“La Ciudad Novísima parece como el desarrollo inmediato de la otrora Ciudad Nueva, actual Centro capitalino, el cual es el despliegue a su vez de la ciudad fundacional, la que pasó a denominarse por antonomasia como Ciudad Vieja”, se lee en el capítulo 17 del libro que lleva como nombre, precisamente, La Ciudad Novísima.

Eduardo Álvarez Pedrosian es antropólogo, doctor en filosofía y coordinador del Laboratorio Transdisciplinario de Etnografía Experimental (Labtee) de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República. Verónica Blanco es doctora en psicología e integra el Labtee. Son apenas dos de las varias personas corredactoras de un trabajo basado en la etnografía, método de fuerte componente participativo empleado para investigar fenómenos culturales (ver recuadro).

En palabras de su director, el libro reúne los resultados de una investigación orientada al “habitar contemporáneo” de una zona “estratégica” de Montevideo, que cambia al compás de la especulación inmobiliaria y la voracidad del parque automotor. Tironeados por el vaciamiento y la gentrificación, pese a su proverbial escasez de espacios verdes, los barrios de la Ciudad Novísima son fértiles en experiencias superadoras de ciertas grisuras y de la muy capitalina tendencia a idealizar pasados. Estudiantes, profesionales, vecinos y vecinas recorren en coautoría ese laberinto de plátanos, tipas, baldosas gastadas y joyas arquitectónicas, que va desde Parque Rodó a Bella Vista y desde el Cordón a Jacinto Vera.

¿Por qué decidieron investigar la Ciudad Novísima?

Eduardo Álvarez Pedrosian: A partir de estudios en la periferia urbana, publiqué en 2013 Casavalle bajo el sol. Las historias de vida de los casavallenses vinculadas a la expulsión de los conventillos del Cordón, Palermo, Barrio Sur, eso nos va llevando. Estaba, de fondo, que los técnicos de fines del siglo XIX llevaron adelante un segundo ensanche de la ciudad, al que le llamaron la Ciudad Novísima. Haberme criado en La Comercial, dentro del segundo ensanche, haber transitado la juventud en los circuitos culturales vinculados al gran Cordón, las facultades, los tambores de Palermo, la playa Ramírez, el Palacio Legislativo, las marchas… Es un universo de tramas barriales súper diversas, clase media montevideana clásica, hijos de la clase obrera herederos de los migrantes, sedes sindicales, clubes barriales, básquetbol… [La investigación] tiene un gesto arqueológico: redescubrir algo desconocido por la gran mayoría, un término que no está presente en ningún discurso.

¿Desde cuándo se habla de la Ciudad Novísima?

Eduardo Álvarez Pedrosian: Hay una serie de reglamentaciones y decretos urbanos del último tercio del siglo XIX. Por ejemplo, Bulevar Artigas se decreta en 1878. Lo que había antes y queda incluido es la expansión [de la ciudad] por el Cordón, La Aguada... La Figurita existía, había pequeños núcleos. Cuando existían las Leyes de Indias no se podía construir fuera de las murallas, pero igual había empezado a crecer. Los urbanistas creían que podían planificar y controlar. Pasa en Barcelona, en Madrid, es la época de los ensanches regulados. Este es el nuestro, bien modernista.

Verónica Blanco Latierro: Había mucha migración y se cuadruplicó la población montevideana. Sentó unas bases de cierta identidad más allá de la colonia. Desde las ciencias humanas y sociales no había estudios previos en estas zonas.

¿Cómo vive la gente en los barrios de la Ciudad Novísima?

Verónica Blanco Latierro: Así como hay deterioro, hay gentrificación. Nos hemos encontrado con mucha gente que se ha tenido que ir. Conviven formas tradicionales, donde hay cierta vecindad, y la construcción de edificios en altura, que genera distancia y ajenidad con quienes viven, que a veces tampoco permanecen mucho. Una cosa es yendo para Parque Rodó, la costa y Palermo. Otra, los más tradicionales Jacinto Vera, Goes... Algunos barrios tenían una matriz más fabril, han quedado con ciertos agujeros porque las fábricas cerraron, se fueron a las periferias, entonces Villa Muñoz se ha ocupado con comercios.

Las casas a patio, en algunos casos de más de 100 años, siguen dominando buena parte del paisaje.

Eduardo Álvarez Pedrosian: La típica casa chorizo, la que tiene esos ventanales en la fachada, a veces con balconcito y uno ve que hay una gran claraboya y un patio interior. A veces sola, a veces complejos de pequeños apartamentos. Fue toda una revolución. Mantienen también algo mítico, antiguo, de la unidad familiar alrededor del patio. Hay una poesía de Jorge Luis Borges [titulada “Montevideo”] que tiene que ver con esa sensibilidad, ese paisaje que se consolida en esas primeras décadas del siglo XX. “Ciudad con luz de patio”, dice Borges. Los constructores italianos las hacen con sus manos.

La arquitectura cambia hacia mediados del siglo XX y aparece lo que describen como “caja transparente”. ¿Qué es?

Eduardo Álvarez Pedrosian: Modernidad infiltrada. En ese entramado que surge y se va consolidando, con los movimientos modernos de arquitectura del siglo XX se infiltran otras tipologías, hermosos edificios, art déco principalmente. Grandes superficies, amplias, de formas puras... Vivienda de renta. Cuando empieza la caída de la república modelo en los años 50, con la decadencia en términos sociales, económicos, empieza ese deterioro. En la dictadura esa precariedad se vive de una manera impresionante, puertas adentro y afuera. Grandes sectores del corazón de los dameros, alejados de avenidas, son los que más se deterioran. Reus al Norte y todo el entorno, Villa Muñoz, el corazón de La Comercial, zonas de Cordón, La Aguada, que es enorme... Casas que se derrumban, que quedan abandonadas.

Mi laberinto

¿Cómo debe leerse el mapa de la Ciudad Novísima, con sus frecuentes cambios de orientación del amanzanamiento?

Eduardo Álvarez Pedrosian: Esa planificación urbana estableció cierta área de actuación con límites exteriores, en Bulevar Artigas; e interiores, hasta donde había llegado el primer ensanche, Ejido y La Paz; y los límites naturales de las costas. Estaban también las diferentes trazas de los caminos antiguos, coloniales. Se trata de respetar esas trazas y llega un momento en que se van superponiendo y ahí te encontrás con situaciones interesantes. Por ejemplo, toda la orientación que viene de Bulevar Artigas norte-sur se cruza con la [diagonal] de la avenida General Flores, uno de los caminos más antiguos. Eso te da [el trazado de la calle] Arenal Grande, barrio Reus al Norte, Villa Muñoz, límite de Goes y esa sucesión de placitas triangulares complejas. Otra superposición de tramas complicadísima se da en La Aguada. Esos ramales [las avenidas Agraciada, San Martín y Millán] parecen ríos y arroyos y van confluyendo hacia el Palacio Legislativo, donde estaban los viejos manantiales. Se tomó en cuenta la orografía, los caminos antiguos. Suerte que no salió como estaba planificado, porque el Parque Rodó estaría todo cuadriculado... hubiera sido horrible. Qué interesante ponernos en esos intersticios, porque ahí uno puede ver la vitalidad de la ciudad. Hay una tesis importante de esta investigación: si, de alguna manera, la Ciudad Novísima queda invisibilizada, es porque tuvo éxito y terminó interpenetrada. La especulación inmobiliaria está de base. Están los tres grandes nombres, [los empresarios] Francisco Piria, Florencio Escardó y Emilio Reus, loteando y vendiendo todo, ahí se arman los barrios.

Es interesante el caso del surgimiento de Jacinto Vera, que se aborda en el libro y es el resultado del cruce de intereses de dos de esos tres empresarios.

Eduardo Álvarez Pedrosian: Reus estaba haciendo el barrio Reus al Norte, era mucho mayor que Piria, que trabajaba para él en esos bancos de crédito de la época. Había que hacer un barrio para esos trabajadores. Se los invitó a residir en Jacinto Vera, algo mucho más barato. Piria arranca a hacer su propio negocio. Jacinto Vera, hasta que se genera el Nuevocentro Shopping, mantenía ese perfil. A partir de ahí, estamos asistiendo a otro proceso de gentrificación. En los últimos diez años, se lo ha transformado mucho más que en la cantidad de décadas que habían pasado antes.

Hacete nombre

Hay nomenclaturas barriales que la población ya no usa, como Retiro. Otras, como Krüger o Arroyo Seco, apenas sobreviven. En paralelo, Cordón y La Aguada son referencias fuertes. Ustedes mencionan el caso de Goes, de fuerte identidad, reconocido por la Intendencia de Montevideo (IM) pero ignorado por el Instituto Nacional de Estadística. ¿De qué depende la construcción de esas identidades?

Verónica Blanco Latierro: Es una combinación. Krüger se mantiene por la defensa del colectivo de vecinos que, a partir de la organización, consiguieron un salón y reivindican esa identidad que otras personas que habitan ahí tampoco reconocen. La lucha casi siempre es con el mercado inmobiliario, que nomina mucho y difunde los nombres a partir de cómo se venden. Hay una defensa de algunas identidades locales, como pasa con Goes, en relación con otras fuerzas.

Eduardo Álvarez Pedrosian: Ese habitar urbano fluido, donde se superponen límites, da una riqueza genial en comparación con lo que pasa en la periferia. Ahora se habla de la Cuenca de Casavalle, un tema técnico para darle identidad. Justamente, esas intervenciones que dieron origen a complejos habitacionales de bajos costos, asentamientos, son de límite durísimo, al punto de que los que residen están enfrentados. Acá es al revés, salvo en los emergentes que pueden ser las barras de básquetbol.

En los territorios de la Ciudad Novísima hay muchos clubes de básquetbol y varios llevan el nombre de sus barrios: Aguada, Cordón, Goes, Reducto...

Eduardo Álvarez Pedrosian: También está esa expresión de violencia, a veces. Después, aparecen cosas nuevas. Por ejemplo, el capítulo [que aborda] la manzana 861, la de Los Tumanes [organización delictiva que en la década de 1990 se instaló entre las calles Ramón del Valle Inclán, Porongos, Juan José de Amézaga y Libres], todo lo que implicó la renovación urbana del Mercado Agrícola de Montevideo [MAM]. Nos encontramos con pintadas, una identidad en torno al “Mercado”. ¿Qué es? ¿Aguada, Goes? Es una encrucijada de barrios. Pasa esta renovación y, desde ciertos sectores juveniles, empieza a parecer positiva la identificación en torno al Mercado. Ya no es un barrio, es otra cosa, otro tipo de territorialidad.

¿Por qué se detienen a analizar lo que podría definirse como una invasión territorial e identitaria de Tres Cruces sobre barrios vecinos?

Eduardo Álvarez Pedrosian: Tres Cruces era un pueblo que quedó como límite, se retrajo pero, a partir de la terminal-shopping, que tiene que ver con los años 90 y los patrones de consumo, se empieza a expandir. Invade casi la mitad de La Comercial. Residir hoy en esa microzona es todo un desafío. Hemos tenido los casos cercanos de viviendas que se empiezan a resquebrajar. Polución, ruido, tránsito pesado... También tenés el Tres Cruces tomado por la salud, con hospitales, sanatorios, policlínicas, laboratorios. Todo tiene sus dos caras. En el capítulo [que aborda la realidad de mujeres habitantes de un complejo de viviendas] del Banco de Previsión Social, para estas señoras, a quienes les hace falta tener cerca servicios de salud, tiene su lado positivo. Salen a pasear, al shopping, al sanatorio…

Verónica Blanco Latierro: Ser una zona de alto tránsito también interfiere en la construcción identitaria, porque hay un valor puramente de uso. Generalmente, los barrios son mantenidos por los propios habitantes, que están atentos. Cuando es una zona muy despersonalizada, son muchos los deterioros. Mucho tránsito en algún momento y vaciamiento en otros.

Le dedican un capítulo a lo que definen como “bahía novísima”, en el que describen efectos de la actividad industrial y portuaria en La Aguada, Arroyo Seco y Bella Vista. ¿Por qué hacen énfasis en eso?

Eduardo Álvarez Pedrosian: Somos extremadamente críticos. Le llamamos bahía novísima al sector de la bahía que está dentro del segundo ensanche. Ahí, a partir del trabajo etnográfico con diferentes colectivos y del análisis documental y territorial, coincidimos en que hay una pérdida completa del acceso a la bahía, que la ciudadanía está perdiendo su bahía.

En el lapso comprendido entre el comienzo de la investigación y su publicación se construyó la infraestructura del Ferrocarril Central, que incluye un viaducto sobre la rambla portuaria entre La Aguada y Arroyo Seco...

Eduardo Álvarez Pedrosian: Y ese desmesurado crecimiento de la playa de contenedores, de los silos... Toda la infraestructura portuaria es descomunal. Es a otra escala, a escala de los flujos globales de negocios. Sin ingenuidad, uno entiende, pero no se está dando lugar a una mínima disputa en la que, más o menos, cada una de las fuerzas tenga cabida. Es avasallante.

La ciudad novedosa

¿Por qué les parece paradigmático el caso de la plaza Liber Seregni?

Verónica Blanco Latierro: El espacio público, como espacio de comunicación por excelencia, es muy necesario, como los árboles, la naturaleza dentro de la ciudad. La zona céntrica ha estado saturada de construcciones. Originalmente no había tantos edificios en altura, entonces había cierta visibilidad y posibilidad de encontrarse. Eso, con el desarrollo de la construcción, fue cambiando mucho, con el tránsito, también. [El espacio ahora ocupado por] la plaza Seregni estuvo años abandonado, no se podía pasar. Pasó a ser un espacio renovado, de encuentro. Una plaza polifuncional habilita mucho encuentro intergeneracional, es un gran pulmón.

Eduardo Álvarez Pedrosian: Ese amanzanado tan homogéneo que se hizo, para la época, no importaba. No hubo un Central Park como en Nueva York. También hubo cierta fiebre especulativa, un tema vinculado a la Guerra de la Triple Alianza. Plata de esa guerra fue puesta acá para lavarla, de alguna manera. Lo que históricamente fue el espacio público en el segundo ensanche fue la calle, jugar al fútbol en la vereda, los bares en las esquinas, el taller mecánico, el tango...

Verónica Blanco Latierro: También ahí, en Cordón Norte, la plaza Acción Directa [ubicada en Paysandú y Gaboto, en un espacio antes ocupado por una vivienda demolida] es una muestra de cierta demanda de espacios alternativos dentro de la trama urbana más densa.

Se trata de una plaza autogestiva, le dedican un capítulo...

Eduardo Álvarez Pedrosian: Disruptiva. No queda claro bien qué pasa ahí. El vínculo no fue posible como con el resto de la gente con la que estuvimos. Respetamos el anonimato de estos colectivos autodenominados anarquistas, que quieren esconderse de la mirada objetivante, aunque nosotros seamos participativos. Eso es parte de su estilo.

¿Qué importancia le asignan a la participación ciudadana a los efectos de generar cambios positivos?

Verónica Blanco Latierro: Nos encontramos con colectivos barriales que, a partir de la descentralización, se habían organizado, sintieron que fue una revolución ser parte en los servicios, el barrio, y eso consolidó la participación en algunas zonas. Bibliotecas populares, que a su vez se abrieron en colaboración con policlínicas o, en aquel momento, guarderías que pasaron al Plan CAIF. Lo que está pasando ahora tiene que ver con el vaciamiento, poca identidad barrial, alta movilidad, poca permanencia. Se empieza a ver que hay niveles de participación con base en tramos culturales. La movida del básquetbol, de las bibliotecas, movidas musicales, formas no ancladas a un territorio, necesariamente, sino que tienen que ver con movilidades. Estamos trabajando en cómo se incorporan.

Eduardo Álvarez Pedrosian: Hay que ser optimista, no hay que pensar que el pasado fue mejor. En el callejón [llamado pasaje Emilio Frugoni] la movida del hip-hop, todo lo que genera es fantástico... Lo que pasa en la plaza José Pepe D’Elía, en el entorno del MAM, se identifica con el Mercado. Son nuevas subjetividades que generan nuevas formas culturales. Hay zonas de La Comercial, del Cordón limítrofe, vinculadas a la migración actual, bares de venezolanos. Eso va generando una transformación que con el tiempo va a generar nuevas identidades.

¿Qué valor tienen las cooperativas de vivienda en estos territorios?

Eduardo Álvarez Pedrosian: Fundamental, pueden ser una alternativa a la gentrificación. Eso ha generado un cambio fantástico con desafíos nuevos, por ejemplo, la verticalización. Son cooperativas de tipología distinta a la clásica por las características de la zona central, que obliga a construir en altura. Se traduce en la necesidad de un cambio en la normativa. Covivema 5 [en la esquina de Acuña de Figueroa y Lima] es la primera altura en la zona. Se ensayó una especie de nuevo acuerdo público. La cooperativa se hizo cargo de esa plaza que tiene enfrente, donde está el mural de Luisa Cuesta, como forma de aceptar que se haga esa modificación en las normas y brindar un nuevo espacio público que sirva como relación, como intermediario entre la cooperativa y el barrio. Fue un experimento fantástico.

¿Las tendencias de las últimas décadas a destacar y proteger las construcciones de valor patrimonial son positivas para la Ciudad Novísima?

Verónica Blanco Latierro: Pueden serlo, por cierta memoria de las formas, de las relaciones, tener un encuentro cercano con otras personas, proximidad. También está la otra tensión: la turistificación, lo que genera el turismo.

Eduardo Álvarez Pedrosian: Hay una confrontación entre arquitectura y arqueología, una pensando en lo que viene y otra tratando de ver el pasado. Nos hemos encontrado tratando de mediar. El segundo ensanche estaría cumpliendo 150 años, la mitad de los 300 de Montevideo. Más allá de la mirada de la materialidad, lo patrimonial es la forma de habitar. Esas formas de ser y estar en el mundo son lo que vale la pena. Se expresa en la materialidad pero, si te quedás con eso, lo podés convertir en una escenificación de postal para el turismo, como pasa en cascos históricos en el continente. Al final, terminan siendo sets para grabar videos de música. El tema es cómo eso es un bien para afirmar calidad de vida, producción de ciudadanía. Si ahí juega, bienvenido sea. Si lo que hace es obturar cosas, no. Un ejemplo riquísimo es la plaza Las Pioneras, con un gran espejo inmenso, espacio para grafitis, una plataforma libre para usos. A nivel patrimonial, se mantuvo la estructura de hierro vinculada a esos viejos galpones del tranvía. El segundo ensanche se expandió gracias al tranvía, ahí ves esa combinación.

Teniendo en cuenta experiencias como las del cooperativismo y las de las plazas Las Pioneras, Seregni y Cuesta, el Centro Cultural Goes y el MAM y su entorno, ¿se puede afirmar que algo está cambiando para bien en la Ciudad Novísima?

Eduardo Álvarez Pedrosian: Sí, muchos agentes técnicos están formados en las cosas que trabajamos. Hay una manera de hacer política con estas concepciones. Entender los espacios de manera heterotópica, con multifuncionalidad, diseñados de manera abierta, para uso múltiple. Lo tenés con colectivos vinculados a ciertas luchas, involucrados en la cogestión, en la gobernanza urbana.

Verónica Blanco Latierro: Se valora mucho hacer un contrapunto con el mercado inmobiliario, hacer un control y una regulación promoviendo la participación, buscando la forma de que haya vecinos organizados, en las comisiones administradoras. Por ejemplo, en la plaza Seregni, en la histórica biblioteca popular Juan José Morosoli, el municipio generó una comisión de amigos. Es una tensión permanente que ha logrado contener algo la fuerza del mercado inmobiliario.

En el libro se pone el ejemplo de una iniciativa vecinal para hacer un gran espacio público en la zona de La Aguada cercana al puerto que, a diferencia de otras ideas similares, no se ha podido concretar.

Eduardo Álvarez Pedrosian: Unas compañeras, en su momento estudiantes, encontraron algo así como una isla de residentes en medio de los galpones históricos de La Aguada, contra la bahía y la zona franca Aguada Park, que es el complejo de viviendas Carbe Aguada. Esos vecinos tenían acceso a la bahía, tanto desde sus ventanas como para ir a pie, a tomar mate. Lo fueron perdiendo, completamente. En medio de todo eso, encuentran que existe un depósito de chatarra municipal para las motos incautadas. Lo ven desde sus ventanas... Presentan [la idea de hacer un espacio público allí] con el Presupuesto Participativo... Lamentamos que no sea posible.

¿Qué pasa con las resistencias a estos cambios? ¿Qué pasa con quienes no se identifican con la reivindicación de la diversidad sexogenérica o las ideas asociadas a personalidades como Cuesta o D’Elía? En el capítulo en el que abordan los cambios en torno al MAM ponen dos o tres ejemplos de reacciones por motivos ideológicos y también socioeconómicos.

Eduardo Álvarez Pedrosian: Existen, pero no logran ser una barrera. Hay que darlo vuelta: lo que puede ser una reacción que se resista al cambio, tomarlo como elemento para problematizar cómo se dan las transformaciones. Pasó con la plaza Las Pioneras. El día de la inauguración, hablando con viejos vecinos, [surgió] una mirada peyorativa con la diversidad: “Ahora esto se va a llenar de travestis y de lesbianas haciendo sus festivales”. La plaza igual se hizo, las cosas se hacen. La pregunta, es: ¿esta intervención y esos colectivos, cómo dialogan con el entorno de la intervención urbana? Dialogar es un desafío. Armar algo, como un ovni que aterriza, decir “esta plaza es nuestra, no nos importa dónde estamos”, tampoco está bueno.

Verónica Blanco Latierro: Son oportunidades para repensar problemas de convivencia que están instalados.

Eduardo Álvarez Pedrosian: Hay que integrar a los conservadores, digamos.

Eduardo Álvarez Pedrosian (director), La Ciudad Novísima, Montevideo, Universidad de la República, 2023, 448 páginas.

Multibarrial y multidisciplinario

La Ciudad Novísima volverá a los barrios de los que proviene, respetando una división en municipios inexistente cuando los técnicos del siglo XIX proyectaron el segundo ensanche. El 2 de octubre el libro fue presentado en la biblioteca Morosoli, en territorio del Municipio B. El 18 de octubre se hará la presentación en suelo del Municipio C, en el Centro Cultural Goes. Álvarez aclara que la investigación se enmarca en los denominados “estudios culturales, urbanos y territoriales”, campo inter y transdisciplinario que une “subjetividad y territorialidades”. Le gusta plantear que el libro es “un gran atlas de mapas tridimensionales”: una dimensión involucra lo urbano; otra, el componente social de las formas de habitar; la restante incorpora abordajes más concretos, desde observaciones participantes a talleres o historias de vida. Cerca de 20 personas participaron en la redacción del libro, que es producto de un proceso de trabajo que se inició en 2015 y tuvo diversas ramificaciones académicas, entre tesis, productos editoriales, audiovisuales y actividades de divulgación. A la par de las y los profesionales de diversos perfiles, vecinas y vecinos coautores expresaron “una avidez muy grande por contar sus historias y memorias”, destaca Blanco. El director complementa, explicando que la etnografía experimental habilita “diferentes acuerdos de cómo colaborar” y ejemplifica con uno: “A partir de un colectivo como Bibliobarrio, vinculado a la desmanicomialización, que funcionaba en el Club Reducto, atrás del Hospital Vilardebó, a través de la IM llamamos a vecinas y vecinos para un taller de escritura e investigación”.

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