Ya pasaron unos días de la “decisión”: la velocidad de las sorpresas es equivalente a la velocidad en que se naturalizan los cambios. El problema es cuando alojamos la novedad sólo en los prejuicios. O en lo que creemos que nos confirma. Pero algo nos confirma esto. Una palabra que se vio circular mucho hace unos días fue “alivio”. No hablamos exactamente de lo que implica política, ni de la suerte que pueda ir teniendo en las encuestas, sino en esto que apenas abre un proceso dentro de otro más grande que venía dominado por la parálisis conservadora: “La grieta no se mancha”. Se manchó.

Se diría que en Argentina la gente vota cuando premia un momento económico, como en 1995 o 2007, o vota con esperanza, como en 1983, 1989, 2011 y también en 2015. La sensación de encerrona electoral era que no había espacio para ninguna de las dos cosas: ni buen presente, ni esperanza futura, pero se percibía que incluso el beneficio contenedor de la grieta cerraba el paso de revivir lo que se vivió en 2001: el rechazo a la clase política en su conjunto. Mucha bronca persistente en las peceras de cada uno de los polos e insuficiente para hacerlos crecer, fogoneada por sus mismos dirigentes con objetivos cortos e instrumentales. Como quien siembra vientos y pone molinos para las tempestades. La “tercera posición” creciente se basaba en ese hartazgo del modelo político de la Grieta, expresión existente pero con claras dificultades para unificarse en un solo liderazgo.

La decisión de que sea Alberto Fernández parece romper las mismas metáforas en la que quedó reducida una parte de la política opositora sobre pisos y techos. Eso de “es todo ideología hasta que llegan las encuestas” o “la política es el que mide o la que mide y diez más”. ¿Y si hay algo más? Néstor Kirchner no medía. Carlos Menem no medía. Raúl Alfonsín no medía. Domingo Perón no medía. Más cerca en el tiempo: María Eugenia Vidal tampoco medía. Siempre hay un grado cero, una decisión, un dedazo, una traición, un “sí me animo”. En la crisis de 2001 también la política sacó “recursos de adentro”. Este “nuevo candidato” altera la velocidad de todos. Más allá del propio destino en el que se contiene su incipiente esperanza, cabe la pregunta común que se repite a coro: ¿será capaz de abrir el techo y juntar los votos de afuera? Se diría que políticamente algo ya hizo al reconstruir el vínculo entre varios peronismos provinciales y Cristina, y al producir esa sensación de “destape de cañerías” que libera una mejor circulación de la conversación política.

Pero quien, en definitiva, es Alberto Fernández describe también el difícil espejo entre esta fórmula y la de “Daniel Scioli y Carlos Zanini”. La candidatura de Scioli y la sombra de un comisariado ideológico. El presupuesto de 2015 parecería ser, en principio, inverso al actual: si Scioli aseguraba obediencia canina y votos propios (“Daniel mide, qué se le va a hacer”), el punto de partida de Alberto Fernández es el exacto opuesto. Por primera vez desde que le toca encarar sola la conducción de su movimiento, Cristina no premió la obsecuencia ni eligió al más “profundizador del modelo”. Muchas veces antes Cristina “importó racionales” para luego transformar esa misma cualidad en un vicio: la metáfora viva de Jorge Capitanich rompiendo un ejemplar de Clarín en el atril de la Casa Rosada. Si la política de unidad fue demasiado entendida como la obligación de formular frases con las que no se pueda no estar de acuerdo, Alberto Fernández mantuvo más intacta su crítica hacia dentro del kirchnerismo. ¿Por qué él y no otros? No parece haber dejado sus convicciones en la puerta del Instituto Patria. Esta decisión contagia la reivindicación de la crítica hacia adentro.

La grieta en peligro

Al final parece que no habría nada más impopular que la grieta. A desengrietar, canta Daniel Viglietti desde su tumba solar. El solitario Alejandro Rozitchner hace poco confesó esta idea de la grieta como algo que “no está tan mal”. Y claro. Pero tierra adentro, si se camina lejos del área metropolitana de Buenos Aires (como vimos en general en las elecciones provinciales), la grieta se deshace como polvo. Cada provincia tendrá las suyas, adapta a sus sistemas “lo nacional” que se cuece en Buenos Aires.

Lo que sí, es que se trata hoy de una “grieta de Estado” que muestra los términos de una política cuya propuesta de fondo ya no es cómo solucionar los problemas argentinos (pobreza, desarrollo, restricción externa, inflación) sino cómo vivir en ellos. La grieta existencial como forma de vida, en la peor acepción y forma de la identity politics, que parece ser la marca de época, y que parecería restringir la política a un conservadurismo exasperante: una forma de ser y no de hacer.

Una elección en la que pierde el más odiado. La decisión de Alberto Fernández parece asomar, en su foto, como la decisión de romperla por dentro. Ahora la pelota queda en la cancha de Macri, desnudando su histórica estrategia electoral. Lo que le ha dado históricos dividendos al macrismo, y casi que constituye a Cambiemos, “El Partido del Ballotage” en la feliz definición de Ignacio Zuleta. Una breve secuencia histórica está allí para demostrarlo: desde el conflicto con el campo, el kirchnerismo ganó una sola elección (el 54% de 2011) y perdió todas las demás (2009, 2013, 2015, 2017).

La grieta es la soja electoral del macrismo. ¿Qué hará ahora con eso que sirve para ganar pero no para gobernar, como señaló Juan Schiaretti, quien también se ufanó en su triunfo: “aunque no siempre”? Hasta ahora desde el gobierno sólo han reafirmado la autoridad presidencial frente a la misma tropa de Cambiemos que pide una revisión de la vieja “fórmula” al abrigo de la popularidad más intacta de Vidal.

Y esa decisión ensaya no exactamente los términos de cómo derrotar a Macri, sino de cómo se podrá gobernar el país que deja si se lo derrota. Lo mencionó Cristina en el video. Atados al Fondo, con la soja a la mitad y un mundo en plena guerra comercial: a menos recursos, más política. Marcos Peña, hace pocos días, y en otro intento por llevar tranquilidad, dijo: “Uno no devalúa, devalúa el mercado”. La tercerización del poder o el “llegar al poder para devolverlo” con que se caracteriza el estilo macrista rebota como nunca en esa respuesta: que las cosas las gobierne el más fuerte.

El gobierno, en tal caso, aparece como un acompañante terapéutico de la crisis. Parece decirnos: las cosas ocurren, la sociedad está dividida y la política es un simple reflejo que no sirve para transformar la realidad, sino para dejar a la sociedad intacta. El escenario electoral se estaba configurando al calor de esa inercia: las candidaturas previsibles, con la única excepción de Roberto Lavagna. Diríamos: a veces la sociedad conduce a la política, a veces la política conduce a la sociedad.

¿Cómo se sale de acá, de este pantano? Con más política, no con menos. Por ahora, esta candidatura muestra reflejos y mensajes hacia adentro de una parte de la política. Una derrota conceptual de los polarizadores de todas las trincheras. ¿Cómo se construye hacia afuera? ¿Qué otras acciones se esperan para una política superadora? ¿Y cómo se construye un candidato que tiene tanta arcilla de palacio en uno popular? ¿Cómo se evitará la sonrisa socarrona del primer oficialista que venga a decir “llegaron las encuestas y no cambió nada”, como si fuera un sueco frente a la alegría de una realidad electoral que cristaliza este presente, y como si este presente fuese bueno y no su fracaso? Y porque eso podría ocurrir, en una política dominada por “modernos” que aman el statu quo de esta crisis.

¿Se puede decretar de un momento a otro el fin de la grieta? ¿Reaccionará el gobierno, dará cuenta reactivando el Plan de Vidal con el que acaba de trastabillar Diego Santilli(*) con su subconsciente sublevado, articulará una coalición diferente, o más amplia, en torno a ella?

Orden y progresismo

Alberto Fernández fue uno de los creadores originales del kirchnerismo. El productor del sonido para los oídos de una clase media a la que mucha militancia ama odiar, pero que funciona como espejo deseante en el que se autoperciben millones de argentinos. Alberto se fue justo cuando nacía el kirchnerismo como identidad intensa y fue objeto de juicios y prejuicios de la batalla cultural: se decía que era (o había sido) el supuesto “hombre de Héctor Magnetto” en el poder. Nada cristaliza más cierto intríngulis interno que su candidatura a presidente: si aparentemente el “verdadero kirchnerismo” nació en 2008, al calor del conflicto con el campo, y se profundizó a partir del 54% de 2011, ¿para qué traer al factótum del período anterior?

De alguna manera, los dos principales candidatos de la oposición hoy representan los dos pilares principales del modelo de los años 2000: superávits gemelos y transversalidad política, Roberto Lavagna y Alberto Fernández. Orden y Progresismo. El último modelo argentino exitoso. Una posible paradoja (de las muchas que nos reservarán los meses que se abren) es que sería posible, quizás, que incluso compitiendo entre sí ambos contribuyan a un mismo resultado político: el fin de la experiencia de Mauricio Macri en el poder. Porque como pasaría con el bendito electorado cordobés: solo Lavagna podría darle una alternativa real al votante desencantado de Cambiemos, uno que evite la galvanización oficialista y la polarización que necesita como agua.

Más allá del álgebra electoral, en la elección de este posible sucesor Cristina cristaliza un sinceramiento implícito: esta fue la década perdida de la grieta. ¿Será demasiado tarde para volver a reconstruir lo deconstruido? Las semanas y meses que siguen serán claves para empezar a dilucidarlo.

(*) El martes 21, el vicejefe de gobierno Diego Santilli afirmó en una entrevista radial que el candidato oficialista es María Eugenia Vidal, para enseguida corregir por “Mauricio Macri”.

Este artículo fue publicado anteriormente por Panamá Revista.