En todo el mundo, los ciudadanos protestan contra el aumento de la desigualdad, los recortes en los programas sociales y la corrupción. No es nuevo que la sociedad se movilice para elevar su voz y muestre su insatisfacción por las leyes que la están oprimiendo. La desobediencia civil es una táctica usada para demandar un diálogo y para que los manifestantes sean escuchados. Sin embargo, la respuesta a estas marchas, incluso en pleno siglo XXI, es la misma: movilización de la Policía y el Ejército para detener la protesta legítima de la ciudadanía en las calles.

La decisión de los gobiernos de usar la fuerza militar para “imponer la ley y el orden” lleva a la siguiente pregunta, una vez que las fuerzas están en la calle: ¿a quién sirven los militares?

De niña aprendí en las clases de historia que los militares eran una parte integral del país, y que su importancia radicaba en defenderlo en caso de invasiones militares de otros estados. Tomé en serio estos mensajes y vi a los militares como un grupo de personas que dan su vida para proteger a la nación.

Sin embargo, si examinamos la historia, el mensaje de que los militares son imprescindibles en la seguridad no es 100% correcto. Los militares han sido utilizados para la extensión de los territorios, han ejecutado genocidios de las poblaciones originarias en el continente y se han usado como una fuerza privada para garantizar la protección de las corporaciones y las transnacionales. En toda América, después de las guerras de independencia, los generales a menudo se convirtieron en líderes del gobierno, ya sea George Washington en el norte o Simón Bolívar en el sur. La historia de los militares y el control de los gobiernos van de la mano. Sin embargo, lo que sucede cada vez más es que los militares seleccionan líderes civiles para proporcionar cobertura a sus planes militares. En el pasado, los líderes militares gobernaban con sus uniformes, pero ahora buscan peones disfrazados de abogados, empresarios y líderes religiosos.

La verdad es que en Perú, Bolivia, Chile, Ecuador, Honduras, Colombia, Brasil y Estados Unidos (sólo por mencionar algunos ejemplos) el Ejército ha salido a las calles reprimiendo a la población. Por ejemplo, en tan sólo unas semanas en Chile más de 220 personas han perdido la vista por las tácticas militares de disparar a los ojos de los manifestantes. En Ecuador las comunidades campesinas han sido reducidas con gases lacrimógenos y palizas. En Bolivia los militares impidieron que un grupo de personas con féretros pudiera enterrar a sus familiares. Además, justo ahora en Colombia los militares están siendo llamados a la calles para detener a la población que está manifestándose. Si creemos que esto ocurre sólo en el sur, no podemos olvidar que en 2014 vimos tanques en las calles de Ferguson, Misuri, luego del asesinato del joven afroestadounidense Michel Brown cometido por un policía blanco. Se trata de una escena que se ha repetido en todo Estados Unidos a través de la militarización de las fuerzas policiales.

Si ampliamos nuestra mirada a Asia, en Hong Kong podemos ver, además, el uso de la fuerza policial y un estilo militar para reprimir las protestas que llevan meses. En Israel el gobierno está en continua ofensiva contra civiles palestinos, dispara a matar en Gaza, y últimamente abre fuego a los ojos de los periodistas que cubren los ataques. En todo el mundo se están desplegando fuerzas militares contra sus propios ciudadanos y miembros de la sociedad, el mismo patrón se repite una y otra vez.

Cuando un gobierno decide poner al Ejército en las calles, está demostrando que lo que busca es reprimir la disidencia y no entablar un diálogo. Las fuerzas militares son profesionalmente entrenados para detener y luchar en guerras. Entender esto es esencial para comprender el papel de los militares en las calles. Por lo tanto, la razón principal que tiene un gobierno para ordenar a los militares que detengan las manifestaciones o las marchas es dar una demostración de fuerza, para alentar el terror y dejarle claro a la población quién está a cargo y tiene el poder en sus manos.

Entonces, ¿cuál es el propósito de tener Ejército? ¿Es para defender al pueblo o para hacer lo propio por el gobierno de turno? ¿Es para decidir quién será el presidente y poner bandas presidenciales? ¿Se ha convertido el Ejército en un grupo con intereses especiales que solicita una gran cantidad del presupuesto nacional para sus propios beneficios? Estas preguntas deben hacerse en medio de confrontaciones dolorosas en las que los militares están matando a sus propios conciudadanos en las calles. Debemos cuestionarnos el seguir financiando a ejércitos que continúan atacando a la población.

En una sociedad democrática, cuando los gobiernos de turno se enfrentan a la oposición y silencian la voz de la gente en las calles, cuando la sociedad ya no puede protestar contra las políticas que se aplican, es innegable que nos estamos dirigiendo hacia el autoritarismo.

Yenny Delgado es psicóloga, teóloga y especialista en desarrollo. Reside en Washington DC, Estados Unidos.