimientos adopten este cuádruple impacto transformador sobre el ambiente, la economía, la sociedad y los trabajadores.

Hay una señal positiva, aunque insuficiente en los proyectos de ley que se encuentran hoy en estudio en el Parlamento. En particular, el proyecto de ley de emprendedurismo, que introduce el concepto de sociedades anónimas simplificadas, haciendo más rápida, fácil y de menor costo la creación de nuevas empresas. Además, permitirá el financiamiento de emprendimientos por medio de la economía colaborativa, en la que cientos o miles de personas ofrecen pequeñas sumas para hacer posible proyectos de interés social. Ojalá sea un primer paso hacia estimular logros colectivos de bien común desde el sector productivo.


  1. “Capitalism Under Attack”. https://www.mckinsey.com/featured-insights/long-term-capitalism/redefining-capitalism

  2. Porter y Kramer (2000). 

  3. L Bruni y A Grevin (2017). La economía silenciosa. Editorial Ciudad Nueva.