“Esto ya es otra cosa”, dice cuando le traen un largo vaso de cerveza que brilla refrescante como el de una publicidad. Es mediodía en el Hotel Casino Carrasco. En una pequeña habitación con pinta de lugar para reuniones importantes, en la planta baja, alejados del ir y venir del lobby, varios periodistas lo estábamos esperando para bombardearlo por turnos en una rueda de prensa. “Es que no estoy en horas de trabajo, ustedes sí”, responde Joaquín Sabina cuando le preguntan por qué toma cerveza, y todos los demás –nosotros–, agua. Y ahí está, con su sombrero panamá y su campera de cuero. El cantautor español sabe que hace demasiados años los medios crearon un estereotipo de él y por eso compuso “Lo niego todo”, la canción que le da nombre a su último disco, editado a principios de marzo, que lo embarcó en una gira más larga que el vaso de cerveza que está degustando: viene de hacer 11 fechas en el estadio Luna Park de Buenos Aires.
“Ni ángel con alas negras / Ni profeta del vicio / Ni héroe en las barricadas / Ni okupa, ni esquirol / Ni rey de los suburbios / Ni flor del precipicio / Ni cantante de orquesta / Ni el Dylan español”.
Así canta Sabina en esa especie de autoparodia biográfica, pero el cantante de la voz rasposa acepta la posibilidad de que él mismo contribuyera con algunos trazos a delinear esa caricatura “del tipo que va con la botella de whisky y un canuto, mirándoles el culo a las putas”, aunque le parece “muy excesiva”. “Yo colaboré porque nunca me escondí. Siempre anduve por la noche y escribía en los bares. Pero eso se acabó hace más de 20 años. No por voluntad mía, sino porque, en la medida en que fui más conocido, ya no podía escribir en los bares con tranquilidad ni mirarles el culo a las chicas sin que se volvieran ellas”, cuenta. Entonces, para “Lo niego todo”, una balada con piano, usó frases sobre su persona que le parecen “ridículas”. La de “el profeta del vicio” la leyó en un titular de un diario chileno. “¡Cómo me sobrevaloran!”, pensó cuando se topó con la frase. Pero en la canción deja abierta una puerta, ya que al final del estribillo dice “lo niego todo, / incluso la verdad”.
Dice que le duele mucho no pasar la noche en los bares, pero aclara que en su casa tiene “un bar estupendo”. El boliche siempre está con él, no sólo en su hogar, sino en sus recuerdos. Sabina no guarda en su memoria el año exacto en el que visitó Uruguay por primera vez, pero sí se acuerda que de tuvo “un guía maravilloso por los bajo fondos”: Eduardo Darnauchans, que lo metió en todos los boliches –de cuyos nombres no se acuerda– y con el que terminó la gira al mediodía.
Superviviente y rockero
“Acabaré como una puta vieja, / hablando con mis gatos”, canta Sabina en “Lágrimas de mármol”, en la que también hay autorreferencia pero sin parodia. Allí dice que nunca se cansará de celebrar ser un superviviente, que le duele más la muerte de un amigo que la que a él le ronda y que “el futuro es cada vez más breve / y la resaca, larga”. Para explicar la canción, el español repasa las muertes que se han dado en los últimos años “de héroes de la canción popular”. Menciona, en ese orden, a Daniel Viglietti, Prince, JJ Cale y Gustavo Cerati. Subraya que algunos de esos músicos incluso eran más jóvenes que él. Sabina carga con 68 años a cuestas y dice que siempre ha querido llegar a los 69, “porque es el título del verdadero viejo verde”.
El español piensa que los cantautores deben componer sobre lo que les pasa, pero en general no suelen tocar el tema de la vejez porque nadie quiere oír hablar de eso. Para “Lágrimas de mármol” se metió de lleno a hablar directamente de la vejez, pero lo barnizó con la música impulsada por la llevada de guitarra rítmica estilo Stone, compuesta por Leiva, rockero madrileño de 37 años que produjo el disco y además colaboró en la creación de varios temas. Para Sabina esa música hizo que la gente se tragara el veneno –de hablar de la vejez– “con vaselina”.
El rock está bastante presente en Lo niego todo, en canciones como “Sin pena ni gloria” y “Las noches de domingo acaban mal”. Es un género que Sabina conoció de primera mano, cuando era un veinteañero, en 1969, y se exilió en Londres, donde en el terreno de la música andaban pasando algunas cositas. “Pasé de escuchar canciones de autor a Bob Dylan y The Rolling Stones, y a poner una pierna en el rock & roll. Se puede hacer cosas que no sean rock & roll, como Serrat, por ejemplo, pero lo que no se puede ni se debe hacer es escribir canciones sin saber que existe el rock & roll. De ese cauce nos podemos beneficiar todos”, comenta Sabina, mientras mueve su mano que ostenta un anillo con forma de calavera, “que no significa nada”. “Es una copia barata de Keith Richards”, acota. Pero el rock no fue lo único que mamó en Londres. En la capital inglesa supo frecuentar una discoteca “absolutamente negra y jamaicana” donde solo se oía reggae, un género que le parecía “maravillosamente tribal”. En los conciertos, Sabina y su banda han reversionado algunos de sus clásicos estilo reggae, pero es con “¿Qué estoy haciendo aquí?”, incluida en Lo niego todo, que el español debuta metiéndose con ese género en un disco de estudio.
Mientras le hace marca personal al vaso de cerveza, Sabina cuenta que en los últimos años frecuentó mucho más a poetas que a músicos, entonces, sus últimas canciones se “literaturizaron demasiado” y se alejaron del público de la canción. Pero para Lo niego todo, como buscó inspiración afuera y de una generación mucho más joven que él, encontró un motor que lo empujó a escribir canciones con una intensidad que no encontraba desde 19 días y 500 noches (1999), uno de sus álbumes más emblemáticos, que en la canción que le da título decía aquello de que regresó “a la perdición de los bares de copas”. “En 20 días escribimos 20 canciones, y volví a tener esa excitación de hacer un disco poniendo el alma”, confiesa Sabina sobre el proceso de Lo niego todo.
El cantante explica que el principal desafío al que se enfrenta cuando compone un disco nuevo es la primera escucha al día siguiente: si no le da vergüenza, algo que le pasa “muy a menudo” porque es muy autocrítico. “Además, tengo tantas canciones por detrás, y hay cuatro o cinco que me gustan tanto, que lo que hago lo pongo siempre a la altura de esas, y siempre digo ‘nunca más voy a escribir una canción como esa’”, cuenta Sabina, y agrega que suele escribir de noche: “Cuando llega esa puta que se llama inspiración y que está siempre con Serrat en lugar de conmigo”, remata, riéndose.
Pongamos que hablo de Cataluña
El recital de Sabina tendrá lugar en la tribuna Olímpica del Estadio Centenario, hoy a las 21.00. Las entradas están disponibles en Abitab y van desde $ 1.350 (tercer anillo) a $ 5.000 (VIP gold). De las 12 canciones de su nuevo disco, tocará ocho, una cantidad que –según el cantautor– es más de lo que la gente suele querer oír y menos de lo que a él le gustaría enseñarles. El músico siente que en Uruguay y Argentina tiene mayor grado de complicidad con el público que en otros países, pero confiesa que le gusta más nuestro país porque la relación “es buenísima y sin la histeria argentina”.
Más allá de los países de procedencia de sus seguidores, Sabina ve que su público se va renovando y en las primeras filas suele ver gente muy joven. Sin embargo, no cree que sea mérito de él, sino culpa de los músicos jóvenes, ya que entre los artistas de 25 o 30 años no ve a un Bob Dylan o a un Leonard Cohen. “Creo que hay un déficit muy grande en la educación y en los medios de comunicación. Además, con la digitalización todo es tan rápido que nadie tiene tiempo ni de escuchar un disco tranquilo ni de escribir una canción tranquilo. Creo que si hay algo que tienen mis canciones es que cada verso está cuidado como una gardenia, no se habla por hablar”, lanza Sabina.
“Allá donde se cruzan los caminos / donde el mar no se puede concebir, / donde regresa siempre el fugitivo, / pongamos que hablo de Madrid”. Así decían los primeros versos de una de sus canciones más famosas, compuesta luego de la muerte del dictador Francisco Franco, una época en la que Sabina vio como estallaba la alegría y la libertad en las calles. “Ahora la gente se ha acostumbrado mucho a la libertad y a la democracia, y no es una Madrid tan vibrante como en esos tiempos. Por lo demás, sigue siendo una ciudad muy grande pero que conserva un alma de pueblo pequeño, porque es una ciudad muy callejera que no duerme”, cuenta el músico, y señala que esas características de Madrid le siguen gustando mucho.
Pero lo que no le gusta para nada es la situación de Cataluña, que lo tiene “muy enfadado”. “Pocos lugares en el mundo han tenido las libertades, la democracia y el desarrollo económico que ha tenido Cataluña; que los más ricos se quieran separar de los más pobres es una cosa muy fea. El nacionalismo ha sido un cáncer durante todo el siglo XX”, señala un serio Sabina, y agrega que tiene una formación de izquierda que le hace ser internacionalista y desear “poner puentes y quitar fronteras”, que es “lo contrario” a lo que está haciendo el gobierno catalán, que, a su juicio, es “absolutamente irresponsable, y la historia le va a cobrar muy caro cómo está separando a Cataluña”. “Hay gente que no puede opinar en público y que no puede salir a la calle. A Serrat, que era un ícono catalán como la Virgen de Montserrat o el Barça, le han dicho ‘fascista’, y a mí también”, remata Sabina.