Para desentramar buena parte de los mitos y hechos que se desprenden de la banda Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota harían falta serios estudios sociológicos, antropológicos y culturales. Pero hay algo que no tiene ciencia: por qué, luego de la separación de la banda, el Indio Solari siguió arrastrando el mito mesiánico y hectáreas de público, y Skay Beilinson, ni cerca. Más allá de que el Indio toca una vez por año, con suerte, e interpreta muchas más canciones de su antigua banda, y el guitarrista toca seguido y no pasa de hacer un par de canciones de Patricio, en un mundo ideal el mito y los campos de público serían compartidos, ya que, salvo excepciones, los temas de los Redondos llevan la firma de ambos.

Una cosa es cierta: los riffs y solos no se pueden inmortalizar en paredes, remeras, banderas y estados de Facebook como eslóganes filosóficos contemporáneos, y mucho menos se puede estampar una atmósfera sonora. “Si no hay amor, que no haya nada entonces, alma mía, no vas a regatear”, canta el Indio en “El tesoro de los inocentes”, del disco homónimo que marcó su debut solista. Una frase que podría ir al lado de “Vivir sólo cuesta vida” (de “Ropa Sucia”) en la biblia de eslóganes ricoteros, porque es innegable que tiene el espíritu de Patricio Rey. Ahora bien, estimados lectores, tomen el dispositivo con internet más a mano y busquen en Youtube “El síndrome del trapecista”, de Skay. Luego de los 20 segundos, empieza un riff que bien podría estar en Lobo suelto / Cordero atado. Lo mismo se puede decir de la guitarra de “Oda a la sin nombre” o del riff de “El Golem de Paternal” —esa canción, además, tiene la atmósfera del disco Último bondi a Finisterre—. Y qué decir de los punteos introductorios de “Aves migratorias”, desparramados con la misma soltura que los de “Pool, averna y papusa”, de Momo sampler.

Si todavía quedan dudas, denle play a “El sueño del jinete” y piensen en un estadio coreando ese riff.

El estilo de Skay es uno de los más reconocibles de la historia del rock argentino, tanto como la sobredosis críptica, polisémica y esloganera de la pluma del Indio. Y así como a las canciones de Beilinson les falta la voz única y rasposa del Indio y sus letras, este es huérfano de las virtudes arreglísticas y rifferas de Skay. El otro lado de la moneda para comprobarlo es escuchar justamente “El tesoro de los inocentes”, en la que la guitarra es una bola genérica.

De todos modos, más allá de cualquier minianálisis que se pueda hacer de la música, el Indio también se ha encargado de tirar para atrás el aporte de Skay, como sucede con toda dupla compositora que termina a las patadas. “Cuando yo digo ‘mis canciones de la época de los Redondos’ es porque son mis canciones. El único que hizo canciones —la melodía y el leitmotiv— soy yo. Después hay arreglos, adornos, y un montón de cosas que hacen que una versión sea mejor que otra. Por eso el plagio es si son más de ocho compases de la melodía. La repetición de una secuencia de acordes se ha dado infinidad de veces, desde la música clásica hasta la folclórica. La melodía es lo que hace a una canción”, dijo Solari en el documental Tsunami (2016), entendiendo por melodía sólo a lo cantado, como si con la guitarra no se pudieran crear melodías únicas e irrepetibles que forman el corazón de una canción y no son un simple arreglo...

Hoy de noche, en Landia (Parque Roosevelt), se presentarán Skay y los Fakires (su banda). El precio de las entradas de campo anticipadas para absorber la mitad del espíritu ricotero es de $ 800.