A principios de marzo pensaba que el coronavirus sería parte de un párrafo de un libro de historia global en el que se reseñaría una serie de enfermedades que se originaron en Asia a fines del siglo XX e inicios del siglo XXI. No pensaba que el coronavirus de 2020 sería algo especial, ni que podría funcionar como un catalizador de la crisis de la globalización que se inició en 2008 y tuvo su expresión en nuestra región con el fin del ciclo de los commodities.

En este contexto, tanto el multilateralismo como la integración regional, la coordinación política y la cooperación internacional son puestas a prueba. Las derechas antiglobalistas también son desafiadas, y con ellas sus líderes. Boris Johnson, Donald Trump y Jair Bolsonaro, por ejemplo, tuvieron posiciones que privilegiaron el mantenimiento de la actividad económica por sobre los efectos sanitarios negativos en la población, conjugados con discursos de cuestionamiento a los saberes científicos. El capitalismo desnuda las desigualdades, colocando en el centro el necesario debate sobre el papel del Estado. Perder el trabajo o la asistencia sanitaria, o no lograr el sustento diario son pesadillas potenciadas en estados en los que el mercado es el gran asignador de recursos, y también en gobiernos de derechas liberales y globalistas. Las decisiones tomadas generarán impactos políticos en varios niveles, y muchas discusiones quedarán abiertas.

El sábado 14 de marzo, ya con coronavirus en Uruguay, la analogía con la Baja Edad Media comenzó a rondarme. Hacía días que lo que ocurría en Asia y Europa era preocupante, pero algunos razonamientos recién parecen emerger cuando la pandemia golpea la puerta más cercana. Y allí fue cuando pensar en la peste negra del siglo XIV cobró sentido para quien escribe estas líneas. Intentar mirar los acontecimientos y las coyunturas en diálogo con el tiempo largo, con la larga duración, es siempre un ejercicio necesario que nos amplía la mirada.

Esta peste transformó aspectos claves de la mentalidad de hombres y mujeres de la Edad Media y formó parte de un proceso que dio paso a la Época Moderna (XVI-XVIII). La manera de vivir, de concebir la enfermedad y de percibir la muerte sufrieron cambios que impactaron sobre múltiples dimensiones de la vida humana en Europa. Hoy las ciencias son un escudo, y las comunicaciones nos traen más información de la que podemos procesar. En tiempo real vemos cifras, casos y escenas de la vida cotidiana durante la pandemia. Esa es una gran diferencia con el siglo XIV. En aquel momento algunos podían estar desconectados y no visualizar la situación, vivir durante los tiempos de pandemia ignorando lo que ocurría.

Los fundamentos del mundo moderno, un texto clásico de fines de la década de 1960 de los historiadores italianos Ruggiero Romano y Alberto Tenenti, comienza el capítulo sobre la crisis del siglo XIV con un análisis de “la fractura demográfica” que significó el azote de la “muerte negra” (peste bubónica), que tuvo su punto de mayor gravedad entre 1347 y 1353 y mató a un tercio o más de la población europea. Como resulta obvio, el impacto de esa enfermedad es incomparable con la actualidad en términos de decesos y también en lo relativo al alcance de su propagación, dado que aún el mundo moderno no conectaba todos sus continentes.

“La peste del siglo XIV impactó más allá de lo demográfico, y dio lugar a cambios estructurales. Incluso hay análisis históricos que la asocian al fin del Imperio Romano de Oriente (Bizancio)”.

Igualmente, hay algunas similitudes. La peste negra se originó en Asia, y pasó a través de las pulgas de las ratas a los humanos. La expansión de los mongoles sobre los límites de Europa, su control sobre la ruta de la seda y las ratas que viajaron en los barcos europeos a puertos de las actuales Italia, Francia y España, pasando por la actual Turquía, facilitaron que la peste llegara de Asia a Europa. Hoy otra zoonosis recorre el planeta. Llegó de Asia a Europa y se expandió por el globo a través de las rutas del comercio y las comunicaciones, pero ahora sí estamos en tiempos de globalización o, como veremos más adelante, de crisis de globalización.

La peste del siglo XIV impactó más allá de lo demográfico, y dio lugar a cambios estructurales. Incluso hay análisis históricos que la asocian al fin del Imperio Romano de Oriente (Bizancio), por ejemplo. En toda Europa, la economía y la forma de producción registraron cambios que impactaron en la estructuración social y en la discusión sobre la distribución del poder político. El historiador francés Fernand Braudel caracterizó a las mentalidades como cárceles de larga duración, pero en ese período comenzaron a cambiar, porque, como planteó otro historiador francés, Pierre Vilar, las crisis no son menos agudas en las conciencias que en los hechos.

La peste no fue el huevo de la serpiente, pero puede entenderse como un catalizador que, interactuando con múltiples factores, contribuyó a configurar la crisis del siglo XIV que afectó la economía, la sociedad, y las estructuras políticas y culturales de Europa. Se inició así el naufragio de un mundo y sus valores, algo que solamente pudo ser visto en el largo plazo. Frente a la crisis, las reacciones fueron múltiples. Los flagelantes, luego declarados herejes por el papa, recorrieron Europa azotándose entre cantos y rezos, mientras que la entrega a los placeres fue otra respuesta a la supuesta inminencia del fin, ya fuera de la vida individual o de los tiempos.

El Cristo todopoderoso de las representaciones artísticas de la Edad Media dio paso al Cristo doliente del Renacimiento. Los de Miguel Ángel y el Bosco serían parte de los varios juicios finales de la época, que capturaban el espíritu de los tiempos. Las trágicas imágenes de Alberto Durero y la icónica construcción de la Parca en la pintura de Pieter Brueghel el Viejo son representaciones de esta crisis. La angustia dio paso al cuestionamiento de la iglesia. Lutero inició en 1517 la reforma protestante e Ignacio de Loyola, en nombre del papa, comenzó la lucha contra la disidencia. La cristiandad se dividiría, en adelante, en diferentes visiones sobre la relación entre el hombre y la divinidad.

El ser humano, el individuo, protagonista del tiempo, redefinía su lugar en el universo y su relación con Dios. El antropocentrismo como motor de la filosofía humanista y los cambios en las ciencias hundieron sus raíces en la crisis del siglo XIV. Algunos saberes científicos comenzaron a esbozar rasgos mecanicistas, diversos, que dialogaron y se retroalimentaron con diferentes campos intelectuales, por ejemplo con la filosofía política. Los monarcas de reinos ricos, por la expansión comercial que conectó el globo, fueron explorando formas de unificación del poder que parieron las monarquías absolutistas como etapa de reconfiguración del poder aristocrático, mientras la burguesía, engendrada en la contradicción, acumulaba capital y preparaba sus palas de sepulturero. Los grandes viajes, la acumulación de capital, el mercantilismo, el desarrollo de las comunicaciones fueron “conectando” el globo y, ahora sí, constituyendo un espacio interconectado. La expansión material y cultural europea dejó sus legados hasta el presente, gracias al proceso globalizador. La crisis del siglo XIV no solamente transformó mentalidades, sino también estructuras materiales que forjaron el mundo moderno.

Los tiempos de crisis que vivimos pueden tener importantes impactos en las mentalidades fruto de la pandemia. Pero ese fenómeno se conjuga con un proceso de más largo aliento, que es la crisis de la globalización, que implica cambios estructurales muy significativos.

La peste de 1348, como se la conoce generalmente en términos históricos, no fue imprevista. Tampoco esta pandemia. Aquella, igual que esta, se entrelaza en ciclos que encadenan epidemias y carestías. La pandemia golpea al planeta luego de la crisis de 2008, que afectó profundamente las economías de los principales nodos del capitalismo actual. Los perdedores de la globalización reciben hoy el golpe de la enfermedad. Los insatisfechos, los que no ven sus expectativas colmadas, los que descreen de la política y protagonizan reacciones frente a la diversidad social, cultural y de identidad de género, por ejemplo, son hoy parte de los que se ven impactados por la epidemia. Algunos de estos insatisfechos son los que han abrazado a los neopatriotas de las derechas que cuestionan el orden liberal internacional (el orden de la globalización), que reclaman una “vuelta” a valores tradicionales y reaccionan frente al avance de agendas de nuevos derechos y que incluso, en algunos casos, han mostrado posiciones marcadamente enfrentadas al discurso científico y de la gobernanza multilateral en temas de salud global. Se encuentran insatisfechos o defraudados. Activados políticamente, hoy se encuentran en este escenario de incertidumbre y vislumbrando los impactos económicos y sociales de la crisis, que tendrá sin dudas profundas consecuencias políticas y culturales también.

Como recuerda Rafael Mandressi, nuestro compatriota historiador de la medicina, una epidemia es una visita de una enfermedad a un demos. Y al visitar el demos se constituye en un acontecimiento que demanda decisiones y, por lo tanto, se transforma en un problema político. La pandemia es democrática porque puede llegar a todos, pero esa idea en el fondo es ilusoria. Las desigualdades se acentúan en este contexto. No es lo mismo vivir esta situación en un apartamento de la zona sur de Río de Janeiro que en una favela de la misma ciudad, por ejemplo. Basta leer el Decamerón de Boccaccio (c. 1351-1353) o ver la versión cinematográfica –en clave dramático erótica– de Pier Paolo Pasolini para pensar cómo la cuarentena se vive de forma diferente según el contexto social en el que la enfermedad nos acecha. Inventada como respuesta a la peste del siglo XIV, la cuarentena, hoy y ayer, puede ser un privilegio en función de las desigualdades imperantes en las sociedades. Mientras unos pueden quedarse en sus casas, otros tienen que salir a trabajar, la pasan mal o pueden perder sus trabajos. Cuando el Estado no actúa lo suficiente, el mercado cobra una centralidad que deja al desnudo sus mecanismos. Recordarlo, ser conscientes de esto y actuar en consecuencia es imperioso.

“Gobernar obliga a poner varios factores en la balanza a la hora de tomar decisiones. La salud, la economía, las desigualdades de clase, etnia y género –y sus interseccionalidades–, entre otros aspectos, son incluidos o excluidos y ponderados a partir de ideas, intereses y reglas de juego en los procesos decisorios”.

Al demandar decisiones políticas, el enfrentamiento a la enfermedad desnuda las relaciones entre política y medicina. El problema es social, además de médico. No se pretende aquí abordar aspectos epidemiológicos o médicos, dejemos eso a quienes dedican su tiempo al estudio de estos temas y reflexionemos acerca de cómo algo que parece tan técnico es también, como todo, un asunto político. Gobernar obliga a poner varios factores en la balanza a la hora de tomar decisiones. La salud, la economía, las desigualdades de clase, etnia y género –y sus interseccionalidades–, entre otros aspectos, son incluidos o excluidos y ponderados a partir de ideas, intereses y reglas de juego en los procesos decisorios. La tensión entre libertad individual y bien común cuestiona y abona el debate sobre el control social. Los tiempos de crisis desafían el orden social y sus fundamentos.

En el siglo XIV, durante la peste y tiempo después, la incertidumbre se transformó en el espíritu de los tiempos. Provisionalidad e inestabilidad fueron acompañadas del miedo al contagio y un énfasis individual que separaba a unos de otros. Los ciclos de carestía y epidemia engendraron degradación en las costumbres. La irracionalidad se impuso, originando los “pogromos”: odio por razones étnicas con imbricaciones religiosas, que muchas veces ocultaba odio de clase, si se permite este anacronismo, que llevó a la persecución del extranjero –judío, morisco, etcétera–, identificado como el origen de los problemas o como aquel que se quedaba con lo que debía tener o recibir el otro que “verdaderamente” debía recibirlo o tenerlo. La xenofobia y otras muestras de este tipo de odio, cuyo corazón entraña una serie enorme de miedos, están presentes en nuestros tiempos de crisis de globalización, y la pandemia puede catalizarlas.

José Antonio Sanahuja, internacionalista y politólogo español, sostiene que desde 2008 el sistema internacional atraviesa un cambio de ciclo histórico. Por la senda de Robert Cox y Susan Strange, partiendo de la teoría crítica neogramsciana de las relaciones internacionales y la economía política internacional, analiza la estructura del sistema internacional como una realidad diferenciada, configurada por aspectos materiales, instituciones, normas, ideas y conocimiento, que es el marco de acción que constituye a los actores y les facilita o restringe capacidad de acción. La crisis de globalización es una gran transformación, en el sentido de Karl Polanyi, que afecta las bases económicas y sociales globales en el marco de un cuestionamiento del orden político nacional e internacional asociado. De esta forma, estaríamos viviendo una etapa de cambio estructural que daría fin a la etapa que siguió a la Guerra Fría.

¿Qué características visualiza Sanahuja para entender la crisis? En este contexto existen cambios de poder estructural, pero no como suponen los realistas –la corriente dominante en las relaciones internacionales–, que piensan en un sistema internacional anárquico en el que las interacciones son pautadas por el poder y el interés y proponen que vamos rumbo a un enfrentamiento entre China y Estados Unidos. Por el contrario, el camino sería hacia un mundo multicéntrico. Por ejemplo, vale la pena pensar en el reposicionamiento de Rusia en la última década. La interdependencia hace costoso el enfrentamiento entre potencias. Se agota un ciclo económico y tecnológico de producción transnacionalizada, mostrando sus límites ecológicos y sociales. Mientras tanto emergen actores antiglobalización, mayoritariamente de derecha, que cuestionan el orden liberal internacional que caracterizó la gobernanza multilateral global construida luego de la Segunda Guerra Mundial.

La crisis de globalización que vivimos como demos global recibe hoy la visita del coronavirus. Las salidas posibles a esta situación tensionan los ejes en que los actores se posicionan. Líderes políticos y referentes intelectuales trazan caminos en los que unos optan por el nacionalismo y las salidas autárquicas mientras que otros advierten de la importancia del multilateralismo, la cooperación, la solidaridad y el internacionalismo. Prestigiosos académicos ven escenarios diversos a futuro. Por ejemplo, mientras la internacionalista argentina Diana Tussie vislumbra un aumento de la resistencia a la globalización, desde Brasil el politólogo Dawisson Belém Lopes piensa un escenario a medio camino entre salidas nacionalistas y globalistas. La coincidencia parece estar en que la globalización tal como la conocemos sufre cambios importantes en este contexto.

La pandemia pone a prueba a los actores emergentes de la crisis de globalización iniciada en 2008: las derechas neopatriotas, antiglobalistas, populistas, nacionalistas y reaccionarias. En Reino Unido y Estados Unidos hoy están frente a una crisis, y sus retóricas minimizadoras de la situación pueden tener costos. En Hungría, Viktor Orbán avanzó en la consolidación de un gobierno iliberal, que concentró el poder en sus manos, suspendió las elecciones y restringió las libertades individuales en el marco de la crisis sanitaria, lo que lo ha convertido en el primer miembro no democrático de la Unión Europea, según las conceptualizaciones y mediciones de la democracia que realiza V-Dem. En nuestro continente, Brasil vive una profunda crisis de gobierno en el marco de la pandemia, y la posibilidad de quiebres institucionales no está fuera del menú, más si se atienden las contradictorias voces de sus élites económicas, las tensiones entre los tres poderes de la República, el avance de los militares en el gobierno y el aislamiento del presidente Jair Bolsonaro, que continúa en una línea de conducta que cuestiona y rechaza las ciencias, actitud que debe ser diferenciada de una posible aproximación crítica a los saberes científicos.

“La cuestión, a corto plazo, es qué pasará con las derechas antiglobalistas. ¿La pandemia las fortalecerá o las debilitará? ¿Les generará más oportunidades de acción o mayores restricciones?”.

La peste fue una pieza en la configuración de la crisis del siglo XIV que dejó atrás el medioevo y colaboró con la génesis de la modernidad. La pandemia actual podría actuar como catalizador de la crisis de globalización, o como shock externo a los procesos políticos que esta situación presenta. La cuestión, a corto plazo, es qué pasará con las derechas antiglobalistas. ¿La pandemia las fortalecerá o las debilitará? ¿Les generará más oportunidades de acción o mayores restricciones? Y a largo plazo la cuestión puede ser cuánto afectará la pandemia a nivel estructural. Antonio Gramsci advertía: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. La pandemia puede tener un efecto catalizador, que acelere el tránsito hacia una etapa de posglobalización, como propone Sanahuja, en el sentido del fin de la globalización que conocimos. Una etapa de más fragmentación y de reorganización de cadenas productivas y mercados, a la vez que de una mayor integración de la economía digital. Parece abrirse tiempo para una etapa de mayor incertidumbre y, por lo tanto, de más capacidad de acción. Tiempo para repensar el papel del Estado, las desigualdades, la asignación presupuestaria a la salud y el bienestar, la investigación y el desarrollo, entre otros asuntos. La cuestión es si estas tareas son asuntos de los estados o demandan repensar la cooperación internacional y la gobernanza global. Será clave qué actores políticos salgan fortalecidos y debilitados, según su éxito o fracaso frente a la pandemia y su capacidad de construir narrativas sobre esto. Este tiempo es de claroscuros, mientras un ciclo histórico parece estar cambiando. Ojalá podamos pensar en una nueva forma de internacionalismo, más solidario y humano, pero esto es solamente un deseo. Mientras tanto, la pandemia está en proceso.

Camilo López Burian es doctor en Ciencia Política, docente investigador del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.