El presidente de la República tiene un nódulo canceroso en el pulmón derecho. Se hacen estudios para determinar de qué tipo de cáncer se trata y dónde comenzó. En función de los resultados, se definirá un plan de tratamiento y se podrán plantear previsiones acerca de la evolución de la enfermedad. Casos similares en otros países fueron rodeados por opacidad, engaños y especulaciones, pero el doctor Tabaré Vázquez eligió un camino distinto. Comunicó con claridad y entereza lo que sucede, e incluso aprovechó la situación para transmitir recomendaciones sobre la importancia de los chequeos periódicos de salud.

Vázquez asumió su circunstancia personal como la cuestión de Estado que es, y estuvo a la altura del desafío. Esto tiene impactos en diferentes niveles. No hay por qué suponer que favorezca electoralmente al oficialismo, o que mejore las opiniones sobre el gobierno nacional, pero es probable que tenga una influencia beneficiosa sobre la campaña.

No se trata sólo de que, por motivos obvios, los cuestionamientos opositores a la gestión de Vázquez deberán ajustarse, para que no sean percibidos como un chocante ataque contra alguien que, a los 79 años de edad, se ha quedado viudo hace poco, afronta un mal temido y lo hace con una actitud admirable. Más en general, hoy parecen menos pertinentes algunos niveles de agresión –desde la oposición y el oficialismo– que hasta hace pocos días estaban muy naturalizados.

No se trata sólo de que algunos ejes del debate cambiarán (antes, era razonable que figuras del oficialismo tomaran cierta distancia del presidente, y que desde filas opositoras se intentara evitar esa diferenciación; ahora puede ocurrir lo contrario). Lo que pasa es que esta situación del presidente nos ayuda a encarar los debates políticos con mejor criterio. Por lo general, para descalificar al otro empezamos por despojarlo de aquello en que se nos parece. A la inversa, la semejanza evidente del otro humaniza las relaciones.

Los antiguos europeos empleaban la frase “Memento mori” (recuerda que morirás), que bien entendida no conduce a la desesperanza ni a un “vale todo”, sino a valorar y aprovechar, con más sabiduría, la vida y la convivencia. Incluso antes de unas elecciones nacionales en las que se juega muchísimo.