No hay ni una silla libre sobre Isla de Flores durante la primera noche de Llamadas. Detrás, sobre las veredas, centenares de personas se amontonan para intentar pispear a las comparsas. El año pasado el aforo era limitado y la diferencia es evidente: un hombre llega sobre las 21 horas con su entrada en la mano y no encuentra dónde sentarse; ya a esa altura de la noche no hay manera de corroborar quién pagó por una silla (que no eran numeradas) y quién no.

Las Llamadas se viven diferente cuadra a cuadra. Las primeras, hasta Carlos Quijano, no tienen vallas, la gente está pegada a las comparsas; la fiesta es barrial, sin divisiones, el público baila entre los componentes; se ríe, grita, aplaude; hay un diálogo directo y en movimiento, se rompe la distancia comparsa-espectadores.

Después llega el primer palco y con él, las vallas: “Nos vamooos, nos vamooos”, grita una mujer a la gente que acompaña al conjunto, y la multitud vuelve a su lugar en la vereda, a esperar al próximo.

El momento de mayor espectacularización se da en el tramo televisado, donde las comparsas hacen un corte y se quedan tocando y bailando unos minutos, bajo las intensas luces blancas, entre las cámaras. Cuando ese tramo se termina, vuelven los parches de oscuridad en algunas cuadras, que a veces se aprovechan para bajar la intensidad, y de nuevo la luz, los aplausos, los gritos del público, eufórico.

Entre un conjunto y otro, niñas y niños trepan las vallas y se meten a bailar a la calle; a la altura de Martínez Trueba y de Ejido la gente cruza de una vereda a la otra, se saca fotos, conversa. El clima es de fiesta, de alegría.

Cuando pasan las bailarinas de Generación Lubola a la altura de Martínez Trueba empiezan a agitar al público para que baile y funciona. La comparsa tiene varias parejas de mama viejas y gramilleros, una desfiló descalza.

En Isla de Flores y Aquiles Lanza, donde está la tele, las bailarinas de Hechiceros se van para atrás de los tambores a cambiarse los tacos por alpargatas y algunas prendas del vestuario, ayudadas por varias mujeres que avanzan con carritos de supermercado repletos de telas y botellas de agua.

-Abranse, abranse -indica un hombre a sus compañeros, que llevaban las banderas.

Los cuerpos de baile, los personajes típicos y las vedettes, avanzan con una sonrisa imperturbable en el rostro. La cuerda no, ahí las caras son de esfuerzo; a medida que las comparsas se acercan al final del recorrido los rostros dejan ver, aunque sea por segundos, el cansancio. Las medias de red se rompen, algunas plumas y apliques van a parar a la calle, donde son pisoteados por cientos de personas que pasan después y aparece sangre en las lonjas y sudor en los rostros, pero la alegría sigue intacta.

Xiomara, vedette de La Jacinta, dice a la diaria: “trabajamos todo el año para estos setenta minutos, es una noche espectacular”. Las comparsas se preparan durante meses, diseñan los espectáculos, vestuarios, maquillajes, juntan fondos y ensayan (a veces varias veces por semana) para dejar el alma y el cuerpo sobre Isla de Flores una noche. Y se nota.

Una señora grita desde la vereda, muy cerquita de la comparsa, en la segunda cuadra del recorrido: “Vamoooo, sacuda, mueva, mueva”, mientras ella misma baila sin parar.

En todo el barrio se siente que está pasando algo. Incluso en las veredas paralelas se escucha música a todo volumen desde distintos parlantes, a pesar de la hora. Hay personas sentadas en la puerta de sus casas con la transmisión televisiva a volumen máximo, locales abiertos más allá de su hora habitual, vendedores ambulantes de máscaras, de globos con luces, de comida. Es una noche de permisos, de transgresión de las normas sociales, de conductas no establecidas que remiten a los carnavales del silo XIX, a los orígenes.

También hay policías, oficiales de la Guardia Republicana y personal de la Intendencia de Montevideo que se encarga de ordenar lo que sucede con el público. Un hombre llega a la esquina de Durazno y Quijano, pide para pasar a la casa de un familiar y le piden que la persona vaya a buscarlo; por unas horas se restringe la circulación en el espacio público. Eso sí, del tema de las sillas nadie es responsable: “Es cosa de Daecpu”, asegura una inspectora.

Aparece entre el público un tamborilero de Valores, que terminó de desfilar y volvió para ver al resto de las comparsas. Por diferentes puntos del desfile se puede ver a más componentes hacer lo mismo a medida que avanza la noche.

Las comparsas avanzan marcadas por los relojes gigantes que se ven en distintas esquinas. El cronograma es ajustado, tienen que cumplir con el tiempo para no ser penalizadas. En cada reloj hay una persona que registra el horario de pasada. Además, a lo largo del trayecto funcionarias y funcionarios de la IM controlan el tiempo y se comunican con la gente del conjunto encargada de esa gestión. Varias veces se escuchan gritos de: “Vamos, vamos, nos tenemos que apurar!”.

La gente desfila feliz. Flavia, bailarina de Valores, dice a la diaria sin detenerse: “Estoy pasando divino, me encanta, está todo soñado”. Una de las mama viejas de C 1080, que no llega a decir su nombre antes de alejarse bailando, cuenta emocionada: “Están divinas las llamadas, sobre todo con el homenaje a Paez Vilaró y a la mama”. En el mismo sentido habla Carlos Álvarez, bailarín de Sarabanda: “Estoy feliz, es un año muy importante, estamos celebrando la memoria de César Pintos, esta es una comparsa afrodescendiente, referente del movimiento”.

Nico Zumbador, jefe de cuerda de Urucandó, comenta antes de salir que es una noche de “disfrute y felicidad”. Este año la comparsa presenta Mujeres libres, como un reconocimiento a lo conquistado y como un deseo para que “sean completamente libres”.

Un niño trepado a una valla juega con un spray de serpentinas. Le tira en la espalda a dos bailarinas, amaga con hacer lo mismo en la cara de una niña que está al lado de él. Está extasiado. Cuando se acercan las comparsas le grita a los que llevan las banderas:

-¡Pasala por acá! ¡Pasala por acá!

Y a las bailarinas:

-Esooooooo.

La fiesta dura horas, desde las 20.00 hasta la madrugada, y la mayor parte del público se queda, aunque baila menos, a mirar a todas las comparsas. Daniela, mientras baila en la calle acompañando las primeras cuadras de conjunto, dice: “Esto es hermoso. Hace años no venía porque tuve una operación en la columna, pero mirá, estoy bailando. Esta es nuestra cultura”.

Así fue el orden del desfile el viernes

Mundo Afro
Mujeres de Negro
Roberto Acosta. Activista por los derechos Lgbtiq+
Carro oficial del Carnaval
Cenceribó
Valores
C 1080
La Generación Lubola
Hechiceros
Yambo Kenia
La Fabini
Candonga Africana
Sarabanda
La Jacinta
M.Q.L.
La Unicandó
La Tangó
Sonidanza
La Rodó
La Facala
La Fuerza
La Gozadera
Samburu Moran
Barrica
L.C.V.
Integración
La Vía (Invitada)

Este sábado continúan las llamadas desde las 20.30.