En 2014, el podcast de investigación Serial cubrió la muerte de Hae Min Lee, una estudiante de Maryland asesinada 15 años antes. El éxito fue tal que aquellos que conocen del tema afirman que no solamente disparó el interés por esta clase de historias, sino que popularizó el podcast como formato. En 2015, Netflix estrenó la serie documental Making a Murderer, acerca del muy irregular proceso judicial que encarceló a Steven Avery en dos ocasiones en el condado de Manitowoc, Wisconsin. Los diez episodios fueron engullidos por los suscriptores, quienes al igual que en el caso de Serial, desarrollaban sus propias teorías y las volcaban en foros y redes sociales.
Hijo natural (en más de una acepción) de estos dos productos, llegó también a Netflix American Vandal, con ocho episodios de alrededor de media hora, que siguen de cerca el proceso que llevó a la expulsión de Dylan Maxwell de la preparatoria de Oceanside, California, luego de que más de 20 autos pertenecientes a los profesores fueran vandalizados en el estacionamiento de la institución.
Hay un detalle no menor, que será mostrado, nombrado y repetido a cada instante en la serie: el acto vandálico consistió en dibujar enormes penes con pintura en aerosol. El joven estudiante Peter Maldonado intentará, mediante entrevistas a los alumnos, análisis infográficos y el tradicional “periodismo de investigación”, exonerar a Dylan de los pesados cargos, señalando –por ejemplo– que en los grafitis los testículos no tienen pelos, algo característico en los dibujos de genitales que el sospechoso solía dibujar en los pizarrones del colegio.
A esta altura podrían sospechar de que todo esto es una broma y no se estarían equivocando: American Vandal no relata un hecho de la vida real, sino que se trata de una parodia casi perfecta creada por Tony Yacenda y Dan Perrault, cuya experiencia previa consistía en elaborar videos humorísticos para portales como CollegeHumor o Funny or Die. El éxito de la serie, pronta para ser disfrutada en una o dos “comilonas” de televisión, radica en la seriedad con la que se describen las conductas adolescentes, que van desde las primeras borracheras hasta encuentros sexuales con compañeros que a primera vista están fuera de todo alcance. Con el correr de los episodios conoceremos no solamente al mal alumno que parece ser el culpable perfecto de los delitos, sino a su familia y su grupo de amigos, así como al personal docente y a una larga lista de sospechosos.
Hasta el último de los detalles está cuidado, y ese es el único elemento que le quita realidad a la narrativa, que supuestamente está en manos de un par de jóvenes estudiantes. Poco importa si el producto final logra enganchar al espectador, de la mano de un guion muy inteligente y actuaciones brillantes de parte de cada uno de los personajes que aparece delante de la cámara contando dónde estaba en el momento exacto en que los genitales lampiños eran dibujados en todos esos vehículos.
Hacia la segunda mitad de la temporada la historia parece agotar sus posibilidades y uno creería estar frente a otra serie de Netflix a la que le sobran episodios. Sin embargo, Yacenda y Perrault introducen con habilidad el concepto de las repercusiones del propio documental en el universo de la preparatoria, lo que refresca las acciones de cara a episodios finales que llegarán cargados de atractivas vueltas de tuerca.
El resultado final es una atrapante muestra de humor paródico, que aprovecha las convenciones del género para retratar la vida adolescente, desde los sentimientos no demostrados hasta la relación con la autoridad, resumida en las decenas y decenas de miembros masculinos mal dibujados que quedarán grabados en nuestras retinas.