Costó alcanzar el cuórum del Senado en aquella última noche de la democracia uruguaya. Ya pasaban 25 minutos de las 0.00 cuando comenzó la sesión presidida por Eduardo Paz Aguirre. Carlos Julio Pereyra retomó su intervención interrumpida el día anterior sobre ANCAP mientras los rumores y los gestos en la sala le confirmaban lo peor. Tal como habían acordado para respetar el Reglamento (¡en pleno golpe!), Wilson Ferreira le pidió una interrupción, que concedió. Comenzó entonces su alegato antidictatorial, al que le siguió una sucesión de intervenciones de los demás senadores hasta pasadas las dos de la madrugada. Cuando la voz encendida del último calló, entre saludos entrecortados y lágrimas de emoción, cada uno ganó la calle para perderse anónimo por casi 12 años.

A las cinco de la mañana del miércoles 27 de junio, la cadena oficial comenzó a irradiar “A don José” y “El pericón”, intercalados con marchas militares; 20 minutos después se difundió el Decreto 464: “Declárense disueltas la Cámara de Senadores y la Cámara de Representantes”. El golpe de Estado se consumó y el presidente constitucional, Juan María Bordaberry, se convirtió en dictador. A las siete de la mañana, el Palacio Legislativo fue tomado por los militares. Esteban Cristi y Gregorio Álvarez ingresaron por la puerta del Senado secundados por Juan Queirolo, que comandaba los carros blindados que cercaron el edificio.

Entre la medianoche del martes y la madrugada del miércoles, el Secretariado Ejecutivo de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) se reunió en la modesta sede del Sindicato del Vidrio, en La Teja. De allí salió el histórico “Llamamiento de la CNT a la clase obrera y el pueblo” que empezó a circular entre los huelguistas. A la mañana se reunió la Mesa Representativa de la CNT en la textil La Aurora, en Capurro, y se designó a un comando de la huelga general. También se propuso la incorporación al secretariado de la Central del sindicato de FUNSA, que aceptó.

Un hormigueo de obreros comenzaba a desplazarse desde sus casas en los barrios populares de la capital y las ciudades del interior, desde Nuevo París, el Cerro, La Teja, Belvedere, Maroñas a Salto, Paysandú, Colonia. Con el cambio de turnos a las seis de la mañana, los obreros que entraban ocupaban y los que salían, ocupaban. También sucedió lo mismo en algunas facultades de la Universidad de la República (Udelar).

En la noche de miércoles murió Francisco Paco Espínola. El escritor fue velado en la sede del Partido Comunista, al que se había afiliado. Se tuvo que acondicionar de apuro el local de la calle Sierra 1720, que estaba cerrado desde hacía días. Resultó un hecho sin precedentes la presencia de monseñor Carlos Parteli dialogando con Liber Seregni, Rodney Arismendi, Óscar Maggiolo, Juan Pivel Devoto, Jorge Zabalza, Víctor Licandro, antes de partir en un multitudinario cortejo por 18 de Julio al Cementerio Central.

Los obreros de FUNSA ocuparon la fábrica con los directivos adentro y el Ejército intervino por primera vez para desalojarlos por la fuerza a las diez de la mañana. Días después, el barrio de Villa Española fue ocupado y FUNSA desalojada con un despliegue de guerra: siete tanques y un helicóptero. El transporte circulaba parcialmente con custodia militar. Vestido con su uniforme de marino y la pistola cargada, sosteniendo un cartel, se leía: “Soy el Capitán Óscar Lebel. ¡Abajo la dictadura!”.

Ferias vecinales, colas para el querosén, misas en las parroquias de barrio, plazas y paradas de ómnibus, canchitas de baby fútbol y los muros de la ciudad eran la escenografía de la resistencia, del mano a mano y el boca a boca, la “radio bemba”. Los vecinos ayudaban con colectas de dinero (poco) y frazadas; los comerciantes, con alimentos para las ollas sindicales en las fábricas ocupadas. Muchas de las actividades barriales se organizaban desde las Mesas Zonales de la CNT, vinculadas a comisiones vecinales, de fomento, clubes deportivos, parroquias, escuelas, y al entramado infinito de solidaridades en las zonas populares.

Las facultades ocupadas permanecieron abiertas y las clases continuaron dictándose para tener a los estudiantes nucleados; en la noche del día del golpe se reunió el Consejo Directivo Central y sacó una declaración pidiendo la renuncia del dictador. Al otro día sesionó la Asamblea General del Claustro presidida por el rector, Samuel Lichtensztejn, con la presencia de Óscar Maggiolo. Una primera movilización relámpago de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay recorrió un tramo de 18 de Julio.

En las fábricas el frío calaba hondo, en un invierno con un grado bajo cero en Montevideo y ola de frío polar en el interior. Los grandes galpones no eran lugares adecuados para vivir tantos días, a pesar del calor humano; se colocaban estufas y hasta se fabricaban, se apreciaba la donación de mantas y cualquier maderita venía bien para el fogón y calentar a quienes hacían guardia en los portones. El querosén escaseaba y el gas se cortaba por las medidas de lucha. El abasto de carne tenía dificultades y se agotaban los stocks de fiambres y embutidos, según el Centro de Almaceneros Minoristas; tampoco el expendio de fideos alcanzaba a satisfacer la alta demanda. “Durante la huelga muchos gatos y palomas marcharon a la olla sindical”, cuenta Dari Mendiondo.

Los niños correteaban jugando entre las máquinas en las textiles de Maroñas y La Teja, donde predominaba la mano de obra femenina; con el paso de los días la situación familiar se complicaba, al no tener con quién dejarlos porque los maridos también ocupaban. De día, para mantenerse activos, los ocupantes se visitaban en las fábricas vecinas y se contaban las experiencias en reuniones fraternas: “Eso nos entusiasmaba”. Teatro callejero y artistas del canto popular animaban las ocupaciones los fines de semana: Alfredo Zitarrosa, Manuel Capella, Yamandú Palacios, Washington Carrasco, Pancho Viera. Era fin de mes y el sueldo ya no alcanzaba, aunque numerosos patronos daban adelantos y colaboraban con la olla sindical.

La huelga fue pacífica. Los obreros cuidaban más los locales y las máquinas que su propio cuerpo; desalojados una y otra vez por la fuerza, pasando entre filas de soldados que los golpeaban en el cuerpo y manoseaban a las mujeres al salir. En grupos eran puestos de plantón por largas horas en las veredas para que el vecindario escarmentara. Llevados luego por la fuerza a alguna comisaría hasta que desbordaron, entonces la dictadura habilitó el Cilindro Municipal, el estadio de básquetbol reinaugurado como establecimiento policial para el depósito de sindicalistas y estudiantes presos. Los comunicados diarios y las intimaciones presionaban al reintegro.

El sábado 30 los militares iniciaron la Operación Desalojo, y el Secretariado de la CNT elaboró un instructivo por el que se volvía a ocupar, una y otra vez, pacíficamente. A última hora de ese mismo día, la CNT fue “declarada ilícita” y se dispuso “su disolución”; su sede, en la calle Buenos Aires 344, fue ocupada y saqueada. La dirección de la Central estaba clandestina y vivía a “salto de mata”, cambiando cada noche la fábrica donde dormir o mudando de casas. El 4 de julio se solicitó la captura de sus 52 dirigentes (entre ellos, una mujer), porque “se encuentran en la clandestinidad, conspirando contra la Patria y el patrimonio nacional”. El decreto 518 de la dictadura autorizó los despidos de trabajadores públicos y privados sin indemnización si no se reintegraban al trabajo. Comenzó así uno de los exilios sociales más numerosos a Buenos Aires.

El 3 de julio, la llama de la refinería de ANCAP, un símbolo que se veía recortado desde distintos puntos de la ciudad, se apagó mediante una acción heroica de la CNT que buscó quebrar la idea de “normalidad” laboral que fomentaba la dictadura por los medios de comunicación. Ernesto Vega, que participó en la acción de resistencia, se quebró la pierna al saltar el muro de la centralita de UTE que alimentaba la refinería y tuvo que ser evacuado con ayuda de su compañero, Ernesto Goggi; al cabo de unos días, partieron al exilio en Buenos Aires. Los trabajadores de la refinería ya habían sido militarizados, pero desde ese día se pidió la captura de los 18 dirigentes de FANCAP.

Ramón Peré, militante de la Juventud Comunista y docente universitario, murió baleado por una patrulla cerca de la Facultad de Veterinaria, luego de participar en una movilización; su velatorio se realizó en la Udelar, que fue cercada; en las primeras horas de la madrugada del día 9, mientras pintaba “consulta popular” en un muro en Piedras Blancas, fue asesinado por un policía Walter Medina, liceal y poeta, militante de la Juventud Socialista.

El día 9 fue la despedida de la huelga entre multitudes. Mientras las tanquetas de la Región Militar Nº 1 enfilaban por Agraciada hacia el centro, Ruben Castillo leía un poema de Lorca: “A las cinco en punto”, la hora de largada. Cientos de personas se lanzaron a la calle por 18 de Julio y fueron brutalmente reprimidas por la Policía. La sede del diario El Popular fue asaltada por un comando y destruidas sus instalaciones. A la noche, el presidente del Frente Amplio, el general Seregni, sufría su primera detención bajo la dictadura, junto a Licandro y Zufriategui. Era la Operación Zorro.

La huelga general se levantó a las 0.00 del día jueves 12 de julio, tras una decisión adoptada por la dirección sindical en una reunión clandestina en IMPASA, no sin discusiones y sin unanimidades. Constituyó un ejemplo social único y una patriada obrera de 15 días contra el golpe de Estado que inició la resistencia de casi 12 años contra la dictadura cívico-militar en el Uruguay.

Álvaro Rico es docente universitario y fue decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Udelar.