El pizarrón anuncia el especial del día a $ 230, que puede ir desde unos muy hogareños malfatti, matambre a la leche, pulpón al horno o unos exóticos shashlik de cordero, bibimbap de pescado y camarones picantes (“capricho del chef”, se aclara en la misma letra de tiza). ¿Qué hacen esos platos rusos y coreanos de golpe en el menú ejecutivo de un bar? Iki tiene entrada por Mercedes y por Río Branco, el piso es de baldosas claras y hay tres bibliotecas que sustentan el cartel de librería que acompaña al autodefinido café y bistró: una entre los ventanales, otra bajo la columna que divide la barra y la última junto a los escalones que conducen a una de las puertas del hace un buen tiempo Bar Imperial, y luego Nuevo Imperial, hasta el declive hecho de slots y tragos.

Un gran ramillete de perejil en una jarra reverdece la mesada ahora, donde se exhibe la torta del día, y un leve reggae puede amenizar el almuerzo. O unas flores frescas. Si se pregunta por la conexión al wifi, mientras se vichan los títulos a la vista (Vargas Llosa, Rosa Montero, Jamie Oliver, un libro sobre el affaire de Frida y Trotsky, la dieta Clean), descubrirán una pista en la clave. Antes de tener un local propio, el proyecto Al Pan, Pan funcionaba a través de las redes sociales, como indica el nombre, comercializando panificados de masa madre, ofreciendo un servicio de catering, organizando cenas privadas, de esas de chef a domicilio, y proveyendo a restaurantes.

Hace tres meses consiguieron esa esquina a la que no le falta tránsito y duplicaron las horas de trabajo, pero Paul Fontaine y Soledad Rodríguez están satisfechos. Cada uno se dio un gusto: él cambió la rutina de una gran empresa por lo inexorable de las ollas, ella volcó su experiencia en el mundo editorial con la librería inserta en el bistró. Porque lo llaman bistró, aunque iki es una palabra japonesa, cuyo significado se emparenta con lo elegante pero sobrio a la vez, lo refinado y auténtico sin reveses. Fieles a esos mismos principios, no venden Coca-Cola, pero sí refrescos nacionales y cervezas artesanales, y el menú incluye agua saborizada.

Fontaine y su esposa engrosan los casos de quienes siendo foráneos al mundo gastronómico deciden dar el giro. Él creció entre Melo, con toda la influencia brasileña, y Maldonado, pero aunque tuvo una vocación infantil por la cocina, todo el mundo le decía que la gastronomía era un negocio esclavizante.

Así que estudió ciencias y terminó trabajando en comercio exterior. Como buen autodidacta, seguía aprendiendo sobre platos en base a libros y pruebas, y ahora mismo está atravesando una etapa bien oriental. Más allá de que estudió en Gato Dumas, fue el asunto del pan su gran escuela práctica.

“Iki es la continuidad de Al Pan, Pan: que sea una propuesta no sólo accesible en lo económico sino en lo cultural, que el mozo no tenga que explicarte un plato durante cinco minutos, porque eso queda para algunos sibaritas. La realidad nuestra es que estamos en una esquina de oficinas, donde la gente, como me dijo un cliente, elige venir a alimentarse y no a comer”. Para eso tienen una carta de cuatro entradas, cuatro principales y cuatro postres, pero todos los días sale una propuesta diferente, y dicen que en tres meses sólo han repetido los favoritos del público, llámense lasaña, chivitos, pero también curry y hasta ramen, la contundente sopa japonesa.

Abren de lunes a viernes de 10.00 a 20.00 y ofrecen desde el desayuno hasta la merienda. Están orgullosos de su carrot cake y de su focaccia de mortadela con pistachos. En los platos del día, de miércoles a viernes suelen ser más clásicos y los inicios de semana se prestan más para las excentricidades. Siguen vendiendo panes y armando cenas de cinco pasos a demanda. Detallan el café de acuerdo al nivel de tostado y sirven el chocolate caliente en tazones de cerámica. El cliente más antiguo que heredó el bar frecuenta esa esquina desde el año 1963.