Conduce el periodístico más duradero del dial y sigue siendo una referencia para colegas y oyentes. En los últimos años, además, En perspectiva, dejó de ser un programa y se convirtió en un concepto mediático que atraviesa la grilla de RadioMundo. Emiliano Cotelo habla sobre sus obsesiones y proyectos, y también sobre el origen de su pasión por la comunicación.
A propósito del reloj suizo en su muñeca izquierda, por el que le pregunto después de terminar nuestra primera charla en el estudio de RadioMundo, me cuenta que “en realidad” ese no es su “reloj titular”, que su habitual ahora tiene la malla metálica rota, y no lo ha podido mandar a arreglar por falta de tiempo. Emiliano Cotelo (61) acaba de cumplir 35 años con su periodístico radial En perspectiva, y desde 2015 se encuentra embarcado en un ambicioso proyecto de comunicación (En Perspectiva Producciones) que incluye el diseño y la puesta al aire de la programación de Radio Mundo 1170 AM, los contenidos del portal web enperspectiva.net y los de su canal de Youtube.
Un miércoles a las dos de la tarde, la calva de Óscar Romero (operador de la tarde) se multiplica en el amplio cristal del lujoso estudio de radio. Sobre un televisor, la hora exacta se dibuja en números rojos y digitales, y en la mesa del estudio, un pequeño reloj de arena descansa engañosamente entre micrófonos, una biblioteca, y la ventana que deja entrever el monumento a José Gervasio Artigas en la plaza Independencia, las hojas de una palmera y la Torre Ejecutiva.
Chocamos codos con su saco de pana. Es más alto y amable de lo que esperaba. Se lo nota entusiasmado con todos los chiches de la radio y con el futuro de En perspectiva. Menciona mucho a sus oyentes como parte fundamental del proyecto y un poco se defiende cuando se insiste con su personaje obsesivo. “Probamos cosas todo el tiempo. Efectivamente tengo algo de perfeccionista y riguroso, pero a la vez, con el equipo estamos todo el tiempo experimentando. Y cuando experimentás, muchas veces le errás y te salen las cosas mal. Yo estoy dispuesto a asumir riesgos”.
Cuando llegás acá a la radio, temprano en la mañana, ¿ya hay alguien?
Normalmente, cuando yo llego, a eso de las cinco y cuarto, están Omar García, que se encarga de la redacción de los titulares nacionales, y Romina Andrioli [coconductora de En perspectiva], pero desde el 13 marzo Omar trabaja desde su casa, y Romina está de licencia maternal, así que el primero en llegar soy yo. Al rato llega Gabriela Pintos [periodista], y Ariel Gómez, el operador de la mañana.
¿Cómo es tu rutina cuando llegás a la radio, qué cosas te van poniendo en ritmo antes del programa? ¿Te tomás un café?
Me preparo el mate y me pongo a repasar las últimas decisiones que hay que tomar, algunos de los archivos que el equipo de producción mandó durante la noche, y a leer los diarios para ver lo más nuevo, y con Omar cerramos los titulares. Esa es la madrugada. El café llega después, a las siete, siete y media.
Así que casi que llegás y ya te ponés a trabajar. No hay mucho calentamiento.
No, al revés. Siempre estoy atrasado. Por más en hora que llegue, siempre estoy atrasado. Para trabajar con más comodidad tendría que llegar a las cinco de la mañana o antes. Ojo, cuando me despierto en casa ya estoy enchufado. En el teléfono hay una parte del correo electrónico, siempre escucho algunas radios españolas, por ejemplo. Entonces de algún modo me coloco en el día. Aprovecho la diferencia horaria para saber por dónde viene lo que ya está pasando.
Hace unos años, en una entrevista en El País dijiste: “Me gusta meterme en problemas, plantearme desafíos”. En marzo, como si el escenario de pandemia no fuera suficiente, la radio tuvo un caso positivo de covid-19. Se me ocurre que este tiene que haber sido uno de tus mayores desafíos.
Probablemente. Tuvo características de tormenta perfecta. Experimentamos la emergencia sanitaria el día cero. Antes de que en Uruguay se empezara a hablar de los primeros cuatro casos, ya estábamos metidos en uno de esos casos, por la vía de una de nuestras productoras, que trabaja en la tarde. Eso nos obligó a sumergirnos en los protocolos sanitarios, redistribuir el trabajo, ver quiénes tenían que hacer cuarentena, y resolver la parte técnica. Después, teníamos la propia temática de la covid-19, que se nos instaló y nos copó el trabajo periodístico, con el riesgo de estar saturando a la gente. Hasta que con el correr de las semanas se fueron abriendo puertas para tratar otros temas. Fue muy raro. Llegamos al extremo de que ni yo estaba acá [en los estudios de la radio]. Lo único que se puede sacar como conclusión de esa experiencia extrema es que se puede trabajar de una manera descentralizada, aunque no sea lo más cómodo.
Hay una imagen de un Emiliano muy obsesivo y detallista. Vos me dirás cuánto de eso se corresponde con la realidad, pero de todas formas quería saber cómo te afectó a vos personalmente esta situación inédita.
Y sí, tengo algunas de esas características. Fue brava, tuvimos que hacer aprendizajes acelerados de varios temas. En lo técnico, por ejemplo, cuando tuvimos que irnos a trabajar cada uno desde su casa, hubo que implementar soluciones de conexión entre cada uno de los puestos de trabajo y el estudio, que el primer día, el segundo, el tercero, no estuvieron prontas, o más o menos. Tuve que resignarme a que hubiera muchas imperfecciones, accidentes, ruidos, voces que salían bien y otras más o menos.
“Como soy tan cuidadoso, la crisis sanitaria implicó resignar una cantidad de exigencias, pero al mismo tiempo era entusiasmante porque estábamos creando un sistema de trabajo nuevo”.
¿Cómo lidiaste con esos momentos?
Opté por transparentar totalmente la situación con los oyentes. Les expliqué que estábamos en una emergencia logística y técnica, y que iba a haber perturbaciones. Como, además, el programa tiene una transmisión en video, hay que cuidar una cantidad de aspectos increíble. Una cosa es “La tertulia” [sección clásica del programa] con los cuatro integrantes de la mesa sentados acá, las cámaras, y un operador de video, y otra fue pasar a trabajar con videollamadas, dependiendo de las conexiones a internet, las cámaras, la iluminación de cada uno. Se multiplicaron al infinito las posibilidades de percances y detalles a ajustar, pero nos metimos. Para mí, que soy tan cuidadoso, implicó resignar una cantidad de exigencias, pero al mismo tiempo era entusiasmante porque estábamos creando un sistema de trabajo nuevo, que nos dejó una cantidad de aprendizajes.
¿Hay alguien que te diga “pará, Emiliano, con esto hasta acá”, o “andá por otro lado”, o “aflojá un poco”?
Afortunadamente, dentro del equipo periodístico eso ocurre, ya sea con quien coconduce conmigo o con el jefe de producción. Por suerte ese diálogo existe y es fermental, vale la pena. Y, por supuesto, en mi casa también. Con mi esposa Alexandra [Morgan], que es periodista y se ha dedicado a la comunicación buena parte de su vida, estos temas aparecen, con aportes o cuestionamientos, y a partir de ellos recalculamos. Con Romina tenemos esas discusiones, lo mismo con otros compañeros anteriores.
¿Mirás series?
Me cuesta engancharme con series muy largas. Seguí The Crown, pero, por ejemplo, de House of Cards vi algún capítulo. Prefiero ver películas de duración razonable, 90 minutos. Las películas de dos o tres horas no cuentan conmigo.
Matthew Weiner, el creador de la serie Mad Men, contó en una entrevista que una de las premisas para construir a sus personajes era: las personas no cambian, cambian los estilos, sus historias, las etapas de su vida. En 35 años de En perspectiva, ¿sentís que has cambiado junto con el programa?
Claramente, cambié mucho. Tenía mucho menos cintura en la salida al aire. Era más rígido como conductor. Un programa tiene dos partes: los contenidos y todo el bordado que se va haciendo entre contenido y contenido, en el vínculo con los oyentes; el hilvanado para que eso sea un conjunto. En esta tarea de conducción del programa, yo tengo claro que al principio era muy torpe, muy monocorde, monótono, y con los años me fui soltando y sintiéndome más cómodo. En el manejo de la voz, también, siento que se volvió más versátil. Y después hay cambios que tienen que ver con la tecnología. Cuando empezamos a hacer el programa, en 1985, casi no teníamos contacto con los oyentes: había un teléfono y llegaban algunas cartas. Ahora, desde que existe Whatsapp nos fuimos al otro extremo. Estamos haciendo el programa con Romina y al mismo tiempo leemos los comentarios que los oyentes nos mandan. Ese es un cambio gigante. Nosotros pasamos la mañana pendientes de esos mensajes. Estoy haciendo una entrevista y de reojo voy leyendo lo que nos dicen los oyentes. Y no es algo que hagan muchos programas.
“Me choca una forma de hacer radio muy extendida y barata, que consiste en un par de personas que leen una noticia y dicen lo primero que se les ocurre”.
Hace unos años hablaste de la utilización del humor en un periodístico casi como un obstáculo. Te lo pregunto porque me da la sensación de que te estás permitiendo algunas cuotas de humor en tus comienzos de tertulias.
Creo que el comentario aquel se refería a una cosa que me choca de una forma de hacer radio que está muy extendida, y que además es una forma muy barata, que consiste en un par de personas que leen una noticia y dicen lo primero que se les ocurre. Todos podemos decir cosas graciosas cuando miramos los diarios o el informativo en la televisión, pero que eso sea parte de una propuesta periodística, la verdad, me saca un poco de las casillas.
Igualmente, escuchándote, me llamaron la atención esas cuotas de humor que te estás permitiendo.
Eso es otra cosa.
Pero se me ocurre que hasta no hace mucho tiempo no te las permitías.
Puede ser, no sé qué antigüedad tienen. Seguramente no es algo que ocurriera hace diez años. Capaz cinco, tres, no sé. Pero sí, ha habido un afloje de mi parte, pero por el lado de ir hacia algo más coloquial, menos formal, de introducir pequeños detalles personales, de algún tertuliano o mío, simplemente para generar el ambiente para la conversación, incluso para que el oyente se enganche mejor.
“En el desarrollo de la grilla de RadioMundo buscamos conjugar la veteranía con la sangre, las ideas y una sensibilidad más joven”.
En la grilla de RadioMundo, con programas como Atípica, Galgo Mundo, o incluso en Oír con los ojos, se nota cierta sensibilidad juvenil o propia de una generación joven, más allá de los contenidos de los programas.
Si En perspectiva tiene 35 años es porque el equipo se ha ido renovando permanentemente y siempre se ha apoyado en gente más joven que yo. Creo que la renovación generacional es fundamental, y a la hora de armar un proyecto más amplio, como este, la mentalidad es la misma. Está claro que nosotros tenemos una audiencia de mi edad y algo mayor, pero a esa audiencia queremos ofrecerle una propuesta más joven, que la desafíe. Esa mezcla es posible. El propio programa En perspectiva tiene una audiencia de una variedad de edades amplia. Tal vez no lo tenía tan racionalizado, pero hay un factor importante en el desarrollo del proyecto, que tiene que ver con conjugar la veteranía con la sangre, las ideas y una sensibilidad más joven.
Hace unos días, la red social Twitter denunció a Donald Trump por uno de sus tuits, y él dijo que había que cerrarlo. A propósito de la noticia comentaste en tu programa: “Twitter ha venido a enrarecer mucho algunos debates en la sociedad... Por ejemplo, el de la grieta”.
No sé quién dijo hace poco que Twitter es el lugar del odio. No es sólo eso, pero una parte importante de lo transcurre allí es odio. Twitter puede existir y albergar lo que ocurra, pero francamente me preocupan las consecuencias de que una parte de su tráfico sea el odio. Primero, porque hay gente que se pelea allí, queda envenenada y después esparce su herida en sus entornos. Segundo, porque una parte de esa guerra de odios transcurre con actores ficticios. Es cierto que hay mucha gente con nombre y apellido, y muchos dirigentes políticos con nombre y apellido, que participan en esas batallas, pero una parte de esos soldados son anónimos: cuentas falsas, trolls, bots. Me parece inquietante. Por tanto, una parte de la temperatura que adquieren esas polémicas es artificial, manija, no corresponde con seres humanos reales, pero las batallas en el micromundo que es Twitter terminan esparciéndose por ahí. Sin perjuicio de ello, mi sensación es que la grieta que aparece en Twitter como muy pronunciada se expande algo más a partir de la gente que se mete y mira, pero no es una representación de la grieta real, de lo que pasa en la sociedad. Sin embargo, muchas veces los periodistas estamos demasiado pendientes de Twitter y tendemos a identificar lo que pasa ahí como la realidad. Me parece que esa transmisión de un lado para el otro es algo nocivo. Hay líderes políticos y periodistas muy pendientes de ese núcleo donde el odio sube y sube, y ahí tenemos un problema. Twitter tiene mil ventajas, pero tiene un lado negro que se está sobredimensionando. Y me preocupa especialmente cómo algunos personajes que tienen incidencia en la sociedad, sobre todo dirigentes políticos, son tan afectos a opinar y sacar conclusiones a la ligera, a generar enfrentamientos sobre la marcha, a propósito de un dato o de un titular de un diario, nada más.
Usás la palabra “grieta”, que está instalada, por ejemplo, desde hace tiempo en la realidad de la sociedad argentina. En definitiva, ¿ creés que en Uruguay también existe una grieta?
Creo que sí, existe. No tiene la dimensión que puede tener, por ejemplo, en Argentina. Yo converso con gente, de un lado y del otro de la grieta, que está muy manijeada. No sé cómo se mide el alcance, la profundidad de una grieta en una sociedad, pero que existe, que la quebradura apareció, sin dudas.
Una de las banderas de En perspectiva siempre fue la del periodismo independiente. ¿Cuán difícil resulta hoy, con las características de nuestro país, esa tarea?
En ese sentido, no noto dificultades. Sí noto, muchas veces, una demanda de alguna gente, de jugarse una determinada opinión o alinearse. Esa presión existe. Hoy hay formas de comunicación, Whatsapp, por ejemplo, que permiten que haya un tipo de oyentes que son muy vigilantes o autoritarios, y entonces tenés los que te miden a ver si te estás alineando para acá o para allá, y a cada rato te tiran pruebas: “Ajá, claro, le preguntaste tal cosa por no sé qué”, o “en ‘La tertulia’ estuvo Fulano porque estás operando para no sé qué lado”. Tenés a los oyentes inspectores y tenés lo que te dictan procederes: “Tenés que hacer tal cosa, llevar tal reclamo, prenderle fuego a Fulano”. Esa cosa existe. Desde otro punto de vista, político, o de condicionamientos de partidos o instituciones de gobierno, no.
Cuenta la leyenda que tu padre, Ruben Cotelo, tenía en su biblioteca más de 10.000 libros. ¿De qué libros te acordás de aquella biblioteca de tu niñez y adolescencia?
Mi padre era desde chico un lector voraz. No se formó en Humanidades, estudió Derecho y no terminó la carrera, pero se dedicó a la crítica literaria, de cine y de teatro, y después hizo periodismo de información. La biblioteca era amplísima, igual que su discoteca. Había sociología, filosofía, literatura, de todo. Probablemente lo que tengo más presente, y lo que más disfruté, es la parte de literatura, sobre todo en la época en la que me dio el ataque por la lectura, en los años de liceo, en veranos de vacaciones.
¿En tu casa o en alguna casa de veraneo?
A veces nos íbamos a alguna casa que alquilaba un tío mío, pero eso fue de más chico. En la época del liceo, los veranos los pasábamos en casa. Nosotros vivíamos en Villa Colón, por lo cual ir a la playa era toda una excursión. Recuerdo muchos veranos en casa. En 1971 o por ahí, me hice todo el atracón de literatura latinoamericana: García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, todo aquello vino en malón.
¿Tu padre te sugería lecturas o vos libremente elegías?
Lo más probable es que fueran sugerencias implícitas. En casa se hablaba todo el tiempo de libros, periodismo y actualidad. Mi padre hizo la parte de periodismo cultural sobre todo en Marcha, y después fue secretario de redacción en El País. Era su trabajo, y esos temas estaban todo el tiempo presentes, en los almuerzos, las cenas, las salidas a caminar por el barrio. Hay un libro en particular que me marcó mucho, que en realidad es una serie de libros: Los Thibault [de Roger Martin du Gard]. Es una novela con mucha historia metida. Y, por supuesto, varias de las novelas de los autores que te nombraba, Historias de cronopios y de famas, de Cortázar; La ciudad y los perros, de Vargas Llosa... Pero fijate que este, Los Thibault, no tiene nada que ver, es un libro anterior, de varias décadas atrás.
Y vos, como tu padre, saliste melómano.
Sí, y probablemente por culpa de la familia. Mi madre era profesora de piano y nos enseñó a mí y a mis tres hermanos. El que siguió con la música fue mi hermano Enrique, pero todos aprendimos algo. Y mi padre era muy aficionado a la música, a todo, pero en especial a la música clásica, la ópera y el tango. En casa siempre había música sonando. Si no era CX 6 Clásica, eran discos de la discoteca. Una escena muy viva en mi memoria, siendo chico yo, es: los sábados y los domingos de mañana en el escritorio de mi padre escuchando música y leyendo los diarios, con mi padre, mi madre y alguno de mis hermanos.
¿Tu gusto musical hacia dónde fue?
Para todos lados. Me gusta mucho el jazz, la música clásica, algo de ópera, me gusta mucho el tango, sobre todo lo que está alrededor de Piazzolla más que el tango cantado, la música brasileña, todo el MPB, la música francesa, argentina. Lo mío es muy ecléctico.
Otra coincidencia que encontré con tu padre es tu preocupación por el tiempo. Muchas veces te he escuchado expresar lo difícil que te resulta encontrar espacios en tu agenda para otros compromisos que no sean los de tu trabajo y los del programa, con las renuncias que esto implica. Hay por ahí una cita de textos de tu padre que empieza con “Cuando tenga tiempo...”. ¿Te queda tiempo para algo que no sea tu trabajo?
Afortunadamente, sí. Pero en una etapa como esta, en la que se suman un programa de lunes a viernes y un proyecto empresarial, la tarea es de mucha exigencia. Tiempo queda, no el que yo querría. A mí me gusta hacer lo que yo hago. Esta es mi pasión, pero sí, el trabajo, desde 2015 en adelante, contamina buena parte de mi semana. Siempre tengo pendientes. Obviamente, va a llegar un momento en que, desde lo empresarial, las tareas se puedan repartir un poco más y en que mi participación en el programa sea mucho más acotada de la que tengo hoy. Me cuesta imaginarme retirado o no haciendo un programa periodístico como este. La carga horaria que hoy implica hacerlo es excesiva, y es reducible, porque afortunadamente hay equipo. Romina ya es una profesional con todas las letras, y tiene mucho recorrido por delante, con lo cual es probable que aquí haya una continuidad. Yo trabajo, junto con el equipo, para que la marca En perspectiva y nuestra forma de hacer periodismo continúen y no se agoten con Emiliano Cotelo.