Una fórmula que ha demostrado ser infalible es la de las buddy movies, esas comedias de acción que combinan dos personajes dispares –uno serio, el otro gracioso; uno elegante, otro desprolijo; uno ágil, el otro fuerte; las posibilidades son interminables– al servicio de una historia donde deben sumar sus habilidades para conseguir algo que por separado no lograrían nunca.

Este subgénero de películas de acción nació en la década de los 80 del siglo pasado –como tanta otra cosa que ocupa nuestras pantallas hoy en día– de la mano de especialistas como Richard Donner o Walter Hill –se considera a Arma Mortal y 48 Hs como las películas fundadoras– y se ha continuado hasta nuestros días con mayor o menor fortuna.

Fue su década inicial, sin embargo, donde de mejor salud gozara y allí, como hasta los tempranos 90, se repitió hasta el hartazgo: Danko, al rojo vivo, Duro de Matar 3; Bad Boys y Tango & Cash (ya volveremos a esta), y se transformó en sinónimo de diversión y entretenimiento.

Es precisamente eso, lo que ha buscado desde sus inicios la saga de Rápido y Furioso. Originalmente un levante descarado de Point Break –una de las mejores películas de acción de todos los tiempos– intercambiando surfistas por fanáticos de autos con poca fortuna, tuvo un lento devenir hacia el delirio disparatado de la acción más exagerada. Luego de un par de entregas olvidables y olvidadas (en lo personal, la tercera, ambientada en Tokio, era la única que me caía simpática), se afirmó en la franquicia el director Justin Lin y, de su mano, se transformó en el fenómeno mundial y popular qué es hoy.

Así, de alguna forma, los ladrones de autos liderados por Vin Diesel (el motor real dentro de un elenco muy limitado) evolucionaron hasta agentes secretos con especialidades dignas de competir con Ethan Hunt, en algún equipo de Misión Imposible, mientras que las situaciones en las que se fueron viendo envueltos crecieron y crecieron en intensidad, complejidad, número de explosiones, persecuciones y delirantes escenas de acción que harían empalidecer al más entregado superhéroe de la factoría Marvel.

Amigos y rivales

En esta escalada de exageraciones, dos personajes se sumaron –ambos primero como antagonistas y luego como reluctantes compañeros del equipo original– y empezaron a brillar con luz propia: el agente del Departamento de Defensa Luke Hobbs (Dwayne Johnson) y el criminal británico Deckard Shaw (Jason Statham).

La suma de dos situaciones –la más sana, que ambos personajes e intérpretes brillaban con luz propia; la menos sana, que Diesel empezó a sentir esta luz, especialmente en el caso de Johnson, como una sombra– motivó que tengamos ahora un spin off –una derivación original de una saga establecida– con ellos como protagonistas y es una gran noticia tanto para los fans irreductibles de Rápido y Furioso, como para aquellos que hemos evitado la saga luego de darnos varios golpes duros contra su innegable estupidez.

Porque Rápido y Furioso: Hobbs & Shaw incluye sí aquello que ya habíamos visto, pero le suma la más aconsejable buddy movie, la increíble mano de un especialista de películas de acción como lo es David Leitch (John Wick, Deadpool 2, Atomic Blonde) y privilegia el carisma indiscutible de sus dos estrellas –Johnson y Statham– quienes, sin duda alguna, ocupan el podio actual de los mejores protagonistas del cine de acción.

Dos pelados contra el mal

La trama es sencilla pero efectiva: primero, cada uno por su lado y luego, obviamente juntos, los protagonistas deberán encontrar un virus mortal, de esos que extinguirían la vida de la Tierra en un periquete. Claro que en el medio se mete Hattie (Vanessa Kirby, quien se roba a dos manos la película), una agente de MI6 que se hará con el virus y quedará en la mira de los buenos y de los malos. Si agregamos que los malos son liderados por Brixton (Idris Elba quien, como se sabe, te da +1 a todo lo que aparece, aquí en una moto transformer que aporta por sí misma otro +1), un humano mejorado genéticamente (¿o robóticamente, quién sabe?) que es –como él mismo se describe– un Superman negro, las cosas serán realmente complicadas.

Así, tendremos todo lo que venimos a ver cuando buscamos una película de estas. Impresionantes set-pieces que suben de intensidad a lo largo de la película –creo, sin embargo, que la mejor transcurre bastante temprano: la persecución que se da en Londres entre motos y el McLaren–, una buena cantidad de problemas, el cruce permanente entre los amigos/enemigos (la química entre Johnson y Statham es tangible) y una escalada en la acción que no se detiene –aunque sí un poco se estira con un viaje a Samoa algo sacado de la manga– y que hasta deja todo pronto para una secuela que, sin dudas, ya está confirmada.

Aunque no es una película “de actores”, y alcanza y sobra con nuestros pelados en acción, los aportes de Kirby, Elba, más pequeñas escenas de Helen Mirren, Eddie Marsan y Cliff Curtis (junto a dos apariciones sorpresa que no adelantaremos aquí, una excelente, la otra un tanto ruidosa) suman y demuestran que probablemente el mayor problema de las Rápido y Furioso no era lo ridículamente exagerado de su acción o lo divagado de sus argumentos, sino el no tener protagonistas por los que, en definitiva, uno quisiera hinchar.

Como sea, es la primera vez que algo que lleva “Rápido y Furioso” en su título entrega un grato entretenimiento (aunque sea la misma clase de estupidez redomada).