La familia Carrau es sinónimo de vino desde hace generaciones, aunque no todas las etiquetas que están en el mercado llevan su apellido. La marca Bodegas Carrau fue una denominación que comenzaron a utilizar hacia los años 1990, pero en 2016 los cinco hermanos –Javier, Ignacio, Gabriela, Francisco y Margarita– que eran propietarios en ese entonces decidieron separar las unidades de negocio, siguiendo el orden de la producción: una parte se encuentra en el norte del país y otra en el sur. Así quedaron en Colón una bodega y sus viñas, que mantienen la denominación, y en Rivera, otras más, agrupadas como Cerro Chapeu. El folio de marca comprende, además de los propios vinos Cerro Chapeu, los clásicos Castel Pujol, los espumosos Sust, los 1752 Gran Tradición y los Ysern.

De la sede norteña surgió en 2021, como una renovación, la línea Folklore, de la marca Castel Pujol, fácilmente identificable por los dibujos de Alfalfa. La línea que fundó la marca también se caracteriza por un formato que sigue siendo, según refiere Pía Carrau, actual directora de Cerro Chapeu, un “caballito de batalla”.

Habla de la botellita retacona y curva que su abuelo encargó a Cristalerías del Uruguay, tomando como molde un prototipo europeo. Fue tal la pegada con ese vino rosado económico, que todavía lo siguen elaborando y distribuyendo, fundamentalmente en supermercados. Lo que cambió es que ahora se hace con uvas riverenses y se elabora y embotella in situ en idéntico y carismático envase.

“Está patentada, la hizo mi abuelo y en la época en que lanzan esta botella, que si no me equivoco fue en el 75, originalmente las hicieron en Uruguay para exportar a Brasil, a la bodega que tenía en su momento en Caxias do Sul”, cuenta Pía, mostrando cómo la historia familiar se ramifica del otro lado de la frontera. “Después hicieron la marca Castel Pujol y usaron esta misma botella. Todos se acuerdan de cuando llegó con la muestra, que se la trajeron de Europa. Hasta ese entonces él era socio con Passadore y Muti en Santa Rosa, y en los 70 se independizó y para su proyecto propio tenía esta idea de hacer un vino fino rosado para tomar frío, fresco, frutado, en este tipo de botella, y entonces fue que inauguró la bodega de Colón, con este producto”.

Dice Pía que aquello fue disruptivo para la época, cuando primaba el consumo de vino común en damajuana, y que el recurso inspiró un poco el lanzamiento de Folklore. “Era la intención también mostrar un poco el terroir de una manera pictórica, y ahí fue que convocamos a Alfalfa a inspirarse en los animales nativos que habitan las viñas de Cerro Chapeu; al estar en una región tan remota, tenemos este tipo de animales que se nos acercan. Queríamos transmitir esa sensación de campo, también, porque están vestidos con vestimentas gauchas, un concepto que compartimos con el sur de Brasil. Viene por ese lado”, explica la directora.

Foto del artículo 'Vinos: de los jóvenes experimentales a los veteranos complejos'

Foto: S/d de autor, difusión

La línea Folklore salió de algo así como un experimento de equipo: “Tenemos un pét-nat, tenemos un vino tinto macerado con pieles de vino blanco; después hay una maceración carbónica; un vino blanco que tiene bajo alcohol, y un vino naranja. Son todas exploraciones de vinificación alternativa. Esa es la idea de la línea, más alternativa, más jugada, quizás”. Antes que pensar en una edad objetivo, Pía Carrau prefiere hablar de consumidores curiosos, de alguien que quiere salir de lo común, pero con vinos fáciles de tomar, del año, ya que se lanzan temprano (la cosecha de tinto 2024 está disponible), no tienen guarda.

Valorar la antigüedad

La línea Viejas Viñas, que hasta hace poco salía al mercado con el rótulo Reserva, es lo contrario. “Nosotros queríamos sacarle un poco ese término, porque no todos tenían barrica y quizás se malinterpretaba”, señala Carrau sobre la denominación, utilizada en España. Con la nueva rotulación cambiaron el foco, que pasó de estar en la forma de elaboración a destacar la procedencia y antigüedad de las viñas. Esa historia es la que ahora figura en las contraetiquetas, donde puede leerse además a qué cuadras corresponde cada vino, cuántos años tiene y cuál es el origen de la planta, si es californiano, si es francés.

“Por lo general, son las plantas originarias, que se plantaron en los años 70, cuando se descubre Cerro Chapeu. Cuenta un poco también por qué se buscó este lugar para plantar estas vides y cómo se adaptan tan bien que al día de hoy todavía siguen dando uva y seguimos elaborando vino”, recalca. Los primeros vinos que salieron con esta información, en marzo, corresponden a la vendimia 2023 en el caso de los blancos y a 2022 en el caso de los tintos.

Una de las principales motivaciones para hacer este cambio fue que la periodista y crítica de vinos inglesa Jancis Robinson, que es una Master of Wine, montó un sitio web, un registro mundial de viñas antiguas. “Nos pedían saber si teníamos plantas de más de 35 años, que se consideran antiguas”, recuerda Pía. “Empezamos a ver y teníamos un montón. A raíz de eso dijimos ‘bueno, tenemos que empezar a contar esto’”.

Una planta chica no da buen kilaje hasta pasados tres años. Claro que una planta con cierta vejez también representa desafíos. Sin embargo, Carrau asegura que esas dificultades son contrarrestadas por las condiciones de su terroir rojizo: “Al tener suelos arenosos, es mucho mejor para el mantenimiento de la planta y para la durabilidad en el tiempo”, aclara, ya que son suelos de buen drenaje, lo que impide que se acumule la humedad y que eso termine lastimando a la planta.

“De cualquier manera, la planta antigua lo que hace es buscar la supervivencia. Entonces, concentra más los aromas y los sabores en la fruta. Para poder reproducirse, para que, por ejemplo, un pájaro lo quiera comer y lo quiera llevar a otro lado y seguir su reproducción. Ahí lo que lográs es de bajo rendimiento, o sea, menos cantidad de kilos de uva por hectárea, pero lo que sí logra hacer son frutas más concentradas, con aromas más complejos”. Es un diferencial importante, como para dejarlo registrado. “Quizás es menos rentable, pero bueno, también está la calidad, que entendemos que es lo que estamos cuidando”.

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Foto: S/d de autor, difusión

Comúnmente hay una vaga noción sobre la edad de un vino, pero los años del viñedo no suelen entrar en la charla tan a menudo. Por otro lado, los Cerro Chapeu son de los pocos que pueden sacar el tema en Uruguay, apunta Pía. En el sistema de Robinson tienen al menos ocho cuadros de viña registrados, pero en las etiquetas hay por ahora seis varietales: tannat, cabernet sauvignon, nebbiolo, pinot noir, chardonnay y sauvignon blanc. Tenemos un segmento de 70 hectáreas de tannat, y de esas 70 tenemos registrados por lo menos tres viñedos, que van desde el 76 al 94”. Es decir que cada botella es un corte de varios cuadros de viña de tannat, “pero de los más antiguos”.

Otro producto singular es el nebbiolo, un viñedo que se plantó a mediados de los años 90, pero es hijo de una planta centenaria, de cuyo origen no disponen de más información. “Era de esas que en el 95 se plantaron en Rivera usando esquejes de una planta centenaria, que estaba originalmente en Canelones. Aquella planta ya tenía el tronco súper ancho, algo que sucede con las viñas. Tomaron esquejes para plantar en Cerro Chapeu. Después le hicieron el ADN y descubrieron que era nebbiolo. En su momento le llamaban chaveñasco”.

Aparte de la disponibilidad en plaza, estos vinos se están exportando a Estados Unidos, principalmente. En la costa este son adquiridos para la carta de restaurantes, también en Reino Unido, parte de Brasil y Perú, donde –cuenta orgullosa Pía Carrau– formaron parte del maridaje sugerido en el menú de degustación del prestigioso Central.

Desde que Pía Carrau tomó las riendas de las exportaciones, en 2017, vienen creciendo sostenidamente, pero sobre todo el año pasado se abrieron más mercados, como Japón, Dinamarca e Israel. “Como estamos mucho en gastronomía, nos pasó que durante la pandemia estuvo complicado para las exportaciones, pero ahora Estados Unidos se está recuperando muy bien y tuvimos que salir a buscar nuevos mercados”.

Mientras tanto, en las instalaciones de Rivera reciben visitas (frecuentemente brasileños) y hacen degustaciones, pero reconoce que, al estar “lejos”, es un área que todavía tiene mucho por explotar.