Julio Chávez es Fernando, aunque ese dato lo sabremos bastante comenzada la acción. Fernando ignora los llamados telefónicos de su hijo, abandona su casa y parte en su embarcación con rumbo desconocido. Algo le pasa. Nuestra mente comienza a atar cabos sin la ayuda de un solo diálogo, porque no los hay en los primeros 11 minutos de El Pampero (Argentina-Uruguay, 2017), película coescrita y dirigida por Matías Lucchesi (Córdoba, 1980).

En una época en la que los espectadores de cine esperan recibir la información en cucharadas soperas, Lucchesi apostó a que ellos hagan parte del trabajo, y cuenta: “Hay gente a la que le gusta mucho el tono de la película y el tempo, esto de decir lo menos posible sin que se torne algo aburrido ni hipercontemplativo, sino tratando de que los personajes comuniquen lo que les está pasando de otra forma, y no sólo con palabras. Estuve hace poco en un festival en Alemania y fue curioso, porque había gente a la que le encantaba y defendía mucho eso, y otra gente a la que no. A mí me gusta y entiendo que está bueno que suceda”.

La apuesta necesitaba profesionales que lograran comunicarse utilizando una caja de herramientas limitada: “Desde la escritura del guion, junto a Gonzalo Salaya, todo fue pensado para actores que pudieran transmitir mucho sin decir”, comenta el director, quien en 2014 ya había trabajado con Salaya en el largo Ciencias naturales. “Y Julio Chávez tiene esa profundidad y esa densidad que, a mi entender, hacen que lo logre”. Después de ver El Pampero, parece imposible pensar en otro actor para ese papel.

“La intención siempre fue tratar de que haya tensión dramática, que esté pasando algo, manejándose con la menor cantidad de diálogo posible”. Esa tensión se manifiesta cuando Fernando se encuentra con Clara (Pilar Gamboa), quien estuvo envuelta en una situación violenta y necesita su ayuda. “Intenté mezclar dos géneros; hay gente a la que no le funciona y otra a la que le parece que está buenísimo. Está la situación intimista de los personajes, y esa situación de coquetear un poco y acercarse al territorio del thriller, sin meterse de lleno”.

No sería un buen thriller sin algo parecido a un villano, y Lucchesi lo encontró en el uruguayo César Troncoso: “Me encantaría volver a trabajar con él, me parece un actor espectacular y una persona que propone y a la vez se deja dirigir”, dice. Su rol es el de Mario, un solitario agente de Prefectura que no parece entender las indirectas cuando su interlocutor quiere quedarse solo. “Después se empieza a transformar en algo perverso, sin perder la ingenuidad que tiene, pero por su propia limitación emocional”.

Según el director, “es una película que no oculta demasiado”. No hay vueltas de tuerca sorprendentes, sino información que el espectador no necesita saber para disfrutar la historia. “Busca una simpleza; pero no por esa simpleza uno sucumbe en algo simplista”.

Claro que la trama da suficientes elementos para que uno arme hipótesis sobre esos pocos detalles ocultos: “Lo que intentamos hacer, desde el libro y la realización, es ir entregándole pistas al espectador, lo suficientemente indicativas –pero no demasiado– para que vaya armando su mundo de atrás”.

Sobre las dificultades de la realización, cabe señalar que gran parte de la historia transcurre dentro de una embarcación que navega en medio de la naturaleza. “Por un lado, teníamos espacios hiperabiertos, ultracomplicados, que no se los recomiendo a nadie. Con un presupuesto acotado, filmar en el agua es una pesadilla. Y por otro, el desafío de filmar en un interior tan pequeño nos llevó a construir la parte interior del barco en un estudio, con paredes que pudiéramos mover, porque no nos daba el tiro de cámara para relatarlo de una manera cinematográfica y no teatral”.

“Me resultó súper atractivo filmar con esa libertad de mover las paredes, sacar, poner... pero no tuve el tiempo necesario para hacer todo lo que me hubiera gustado hacer y explotarlo a fondo”, confesó. Fue necesario utilizar el croma (la famosa pantalla verde), y era un gran temor para todos. “Pensábamos: ‘¿Estaremos a la altura de las circunstancias para lograr esto y que no sea algo falso?’. Y realmente siento que, con el equipo que tuvimos, las demandas fueron satisfechas”.

Filmar en el agua y con tantas necesidades técnicas lo llevó, por momentos, a descuidar otras cosas. “Es como una balanza que a veces se va un poco para un lado y a veces para otro; por momentos estaba en el medio y ahí estaba todo bien”. En particular señaló su relación con Chávez, quien ha tenido entredichos mediáticos por su carácter de “difícil”. “Con Julio hay que estar a la altura de las circunstancias, y a veces uno está y a veces no tanto. Eso hay que ir surfeándolo como se pueda”.

Los 70 minutos de duración hacen que El Pampero sea bastante más corta que los blockbusters que suelen superar las dos horas. “El guion era mucho más largo y tuvimos que ir eligiendo, sacando algunas cosas por complicaciones técnicas y adaptándolo a algo más posible y real”, dice Lucchesi. “A veces sale algo mal y te dicen ‘por algo habrá sido’, y en este caso pienso que estuvo bueno, porque terminó siendo una película más representativa de lo que yo quiero contar. Como que se fue desmalezando, con escenas que quedaron afuera, algunas que filmamos y otras que directamente no filmamos, y el montaje se fue acomodando a lo que quedó”.

Pese a que Lucchesi deja bastante en manos del espectador, se atrevió a decir qué querría que se llevara aquel que se enfrentara a su obra. “Me gustaría que sienta que no perdió el tiempo, que sienta que ver la película le agregó algo a su día a día. Le pase algo emocionalmente o no, le guste o no le guste, pero que no sea como si no hubiera ido al cine”.