Resulta difícil asociar la música de Buenos Muchachos al verano, el sol, la playa y afines. Por lo tanto, nada mejor que un “recital invernal”. Así se llama el ciclo de dos toques que realizará la banda liderada por la áspera gola de Pedro Dalton en La Trastienda, el jueves y el sábado. “Metemos canciones acordes a temas invernales, hablando de la parte emotiva. Esa cuestión de querer estar adentro del nido, con el abrigo y el fuego. Pero también caminar por la calle, un día gris, con los árboles tirados; está buenísimo”. Así describe Dalton el espíritu que guiará la mayoría del repertorio con el que buscarán “climatizar” la sala.
Y fue también en invierno, allá por 1991, en un garaje de Malvín que se disfrazaba de nido, donde Dalton y el guitarrista Gustavo Topo Antuña se protegían de las garras del frío y del voraz aburrimiento dominguero tocando canciones. Un cuarto de siglo después, los Buenos llevan siete discos de estudio en su haber y para algunos les cabe mejor que a nadie el mote de banda “de culto” vernácula. Dalton no cree que lo sea, pero sí entiende que lo digan. “La verdad, no sé a qué le llaman ‘de culto’, pero somos una banda que mira para adentro, no masiva, y exitosa a nuestra manera”.
“A mi manera” fue el primer corte de difusión de Nidal (2015), el disco con el que los Buenos volvieron a su sonido de siempre, oscuro e hipnótico. El tema y el álbum se llevaron premios Graffiti. Dalton les da la bienvenida a los galardones pero no le afectan en absoluto a la hora de componer. No le vienen ganas de hacer otra música para ver si gana algún premio más. Pero recuerda que los que se llevó Amanecer búho (2004) les dieron la entrada al interior, en pleno auge del rock made in Uruguay.
La Trastienda es un ámbito que a los Buenos les queda cómodo. En diciembre realizaron allí un ciclo de tres presentaciones que fue un verdadero tour de force: tocaron cada una de las canciones de sus primeros seis discos en orden cronológico, una actividad no muy común en las bandas de rock —de acá, de allá y de al lado—. El grupo ensayó 87 canciones, y algunas de las viejitas tuvieron que rehacerlas, una experiencia que para Dalton fue “alucinante”.
Al cantante no le pasa como a algunos músicos, que cuando revisitan todo su trabajo sienten vergüencita por algunas canciones y prefieren dejarlas de lado. Hoy Dalton suscribe toda la obra de su banda, aunque hace una acotación sobre el primer disco, Nunca fui yo, de 1996: “Me cuesta escucharlo porque haría otras cosas diferentes, pero ni las letras ni la música me dan vergüenza. Aunque entiendo que es mucho menos escuchable que cualquier otro disco nuestro. La voz está muy atrás y llena de delay, no se entiende nada. Varias de las canciones parecían óperas, tienen 150.000 cambios. Es un disco bastante oscuro, y de investigación, para la búsqueda de nuestra parte interior”.