Por si no la conocen, esta es la fórmula de la típica comedia romántica:

1- Una persona se cruza en circunstancias particulares con otra. Entre ellas surge una atracción, un chispazo que hace que noten sus respectivas presencias. En ese momento, o quizás un tiempo después, terminan a ambos lados de la mesa de un bar o un restaurante. Durante la conversación notan una fuerte compatibilidad de caracteres. Al ir en busca de los grisines al mismo tiempo, sus manos se tocan. A la salida del local se darán su primer beso. Pasan la noche juntas. Fin del primer acto (guiño, guiño).

2- La relación avanza hasta que algo sale mal. Se descubre que una de las dos personas escondió información fundamental acerca de su vida, o se revela que en realidad todo fue una apuesta con una tercera persona, a ver si era capaz de enamorarla. Claro que lo que comenzó como un juego terminó convirtiéndose en verdadero amor. De todos modos, la persona que se siente engañada decide terminar con la relación. Fin del segundo acto.

3- La persona que metió la pata hace lo posible por subsanar el error y la otra persona nota que la película está llegando a su fin, por lo que decide darle una segunda oportunidad. Créditos.

Lo confieso: soy un fanático de las comedias románticas. Claro que las prefiero cuando se alejan de la fórmula descrita anteriormente, como ocurre en ejemplos tan diferentes como Loco por Mary (Peter y Bobby Farrelly, 1998), Hechizo del tiempo (Harold Ramis, 1993) o Encantada (Kevin Lima, 2007). Una buena dosis de humor siempre es bienvenida, aunque he largado el moco con alguna de las historias más básicas del noveno arte. No voy a confesar que soy básico, porque eso es vox populi.

Primereando

Por eso llamó mi atención el estreno de Modern Love, una antología de historias de esta calaña que se sumó en octubre al catálogo de Prime Video, el servicio de streaming de Amazon.

La serie está basada en la columna homónima que publica semanalmente el periódico The New York Times, en la que se comparten ensayos acerca de “las alegrías y las angustias del amor”. “Desde su lanzamiento, hace 14 años, la columna caló hondo entre nuestros lectores”, dijo a The Hollywood Reporter un editor asistente llamado Sam Dolnick. “Sigue siendo una de nuestras columnas más populares, tanto en internet como en la edición impresa, y se convirtió en un exitoso podcast semanal”.

Pues bien, el siguiente salto fue hacia el universo audiovisual. Así que, tomando algunos de los textos como puntos de partida, y con el irlandés John Carney (Once, Sing Street) escribiendo y dirigiendo la mayoría de los episodios, llegaron a la pantalla ocho historias muy distintas, en las que se explora el amor en varias de sus formas, como el sexual, el romántico, el familiar, el platónico e incluso el amor propio.

Los ocho más amados

Antes de ahondar en alguna de las anécdotas, corresponde señalar aquello que tienen en común. En primer lugar, están ambientadas en Nueva York, pero no en cualquier Nueva York, sino en aquella que ya se ha convertido en personaje propio en infinidad de ficciones, esa que suele volver una y otra vez a los mismos rincones de la isla de Manhattan o de Brooklyn, con sus construcciones a las que se accede luego de abrir una reja y subir una escalera, como la casa de El show de Bill Cosby, pero sin la connotación negativa de los últimos años.

Esta ciudad ideal está poblada de historias ideales, no porque estén exentas de conflictos o dramatismo (¿quién querría verlas?, además de mí, claro), sino porque carecen de violencia, de oscuridad, de fealdad. Están protagonizadas por personas de diferentes edades, pero generalmente “bellas”, con esa belleza que uno no suele cruzarse por la calle en el mundo real.

Hay diversidad, pero siempre dentro de este idealismo. A nadie le llama la atención una pareja interracial. Las relaciones homosexuales están completamente aceptadas en la televisión y el cine, excepto en aquellas películas que quieren ser estrenadas en China. Pero no hay grandes riesgos narrativos en este sentido. Modern Love no es Euphoria. Nunca quiso serlo.

Esta serie captura la esencia de la comedia romántica “clásica” en pastillas de media hora, con una producción impecable y actuaciones a la altura del partido. De yapa, música que cae en el momento justo en el que uno está a punto de largar el llanto. Para ver con pañuelos de papel al lado.

Corazones para arriba

La tanda comienza con uno de los episodios más entretenidos, en el que Cristin Milioti (de How I Met Your Mother) interpreta a una joven que mantiene una relación muy especial con el portero de su edificio. Cada vez que llega acompañada, él es capaz de aventurar el futuro de la relación. Con muchísima ternura, los acompañaremos durante varios años hasta un final sencillísimo que te deja con una sonrisa.

Anne Hathaway (la Catwoman de Christopher Nolan) interpreta, en el tercer episodio, a una mujer con trastorno bipolar, que oculta su enfermedad a sus parejas y compañeros de trabajo. Los momentos en los que su personaje sufre de una depresión que prácticamente le impide moverse recuerdan a otros grandes tratamientos recientes, como la ya mencionada Euphoria o la recomendadísima serie animada Big Mouth.

Los momentos de humor se encuentran en el quinto episodio, en el que una cita termina con una visita al hospital, que permite reflexionar acerca de la apuesta de decidir comenzar una relación con otra persona. Sofia Boutella (la villana de piernas ortopédicas de Kingsman: el servicio secreto) y John Gallagher Jr. (The Newsroom) muestran buena química en pantalla y tienen algunos de los diálogos más interesantes.

Entre las historias que menos atrapan está la protagonizada por Tina Fey (emperatriz de la comedia), que sigue a un matrimonio de muchos años atravesando un mal momento, con pequeños hallazgos, pero sin mucha dirección. El episodio, no el matrimonio. O los dos, bah.

En el medio tenemos a una periodista y un entrevistado que tienen cada uno un asunto pendiente, a una joven que encuentra en su trabajo a la figura paterna que nunca tuvo, a una pareja que se relaciona con la madre del hijo que están por adoptar, y a un amor de la tercera edad que tiene consecuencias obvias, pero no por eso es menos emotivo.

Pasatista, amena e inofensiva, ya tiene una segunda temporada confirmada. Allí seguramente desfilen más caras conocidas de Hollywood para divertir a aquel público que gusta de intercalar los programas dramáticos (incluyendo el noticiero) con otros que, al menos por un rato, le devuelven las esperanzas en la humanidad.