[Esta es una de las notas más leídas de 2019]

La toma de rehenes de esta semana en Pocitos fue un episodio de violencia de género. Ante los ojos de todas y todos, se espectacularizó lo que muchas mujeres atraviesan solas en el ámbito privado.

Estaban en pareja desde hace años. Ella lo dejó. Él no aceptó la separación y fue a su lugar de trabajo con dos armas a tomar el lugar y a decirle que era una traidora, y que si no era de él no sería de nadie. Nos mostró a todos que tenía el poder de matarla y matarse.

Aunque resulta evidente la naturaleza del evento, hay quienes cuestionan que haya sido violencia basada en género. Son los mismos que cuestionan los incontables delitos sexuales que ocurren todos los días y que este verano aparecen en escena. Son los mismos que cuestionan todo tipo de violencia hacia las mujeres, esa que costó tanto visibilizar y que hoy, producto de la organización y de la movilización social, ya es imposible ocultar.

También, y vale destacar la contradicción a la que son impulsados, varios de los que hoy velan por la presunción de inocencia y el debido proceso son los mismos a los que les cabe el porte de cara, los que lincharían a un pibe y los que creen que la cárcel o directamente matarlos a todos es la solución. Esos, que nunca antes velaron por los derechos y las garantías de quienes cometen delitos, hoy repentinamente lo hacen.

Habrá que investigar en un tiempo cuál es el origen de esta contradicción. Si es una comunión de género, si es el miedo a perder los privilegios, o si simplemente es el machismo instalado en la sociedad. Ese machismo hace que el hecho de poner en palabras que existe este tipo de violencia exacerbe aun más la reacción de varios que quieren atrasar la discusión, que quieren volver a invisibilizar la violencia de género.

Es que el despertar feminista entró en la política y eso, además de generar incertidumbre e inestabilidad porque se cuestiona el poder establecido hace siglos, provoca la bronca y el desprecio del statu quo. No por nada son varios los varones adultos formadores de opinión, que detentan distintos niveles de poder, los que dedican cientos de caracteres semanales a criticar el feminismo.

También hay políticas y políticos que son cómplices de promover la violencia sosteniendo que existe una “ideología de género”, cuando es sabido que ese término fue acuñado por los antiderechos para instalar una falsa idea sobre el feminismo, que lo que propone es la igualdad entre varones y mujeres. Varios de ellos incluso acompañan las marchas contra la violencia y sostienen carteles en campañas contra esta, porque aunque les pese, el discurso feminista caló hondo y no se quieren quedar afuera, aunque no todos puedan ser consecuentes.

Definir los distintos tipos de violencia es una necesidad básica para generar estrategias específicas para abordar cada una de ellas. Aunque “todo es violencia”, la violencia de género no se aborda igual que la violencia en el fútbol, es tan básico como suena.

Es cierto que el episodio en Pocitos fue producto de la inseguridad. De hecho, es un fiel reflejo de la inseguridad que vivimos las mujeres. Según la Organización Mundial de la Salud, en la mitad de los homicidios de mujeres a nivel mundial el responsable es alguien que las conoce, en la mayoría de los casos el homicida es su pareja o ex pareja. En el caso de los varones, en el mundo, 94% son asesinados por desconocidos.

Uruguay no es la excepción. En 2018, 55 mujeres fueron asesinadas. A 64% (35 de ellas) las mataron en homicidios domésticos. Además, hubo 327 varones asesinados. Esto también tiene que ver con los roles de género que recaen sobre las mujeres y sobre los varones. Producto de estos, los hombres se exponen más a otros tipos de violencia. Se relacionan mucho más con el delito, por ejemplo. De hecho, 95% de las personas privadas de libertad son hombres, cifra que asciende a 97% en el caso de los adolescentes. De los homicidios a varones, aproximadamente 60% fueron catalogados como “ajuste de cuentas”, cuestión también directamente relacionada con el involucramiento en el mundo delictivo. Alrededor de 10% de los hombres fueron asesinados en rapiñas. 19 hombres fueron asesinados dentro de las cárceles. El resto de los homicidios extramuros fueron resultado de otros conflictos.

Así como la inseguridad que atraviesan los varones necesita políticas específicas que comprendan el fenómeno y generen estrategias acordes, la inseguridad que atraviesan las mujeres, mucho más relacionada con el ámbito privado y con una relación de dominación que es histórica de parte de los hombres hacia las mujeres, en particular en las parejas, también requiere ser comprendida.

Tipificar esta violencia influye también en el devenir penitenciario. De las pocas personas que cometen delitos que están clasificadas y separadas del resto de la población para eventualmente recibir un abordaje específico (y por seguridad, claro está) son los ofensores de género y los ofensores sexuales. Por esto, la tipificación específica de estos delitos es fundamental. Sin que esto signifique un agravamiento de la pena y sabiendo siempre que la cárcel no es la solución.

El responsable de la toma de rehenes de Pocitos no es un monstruo. No se trata de inventar fantasmas y construir enemigos públicos. No es una cuestión de mujeres contra varones. Los ofensores de género suelen ser hombres que en su día a día son funcionales, que cumplen con sus rutinas laborales, que tienen un lugar determinado en sus familias y en la sociedad.

En nuestro país, son cientos de miles las personas que tienen problemas de salud mental, que están más o menos controlados, no son necesariamente violentos ni cometen delitos. Patologizar este evento es funcional a no ver el problema de fondo, a querer etiquetarlo como un hecho aislado.

La respuesta para los ofensores de género no es el endurecimiento de penas y “que se pudran en la cárcel”. Al igual que en todos los delitos: las penas no solucionan el problema. Tenemos que trascender la lógica del castigo. El foco no está puesto en castigar a los varones, sino en poder vivir una vida libre de violencia y en que el género no sea destino.

No se trata de casos aislados, basta con revisar las historias de las mujeres que son asesinadas año tras año. Hay patrones que se repiten: “no puedo soportar la separación”, “si no sos mía no sos de nadie”, “ tengo el poder para matarte y matarme”.

La seguridad distingue por género, por eso incorporar esta perspectiva es preciso para diseñar políticas eficientes para la prevención. Aunque cueste, porque se apunta a la revictimización de las mujeres, al cuestionamiento de las denuncias, a la duda sobre las cifras oficiales y al desprestigio de quienes llevan adelante el discurso feminista.

Vamos a seguir llamando a las cosas por su nombre. Estas no son historias de amor, no son problemas de pareja y no son crímenes pasionales. Aunque lo quieran vestir de amor romántico y de violencia a secas, vamos a seguir hablando de violencia de género.