“Y si este fuera / mi último poema, / insumiso y triste, / raído pero entero, / tan sólo una palabra escribiría: Compañero”.

Nuestro largo ciclo electoral cerró una de sus etapas cruciales el domingo, y resta únicamente la definición de gobiernos departamentales y municipales en mayo para que concluya por completo. Si bien los escasos márgenes de diferencia nos llevaron a aguardar por la Corte Electoral, ahora que ya contamos con el reconocimiento formal de la victoria encabezada por Luis Lacalle Pou, colabora con la tarea histórica de la izquierda que en los próximos días se reflexione sobre las preguntas que se abren. El compromiso de la gente, con el protagonismo de jóvenes y colectivos sociales debe ser centro de estos primeros análisis y permite encarar esta “mañana siguiente” (al decir de Liber Seregni) con la ilusión intacta y la esperanza renovada.

¿Qué mensaje dio la ciudadanía en octubre y en noviembre?

De los tres conflictos armados que enfrentaron a las repúblicas romana y cartaginesa, el último fue el más corto. Desde siempre una amenaza comercial y bélica para el dominio romano del Mediterráneo, la ciudad de Cartago significó una y otra vez un desafío para la hegemonía latina –del cual Aníbal Barca fue el más brillante ejemplo–, y terminó por ser destruida en el 146 AC.

Utilizando en repetidas oportunidades lo que luego se convertiría en un tristemente célebre aforismo, Catón el Viejo convenció finalmente al Senado de emprender una última excursión militar dirigida a borrar del mapa una cultura entera. La historia oficial nos cuenta que el cónsul elegido, Escipión Emiliano, ejecutó el Carthago delenda est y ordenó a sus legiones destruir totalmente la ciudad, arando surcos durante 17 días en su terreno y sembrándolo con sal, de manera de que nada volviera a crecer allí.

Pareciera que ese fue, precisamente, el relato que la derecha política intentó instalar sobre el progresismo en nuestro país. Que la era progresista llegó a su fin, y que sobre lo sembrado nunca más crecería nada. Y, sin embargo, tal y como lo expresara Daniel Martínez en la emocionante noche del balotaje, “intentaron enterrarnos y no se dieron cuenta de que éramos semilla”. Al contrario de lo que se esperaba, el mensaje es que el proyecto que apuesta a la solidaridad y la alegría está vivo y suscita una amplia adhesión, lo cual sugiere que incluso en la derrota electoral esto se trata de una victoria política.

¿Quién ganó?

En las elecciones se gana o se pierde. Y a pesar de los titulares de la farándula mediática y su obsesión con dividir y etiquetar, comprender quiénes ganan y quiénes pierden, por qué y de qué manera, a veces es más importante, pues ayuda a vislumbrar la lenta marcha de la historia al ritmo al que se va desarrollando.

El domingo ganó el pueblo oriental, que a muy poco de que se cumplan cinco décadas del último quiebre institucional envió un mensaje claro: reafirmar nuestra democracia. Juntos, todos los “anti dictatoriales” tendremos el inmenso desafío para el próximo quinquenio de profundizar su plenitud, mejorar la calidad de sus instituciones, ampliar sus derechos asociados y continuar por el camino de distribuir más y mejor la riqueza en nuestro país. A quienes triunfaron en la contienda electoral bien les convendría recordar que por esto, entre otras muchas cosas, también serán juzgados por el pueblo y la historia si, por la vía del miedo, recurren a recetas nostálgicas que nos enfrenten en vez de integrarnos.

El domingo ganaron los sencillos, ganaron los militantes, ganaron los comprometidos. Con una rica historia de valores en común, pero también con el peso de 15 años de natural desgaste, fruto de la tarea del gobierno y tantos aciertos como desaciertos, la militancia de base se puso esta campaña al hombro y le devolvió al frenteamplismo algo que por momentos quizá pareció perdido: la virtud de la épica.

Ganaron también las y los jóvenes, con su fuerza implacable y sus insaciables ganas de ser protagonistas del presente más que llave del futuro. Masivamente se pronunciaron a favor del proyecto que incluye y demostraron que en materia de derechos ningún gobierno, por multicolor que sea, podrá privarles de vivir las vidas que consideren valioso vivir.

¿Qué se viene?

Luego del formidable desempeño del domingo, imprevisto por las encuestadoras y atribuible a los esfuerzos de miles de mujeres y hombres que casa por casa y “voto a voto” dejaron todo por un proyecto de país que piensa en los más en vez de en los menos, y que con el resultado a la vista deja muestras de su plena vigencia, se abre una etapa nueva que nos habrá de encontrar reivindicando el papel de la unidad en la izquierda política y social.

Por delante, además de la reflexión y la necesaria autocrítica que con mucha calma habrá que procesar, el Frente Amplio deberá trabajar con determinación y modestia (al menos) en dos planos: repensar la participación política en su seno, cuidando la extraordinaria herramienta de la militancia en comités de base y funcionales, al mismo tiempo que se amplían sus posibilidades a nuevas formas de incidir y acumular; y procesar con la debida profundidad discusiones sobre asuntos que no pueden postergarse, como la problemática de la convivencia en una sociedad contemporánea, la sustentabilidad ambiental del desarrollo productivo, y la educación para la democracia en un mundo marcado por la incertidumbre y el avance científico-tecnológico.

¿Qué cuidar, a qué aferrarse y por qué cosas luchar?

Ahora es el momento de cuidar lo logrado, aferrados a los mismos principios y luchar siempre por los nuevos sueños. Después de todo, como Hannah Arendt supo anotar en su momento respecto de Karl Marx, “el punto es que los sueños no se hacen realidad”. La lucha, porfiada pero siempre en paz y en el plano de las ideas, será por defender al Estado social, convirtiendo en realidad aquella consigna batllista de que todos los agobiados por la injusticia son nuestros protegidos y todos los que están cegados por el prejuicio nos esperan.

Mañana será el momento de darnos ese abrazo, con la persona que tengamos al lado, y lanzarnos a respaldar decididamente todas las semillas de alternativa en valores, en formas de relacionarnos, de trabajar en la producción y en cuidar lo que la sostiene (la vida), apuntando siempre a transformar profundamente y desde lo que vamos aprendiendo en pos de vidas cada vez más decentes para las mayorías. ¡Gracias! Y a redoblar.

Andrés Carvajales es secretario político del Frente Amplio.