Las personas que ya tienen decidido votar a favor o en contra del oficialismo son amplia mayoría, pero la minoría será decisiva. En ella hay, además, segmentos muy distintos: están quienes nunca han tenido una identificación partidaria fuerte, y quienes apoyaron antes al Frente Amplio (FA), pero ahora dudan. Esta parte se divide, a su vez, entre frenteamplistas de larga data hoy desilusionados, y gente que se inclinó en los últimos tiempos por el FA, sin que los resultados la conformen del todo. Lo que resulta atractivo en uno de esos segmentos puede ser contraproducente en otro.

En este contexto, al FA le preocupa especialmente la tendencia al crecimiento de Ernesto Talvi, que parece un adversario más temible que Luis Lacalle Pou en la disputa por intenciones de voto todavía indefinidas o modificables. El liderazgo de Pedro Bordaberry mantuvo al Partido Colorado (PC) en un rincón, pero ahora Talvi tiene la intención clara y declarada de ubicarlo en el centro del escenario, y lo está logrando, sin perder por ello respaldo de grupos sociales empeñados en desalojar al FA del gobierno nacional, que ven en el economista a un gestor capaz y confiable.

Daniel Martínez y Talvi no están tratando de convencer a las personas con firmes convicciones ideológicas, a las que se han interesado en estudiar la historia de nuestro país y reflexionar sobre ella, o a las que analizan los programas de cada partido para discernir cuál les parece más conveniente. En general, esa gente ha decidido hace tiempo a quién va a votar, y es poco probable que cambie (sí es posible, y útil, fomentar o reactivar su disposición a participar activamente en la campaña, porque a menudo se trata de personas capaces de influir sobre otras).

Para incidir en la relación de fuerzas entre oficialistas y opositores, de poco le sirvió a Julio María Sanguinetti, en la campaña para las internas coloradas, machacar con críticas a la Unión Soviética, que además son anacrónicas para gran parte de los jóvenes. Por los mismos motivos, es muy discutible la eficiencia de insistir, desde el FA, acerca de los vínculos de Talvi con el neoliberalismo, notorios desde los años 90 del siglo pasado, o sobre la situación del país tras el gobierno de su mentor Jorge Batlle. Por otra parte, es probable que el sector de la ciudadanía del que resulta crucial ganar adhesiones esté compuesto, en importante medida, por gente que rechaza los ataques virulentos.

Del otro lado tienen sus propios dilemas. A medida que Talvi crece, se hace inevitable que los nacionalistas dediquen esfuerzos a competir con él, y el candidato colorado parece interesado en provocarlos: el jueves, en Florida, dijo que el PC ya no es el “perrito faldero” del Partido Nacional, y agregó: “Con los proyectos nacionalistas y conservadores no tenemos nada que ver. Somos liberales, progresistas e internacionalistas”. Pero los enfrentamientos entre los dos grandes partidos opositores le convienen al FA, porque señalan sus dificultades para gobernar juntos, que pueden preocupar a muchos indecisos. Los próximos meses mostrarán quién es más astuto: ojalá que ese sea también el mejor presidente.