¿Hay posibilidades de ser bueno en un mundo mezquino? Si el capitalismo se construye desde la individualidad, la competencia, la codicia y la acumulación, ¿hay sitio para la empatía y la compasión? Esto se preguntó Bertolt Brecht en medio de su exilio, y lo trasladó a su obra El alma buena de Sechuán (1943) que, con traducción y dirección de Alberto Zimberg, esta semana llegó al Teatro Alianza por sólo nueve funciones (martes y miércoles a las 21.00), en el marco del egreso de la generación 2014 del Instituto de Actuación de Montevideo.

La puesta está atravesada por la tensión entre bien y el mal; en la versión de Zimberg el papel de la mujer es fundamental, precisamente porque, según cuenta, partió de la premisa de que todas las mujeres de la obra podrían llegar a ser la protagonista: “Una prostituta marginada en un mundo plagado de desesperanzas e injusticias, que trata de salir a flote y no sólo cambiar su realidad sino también contribuir a revertir la realidad de todo su pueblo: Sechuán. Una mujer que trata de hacer el bien, de amar, de ser madre y ayudar al más necesitado impartiendo justicia social. El conflicto se establece cuando esa justicia –según Brecht– sólo se puede implantar en este mundo adoptando los mecanismos del mal y de esa injusticia que, justamente, se trata de combatir.”

Zimberg adelanta que, en paralelo, traza una fuerte crítica a la religión, ya que son tres dioses los que llegan a la casa de Sechuán en busca de esa alma buena y terminan causando este conflicto, al premiar con dinero a la prostituta; “liberándola de la prostitución pero introduciéndola en un mundo capitalista mucho más feroz que la propia realidad en que vivía”, y exponiéndose como “dioses que demandan pero que no dan respuestas ni soluciones”.

Director de recordadas puestas como Love, love, love y Los padres terribles, Zimberg explica que el de Brecht era un texto que ya conocía, que contaba con gran actualidad y que se había versionado poco en Montevideo, pero que, fundamentalmente, le interesaba el rol que jugaba la mujer en esta historia. Algo que se potenció cuando se encontró con un grupo de estudiantes en el que la mayoría eran mujeres. “La voz de la mujer podía llegar a multiplicarse en una versión en que cada una pudiera recorrer esta fascinante historia y transitar los estados de una bondadosa Shen-te, hasta su antagonista, despiadada y cruel Shui-ta”, dice, en referencia al personaje se desdobla. “Prioricé que como egreso de la etapa más linda que tiene un actor, su preparación, se diera a partir de un texto de uno de los autores más relevantes del siglo XX”, junto a un teatro de ideas, político y social.

Sobre el montaje, que involucra a 17 actores, Zimberg comenta que partió del concepto de que los actores son funcionales a la escena, y por eso están presentes durante todo el desarrollo de la obra, “donde entran y salen de sus personajes con mínimos cambios, todo a la vista del público. Es una gran exigencia de concentración para ellos; a partir de una composición mínima y rápida, deben dar con cada uno de los muchos personajes que aparecen en esta historia”. Por eso, todos los rubros técnicos acompañan esta dinámica, como la escenografía, el vestuario, las luces e incluso la música, que desempeña un rol muy importante y fue compuesta especialmente para esta versión.

Con El alma buena de Sechuán, Zimberg reivindica la consigna del espectador emancipado y la reflexión activa, empleando recursos propuestos por Brecht, como romper la cuarta pared: “Los diálogos son dichos directamente al público, distanciándolo por momentos de la acción dramática para invitarlos a la reflexión, además del uso de canciones, y de integrar –por momentos– al espacio escénico a la propia platea”.