La semana pasada señalamos que las crecientes referencias a la política económica en la campaña electoral esquivan, con demasiada frecuencia, las verdaderas disyuntivas. Así sucede, entre otros temas, con el del papel del Estado.

El candidato del Partido Colorado, Ernesto Talvi, está más cerca que otros de plantear con transparencia sus criterios en la materia, e insiste, por ejemplo, en contraponer los “empleos genuinos en el sector privado” con el “exceso” de empleados públicos. Pero cuando ese tipo de afirmaciones es cuestionado, alega que se tergiversa su pensamiento. Parece que quisiera heredar la imagen de alguien que “canta la justa”, cultivada por su mentor Jorge Batlle, con una orientación ideológica semejante pero sin los costos correspondientes.

El programa del Partido Nacional (PN) y los dichos de su candidato, Luis Lacalle Pou, eligen un acercamiento mucho menos claro a la cuestión. Por un lado, se afirma que los impuestos y tarifas, orientados a financiar un gasto estatal desmesurado, agobian al “país productivo” y frenan o impiden su desarrollo; por otro, se asegura que esto podrá ser corregido por la vía exclusiva de evitar despilfarros e ineficiencias. Incluso se reitera que una gran cantidad de las políticas aplicadas por los gobiernos frenteamplistas son acertadas, y que sólo es preciso “perfeccionarlas”.

La falta de claridad de los partidos mayoritarios para expresar su visión del rol del Estado tiene que ver con la intención de ganar confianzas entre votantes que no se sienten cómodos con las alternativas extremas.

Las referencias en el programa del PN a eventuales privatizaciones, desregulaciones y aperturas al mercado internacional abundan en eufemismos y sobreentendidos. Hay afirmaciones políticas muy duras y tajantes, como la de que “los gobiernos del Frente Amplio [FA] han visto a las empresas públicas como instrumentos de recaudación, como una pista para el lanzamiento de carreras políticas personales o como un espacio desde donde organizar negocios poco transparentes” (sin mención de que alguna empresa pública haya sido gestionada, en los últimos 15 años, con alguna otra intención), pero a la hora de explicar qué se quiere hacer con ellas realmente no queda demasiado claro cómo será posible hacer todo mejor con menos plata.

A su vez, el FA también apela con frecuencia a circunloquios y matizaciones cuando habla del Estado, como si quisiera disimular el hecho –por demás evidente– de que le asigna un rol mucho más amplio y relevante que sus competidores, aunque también sea obvio que, con el paso de los años en el ejercicio del gobierno, el estatismo puro y duro ha perdido peso dentro de la coalición de izquierdas. Sin ir más lejos, esta semana el ex presidente José Mujica dijo que “para generar recursos, el Estado tiene que invertir asociado con los privados, y que a los privados les vaya bien tirando del carro de ellos, así favorecen también el interés del Estado, y se termina con esa dicotomía”.

Esto tiene que ver, al igual que en el caso de la oposición, con la intención de ganar confianzas entre votantes que no se sienten cómodos con las alternativas extremas y prefieren creer que en todo es viable y conveniente una posición intermedia. Pero no siempre es así, y las elecciones son, como su nombre lo indica, para elegir.