“Allahu akbar”, exclama Yousaf Khan e inicia así la oración de este viernes. La frase, una de las que más se repetirá durante el ritual, significa “Alá es el más grande”. El reloj marca las 13.00 y el escenario no es una mezquita, sino una habitación alquilada sobre la calle Yaguarón. Khan, misionero de la comunidad ahmadía en Uruguay, está descalzo y mantiene la cabeza gacha. Detrás de él, otros fieles rezan en la misma postura.

El cuarto es chico y el mobiliario, austero: un escritorio, seis sillas y una cafetera. Lo único que resalta, por su tamaño, es la presencia de una biblioteca repleta de libros. En el estante superior, cercano al techo, sólo hay ejemplares del Corán. La mayoría de ellos están parados y da la sensación de que vigilan el lugar. En la repisa del medio hay libros escritos en árabe. En el estante inferior se pueden ver múltiples textos en español sobre el islam, la sociología islámica, el mundo musulmán.

La comunidad ahmadía de Uruguay tiene actualmente nueve miembros, aunque hoy sólo vinieron cinco. “A algunos se les complicó en el trabajo”, aclara el líder espiritual. No es fácil arreglárselas para zafar de la rutina un viernes al mediodía.

Cuando ya no falta nadie, empiezan los preparativos. Los “hermanos”, como se llaman entre ellos, despejan la sala y despliegan dos alfombras. Después proceden a la ablución, que básicamente consiste en lavarse la cara, la cabeza y las manos. Finalmente, se cubren las cabezas: las mujeres con un velo, los hombres con un gorro.

La tradición sugiere que mujeres y hombres deben orar en salas separadas, pero hoy son pocas personas, entonces “no vale la pena”, coinciden todos. Se descalzan y se posicionan sobre la alfombra más grande que, como sus ojos y sus manos, está puesta en dirección a la Meca. Los hombres se paran adelante y las mujeres permanecen detrás, una disposición que no tiene nada de azarosa. Sadaf Ahmed, la esposa de Khan, explica que las mujeres se colocan atrás, también en las mezquitas, para que los hombres no se “distraigan” o caigan en “la tentación”.

El rezo empieza y Khan repite “allahu akbar” mientras mantiene las manos levantadas a la altura de los oídos. Luego, los fieles recitan la oración introductoria con las manos unidas –una sobre la otra o como sosteniéndose los codos–, en un gesto que, según Khan, muestra que están “listos para hacer lo que quiera Alá”. La siguiente postura es la inclinación, “otra señal de respeto”. Después vuelven a erguirse, con las manos al costado del cuerpo, mientras siguen alabando a su dios. La última postura es la postración, cuando los fieles colocan la frente, las palmas de las manos y las rodillas en el suelo. Cada uno reza para sus adentros y el silencio en la sala es total. Es en la postración cuando “uno más hace oración”, cuenta el misionero, porque es “cuando está más cerca de Alá”.

Finalizada la postración, los hermanos se sientan sobre sus rodillas. Terminan la oración girando la cabeza primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Al parecer, de un lado está “el ángel que registra las obras buenas” de Alá y, del otro, el que registra las “injustas”. Así termina una de las unidades, o rakat, en las que se divide la oración. El número de unidades depende generalmente del imán que esté liderando el rezo.

El misionero islámico insiste en que hay oraciones “prescritas” –las que hizo el profeta Mahoma– que los musulmanes tienen que hacer en árabe porque consideran que en la traducción se pueden perder “algunas enseñanzas”. Y, aunque por la misma razón es mejor que todo el rezo se haga en ese idioma, las demás plegarias pueden realizarse en la lengua materna de cada creyente.

La oración musulmana, o salat, debe hacerse cinco veces al día. La guía es la posición del sol. El primer rezo tiene que hacerse al alba, con la incipiente luz de la mañana. Luego se repite al mediodía y en la mitad de la tarde, antes de que el color del sol se torne anaranjado. El cuarto rezo es apenas después del ocaso y el último es cuando la noche ya está cerrada. Las cinco oraciones “no cambian en su contenido”, explica Ahmed, “pero pueden cambiar de extensión”. Siempre es un saludo a Alá.

El rezo de los viernes al mediodía se llama juma y es el más importante de la semana, porque es cuando todos los musulmanes se juntan en la mezquita del pueblo. Khan destaca que lo “lindo” de esta oración es que reúne a los fieles de toda la ciudad y los hace parecer “todos iguales”, mientras rezan “hombro a hombro”. No importan las diferencias personales, sociales o económicas.

Los ahmadíes de Uruguay tienen su propio cronograma de la juma: primero rezan y, después, aprovechan la reunión para almorzar juntos y confraternizar. Ahmed cuenta que la idea de comer después del rezo surgió porque muchos de los hermanos utilizan la pausa del mediodía en sus trabajos para asistir a la oración.

El almuerzo siempre lo prepara Ahmed unas horas antes del ritual religioso y después simplemente lo calienta. El plato principal de este viernes es lehmeyún y de postre hay donas con chocolate o canela. Todo es casero. Las alabanzas son ahora para ella.

Un mensaje diferente

Khan y Ahmed están juntos desde hace tres años. Ella es de Pakistán y física de profesión. Él es hijo de paquistaníes y, aunque nació en Suecia, se crió en Canadá. La primera vez que se vieron fue por fotos. Hubo aprobación de los dos lados y a los pocos días se conocieron. A las semanas, ya estaban casados.

El matrimonio aterrizó en Uruguay un año después, con la misión de transmitir el mensaje de los musulmanes ahmadíes. Esta rama del islam fue fundada en 1889, en India, por Mirza Ghulam Ahmad, quien se proclamó como el mesías que profetizaba el Corán y por eso sufrió el rechazo de los musulmanes ortodoxos. “Este hombre, según nuestro entendimiento, ha venido a mostrar las señales que están en las profecías y reformar mi comunidad”, asegura Khan.

Los ahmadíes se consideran reformadores dentro del islam y tienen una interpretación distinta del texto sagrado. Se presentan como más tolerantes que el resto de las ramas musulmanas y más abiertos en algunos asuntos como, por ejemplo, los derechos de las mujeres. Entienden que su mensaje de “amor para todos, odio para nadie” los distingue de los sectores más fundamentalistas y extremistas del islam.

Las afirmaciones de los ahmadíes –especialmente la proclamación de Ahmad como el “mesías prometido” y el “reformador”– fueron resistidas y llevaron a que, en 1974, la Liga Mundial Islámica los declarara no musulmanes. La organización los calificó de “apóstatas” y “herejes”, razones por las que también son perseguidos en varios países donde el islam es la religión principal.

En Pakistán, país que concentra a gran parte de la comunidad, un decreto aprobado en 1984 restringió totalmente su libertad de culto. Desde entonces, los ahmadíes tienen prohibido orar en público, ir a las mezquitas, citar públicamente el Corán o difundir sus materiales religiosos. Estos actos son castigados con penas de hasta tres años de cárcel.

La represión y persecución los obligó a dispersarse por el mundo. Hoy en día, están instalados en más de 200 países, principalmente europeos. La primera misión ahmadía en Europa fue establecida en 1913 en la ciudad de Woking, 40 kilómetros al suroeste de Londres, en Reino Unido. Es en este país que mantienen su sede principal.

En América Latina, México y Guatemala son los países que acogen las comunidades más grandes.

La mujer debajo del velo

Unos minutos antes de iniciar la oración del viernes, una Ahmed inquieta pregunta: “¿Te interesaría saber cómo vivimos las mujeres musulmanas?”. Y empieza a hablar, sin sacarse en ningún momento su hiyab marrón que la cubre de pies a cabeza. Dice que las sociedades “occidentales” tienen muchos prejuicios sobre este tema, pero que la realidad es distinta. “No es verdad que las mujeres estamos oprimidas y forzadas a hacer todo”, aclara desde el principio. Luego explica que en la comunidad ahmadía les enseñan desde niñas a diferenciar “lo que está bien” y “lo que está mal”. Pero ellas, solas, deciden cuál camino seguir. “Nos enseñan que si hacés lo que está bien, hay una serie de beneficios. Nosotras decidimos si lo hacemos o no”. Pone como ejemplo el uso de hiyab: “No es obligatorio. Yo elijo usarlo porque me gusta estar cubierta y sé cuáles son los beneficios”.

El papel de las mujeres musulmanas en el islam es un tema central en las conferencias y seminarios de la comunidad ahmadía. De hecho, para Khan, es “la polémica más grande” que despierta su religión después del concepto de la yihad –la “guerra santa” o lucha para defender el islam–.

Durante el rezo del viernes, el líder eligió recitar y analizar los pasajes del Corán dedicados a la mujer musulmana para desentrañar algunos estigmas sociales.

Khan afirmó que Mahoma ya hablaba de “derechos igualitarios” hace 14 siglos, “mucho antes que Occidente”, donde a su entender “las mujeres todavía no tienen algunos derechos”. Y enseguida comparó el islam con otras religiones. Por ejemplo, dijo que para los cristianos “una mujer nunca va a ser igual al hombre” porque el propio Nuevo Testamento dice que “fue creada para servir al hombre” y el hombre “para servir a Cristo”. En tanto, Alá dice en el Corán “que tanto el hombre como la mujer fueron creados para servir y adorar a Dios”.

El Corán tampoco establece que “la mujer fue creada de la costilla del hombre”, como sostiene la Biblia. Lo que manifestó Mahoma, explicó Khan, es que la humanidad fue creada por “un ser” que no es ni masculino ni femenino. “Según el Corán, tanto el hombre como la mujer son parte de la misma especie”, defendió.

Por otro lado aclaró que, contrariamente a lo que se suele pensar, el islam permite que las mujeres trabajen. “Hay una creencia de que la mujer tiene que ser ama de casa. Eso no es verdad”, dice.

Para cerrar el sermón, ahondó en la temática de la violencia doméstica. “El profeta Mohammed [Mahoma] nunca permitió que un hombre golpeara a una mujer, y tenemos ejemplos no sólo en el Corán, sino también de su experiencia personal”, explicó. Khan dijo que si en Uruguay se transmitieran estas enseñanzas desde la infancia, tal vez no habría feminicidios. Opinó además que hay que tener más en cuenta las alertas de las mujeres. “Si les preguntan a los hombres que mataron mujeres este año en Uruguay, todos van a decir que la mujer es igual al hombre. Pero es otra cosa cuando están en su casa. Por eso, según el islam, el testimonio de la mujer sobre su esposo es el mejor que existe”. Cerró este rakat con el deseo de que en Uruguay se erradique la violencia contra las mujeres, “inshallá”. Es decir, si Alá quiere.

Uruguayos, sí, pero musulmanes

Un solo libro quedó afuera de la biblioteca. Apoyado en una silla, su tapa verde interpelaba en letras blancas y mayúsculas: “¿Por qué el islam?”. Traslado la pregunta a Rodolfo Noda y Carmen Troche Spinelli, dos de los seis uruguayos que integran la comunidad ahmadía.

Rodolfo Noda, alias El Turco, estaba “buscando al verdadero Alá” desde hacía un tiempo y una dura situación personal que atravesó lo impulsó a buscar refugio en la religión que practicaba su padre, de origen libanés. En julio del año pasado abrió el locker de su trabajo y se encontró con uno de los folletos que reparten los ahmadíes en la feria de Tristán Narvaja. No lo dudó un segundo y llamó al número que aparecía en el papel. Unos días después conoció a Khan.

“Me costó un poquito, pero finalmente me decidí. Creo que a las dos semanas ya me estaba reuniendo en el apartamento de los hermanos [Khan y Ahmed] y el 6 de diciembre ingresé formalmente a la comunidad”, cuenta Noda. Ese día también recibió su nombre musulmán: Nasser.

Carmen Troche Spinelli no tiene vínculos directos con la religión musulmana pero “siempre sintió mucho amor” por la cultura. Llegó a los ahmadíes después de conocer a Ahmed en la Plaza del Entrevero, hace aproximadamente cinco meses. Intercambiaron números de teléfono y unas semanas después conoció al matrimonio. “Fui a la casa, vi sus costumbres, vi el ‘amor para todos, odio para nadie’ que predican y pensé que eso es lo que precisa el mundo, que está lleno de odio y de rencores”, reflexiona.

A Noda le impactó el respeto y el amor que les ponen sus ahora hermanos de religión a cada oración y “en general, a la vida”. Le parece “importantísimo” que haya un líder espiritual y que se practique el “amor para todos, odio para nadie”, en un mundo dominado por “todo tipo de violencia”. El Turco reconoce que al principio era difícil sostener algunas de las costumbres afuera de la salita de Yaguarón, pero que se fue habituando. Lo más difícil fue cambiar la forma de saludar a las mujeres, con quienes no puede mantener ningún tipo de contacto físico. “Me costó sobre todo en el trabajo, porque hace tiempo estoy ahí y lo primero que hacés cuando ves a tus compañeras es darles un beso. Pero yo no lo practico ahora; les expliqué y ya lo entendieron. Está todo bien”, resume, sonriendo.

Troche Spinelli está segura de que “el destino quería” que se vinculara con esta comunidad. Ella todavía no hizo el juramento de iniciación formal, que consiste en aceptar diez condiciones vinculadas a las costumbres cotidianas. Por eso, todavía no tiene nombre musulmán. “No sé cuál me tocará, pero el que me toque bienvenido sea”, comenta, entusiasmada. Igual de optimista se muestra Noda, quien agrega que su mayor deseo es que la comunidad “siga creciendo, hasta tener una mezquita en Uruguay”.