―Dale palo, dale palooooo.

El grito logra filtrarse entre las tres cuerdas de tambores que tocan al mismo tiempo y raja el aire. Las comparsas están paradas como formando una T: dos por Zelmar Michelini, una al norte y otra al sur, que practican con fuerza, ultiman detalles, prueban el corte, reciben aplausos; y, uniéndolas, en perpendicular, la tercera, que ya está pronta por Carlos Gardel, contenida, concentrada, a la espera de la luz verde.

Hay que imaginarse así la escena. Noche cerrada, vallas en todas las veredas. Hacia adelante, Isla de Flores, luces, sillas, un océano de gente que baila y toma y se abraza. El cruce de la salida, bastante oscuro, iluminado por las luminarias altas de las calles. Hacia los costados, donde esperan en gran fila las comparsas, oscuridad. Hay algunas personas en el inicio, sacan fotos, saludan a algún integrante, arengan a todas antes de salir.

Comparsa La Fuerza

Comparsa La Fuerza

Foto: Natalia Rovira

Hay una cadena de personas que dan órdenes y mantienen la maquinaria en marcha, funcionarias y funcionarios de la Intendencia de Montevideo indican cuándo tiene que moverse cada comparsa, entonces el grupo de coordinación de cada conjunto pasa la orden, avispa a algún perdido, cuida que salgan justo a tiempo, que no se separen, que no estén muy juntos, que todo esté en orden. Hay muchísima organización detrás de este disfrute.

Bailarinas de varias comparsas se pegan las sandalias a minutos de salir, se ajustan los apliques de la cabeza para que no se les caigan mientras desfilan, se acomodan el vestuario. En las cuerdas, algunas lonjas precisan tensión; cada tambor tiene colgada una llave que permite ajustarlas incluso mientras avanzan por Isla de Flores.

Comparsa Generacion Lubola

Comparsa Generacion Lubola

Foto: Natalia Rovira

Media hora, más o menos, pasan las comparsas en esas alas en las que esperan, calientan, se encuentran con gente querida de otras comparsas y se abrazan con fervor, charlan y toman agua, un detalle no menor, porque la Intendencia de Montevideo este año colocó puntos de hidratación al inicio del desfile y hay gente aprovechándolos constantemente.

―¡Es hoy, es hoy! -gritan dos coordinadoras y se abrazan, sonrientes.

Luz verde, hora de brillar.

Comparsa Nimba

Comparsa Nimba

Foto: Natalia Rovira

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―¡Los dienteeeeeeeeees! -grita un hombre desde el público a las bailarinas. Y ellas, que arriba de tacos de tres, de cinco, de diez centímetros se hacen dueñas de esas calles, sonríen.

Maira Rosas, vedette de La Jacinta, dice: “Estoy sumamente feliz, encantada de pertenecer a esta familia”. Por su parte, Daniel Pérez, partenaire de Sara del Cordón, relata: “Estoy muy emocionado, el día que no sienta estos nervios me retiro. Se ve un ambiente familiar, se va a ver el trabajo de muchos meses”. Él, inmigrante oriundo de Venezuela, vive el candombe “desde el corazón, como si fuese mío, súper feliz por la aceptación que tuve”.

Ezequiel Farías y Franco Maciollo son escoberos, desfilan con Barrica. Con emoción, cuentan que “el escobero es el brujo de la comparsa y está encargado no solo de limpiarse a sí mismo, sino de limpiar las energías de la comparsa como tal y también de la gente de afuera. Es importante entender que el escobero en sí es como un receptáculo. El movimiento de la escoba tiene un significado. Cuando se gira por arriba de la cabeza haciendo un vórtice en realidad se está juntando energía, y a la hora de pasarla por el cuerpo se dispersa”.

Comparsa Samburu Moran

Comparsa Samburu Moran

Foto: Natalia Rovira

Las Llamadas son una expresión de fiereza, no de belleza inocua y pulida. Son puro deseo, son intensas. Todo está a flor de piel. Las llagas abiertas en las manos de los tamborileros, los pies destrozados de las bailarinas. Los nervios, la ambición, la pasión, la furia, el erotismo. Son gritos y adrenalina. Y también son búsqueda estética en el tramo televisado, cubrir rubros para el jurado, avanzar más lento en las cuadras sin luz o en las calles en subida, no poder más de dolor y seguir, llorar y seguir, porque de nuevo la luz y de nuevo la sonrisa.

Javier Vertuglio, gramillero hace 15 años, asegura que “es algo que sale del corazón”. En el mismo sentido habló la vedette y coreógrafa de Yambo Kenia, Camila Larraura, que destaca el trabajo de ensayo de todo el año, y dice que lo más importante es “salir con mi familia, mirar para los costados y tener a mis padres, a mis hermanos, a mi pareja, a mis hijos, eso me llena de emoción”.

Comparsa La Fabini

Comparsa La Fabini

Foto: Natalia Rovira

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En varias casas por Isla de Flores hay venta de cerveza, torta fritas, agua caliente y por $20 te dejan pasar al baño. Los balcones, que se alquilan por miles de pesos (algunos de dólares), están repletos. La gente baila, come, toma y conversa. A medida que avanza la noche algunos tramos del recorrido se van vaciando, pero la intensidad de quienes quedan va en aumento.

Pasan vendedores ambulantes con espumas y serpentinas, pasan dos mujeres regalando el Momodiario, pasan niñas y niños corriendo por la calle, pasan las horas y el calor no merma, pasan las comparsas y los pies no paran.

Llega la madrugada, se escuchan los últimos tambores. Y aunque fueron más de seis horas de desfile, parece que termina de repente, que pasa la comparsa que cierra y ya no hay más que un zumbido fuerte en los oídos, que quizás llegue a desaparecer antes de que haya que volver al encuentro de la fiesta, del brillo y la fiereza, la segunda noche de Llamadas.

Comienzo de la comparsa Cenceribo

Comienzo de la comparsa Cenceribo

Foto: Natalia Rovira

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