Uno pensaría que un analista de la CIA, cotidianamente sentado detrás de un escritorio y mirando un monitor, no sería la primera elección –sea del autor, lector o espectador– para protagonizar una saga de thrillers políticos. Sin embargo, con una saga de 20 novelas, cinco adaptaciones cinematográficas y la reciente serie de televisión de Amazon, no cabe duda de que Jack Ryan escapa al prejuicio –incluso al que lo cataloga rápido de “mala literatura”– y se consagra como uno de los personajes más emblemáticos de la cultura popular estadounidense del siglo XX. En el presente siglo, sin embargo, no le ha ido tan bien, quizá por cómo ha cambiado el mundo. Pero no nos apresuremos.

Marine, analista y presidente

Tom Clancy (Baltimore 1947-2013) presentó al personaje en 1984 con la publicación de La caza del Octubre Rojo. Allí Ryan ocupaba relevancia en la trama, pero el protagonismo recaía en el capitán soviético que buscaba desertar Marko Aleksandrovich Ramius. Sin embargo, ya en esta temprana entrega se delimitaban las características de Ryan como personaje: un analista extremedamente inteligente que no escapa al contacto físico –fue marine hasta que un accidente de helicóptero lo licenció– que no sigue al pie de la letra el american way of life como única opción de vida. O tal vez sí, pero eso no le impide entender y conocer la mirada del “enemigo” (que irá rotando con el paso de los años, de soviéticos a árabes fundamentalistas).

A lo largo de 15 novelas, Clancy fue evitando el cliché que podría haber hundido a su personaje en algo reiterativo –aunque para evitar eso lo fue llevando a niveles casi que de superhéroe con su compilado de virtudes morales y físicas– no temiendo enfrentar, además de la amenaza del comunismo o el islam, la propia corrupción interna que con los años se hacía más y más evidente (llega a confrontar al mismísimo presidente estadounidense, y gana, por supuesto).

Tras la muerte de Clancy, los autores que continuaron el personaje en cinco novelas más (hasta el momento), Mark Greaney y Grant Blackwood, no modificaron el proceder, o más bien, lo exageraron: el mismo Jack Ryan asume la presidencia de su país en Commander in Chief, publicada en 2015.

Muchos rostros para una misma cara

El temprano éxito de la saga literaria llevó a que casi de inmediato se adaptara a la gran pantalla. Así, en 1990 uno de los mayores directores de acción de Hollywood, John McTiernan, filmó La caza del Octubre Rojo en una megaproducción que fue un golazo inmediato (y una película que ha envejecido especialmente bien) con Alec Baldwin en la piel de Ryan –algo escondido, tal y como pasaba en la novela, detrás de un inmenso Sean Connery como el capitán Ramius– que demostraba que con un poco de talento y verse como un saludable muchacho estadounidense sobraba para llevarlo a la imagen de acción real.

Un poco más ambiciosas fueron las próximas dos adaptaciones, ya que recuperaban el espíritu de saga que tenía en las novelas manteniendo al mismo actor –un convencido Harrison Ford– y elenco secundario (James Earl Jones como Greer, el superior de Ryan, en ambas). Juego de patriotas (1992) y Peligro inminente (1994) son sin duda el pico del personaje en el cine, con temas candentes de la actualidad política del momento –la primera el IRA, la segunda el narcotráfico en Colombia– con Ford haciendo de ese “hombre normal al que le creemos todo” que tan bien le sale. Dirigidas por Philip Noyce, ambas fueron un éxito de taquilla, pero el personaje no regresó de inmediato (El cardenal del Kremlin iba a ser la tercera pero nunca llegó a concretarse). Nos queda como consuelo Air Force One, en el que ese Harrison Ford presidente y héroe de acción bien puede ser imaginado como Jack Ryan.

En el siglo XXI se cuentan ya dos intentos de regresar al personaje a una saga, ambos fallidos. La suma de todos los miedos (2002) –de Phil Alden Robinson, con Ben Affleck– fue una historia menor pero efectiva, que sin embargo no cuajó entre el público, mientras que Jack Ryan: operación Sombra (2014), de Kenneth Branagh y con Chris Pine, fue simplemente un desastre, un sinsentido que era, además, la primera historia del personaje no basada en una novela de Clancy. No funcionó y el personaje volvió a las sombras.

La “primavera de la TV”

La versión con Pine –que no adaptaba novela alguna– hizo que se mirara con ojos dudosos la llegada del personaje a la televisión. Bautizada simplemente Jack Ryan y guionada para la ocasión por Carlton Cuse (Lost) y Graham Roland, cuenta con un convencido John Krasinski en la piel del protagonista y apuesta a una miniserie concreta en un formato de ocho episodios en los que Ryan enfrentará una serie de atentados terroristas que sacudirán el mundo occidental.

Se trata de un Jack Ryan aggiornado a nuestros tiempos, pero que no traiciona nunca la esencia del personaje. Un Ryan crítico con la CIA que integra –“quiero cambiar las cosas y la mejor manera es desde dentro”, dice– con personajes secundarios más globalizados –por ejemplo, su jefe James Greer (probablemente el otro personaje con más apariciones de la saga, aquí un adecuado Wendell Pierce), es musulmán– y una descripción bastante empática del enemigo musulmán (concentrado en dos hermanos interpretados con acierto por Ali Suliman y Haaz Sleiman) en la que se justifica bastante su proceder y se los construye como algo más que “los malos”.

No vuela alto, tampoco, y sobre el final (específicamente el cierre y octavo episodio) las cosas vuelven a un cauce tradicional, si se quiere, con un final bastante convencional, pero nada de eso quita que se trata de una serie entretenida, intensa, bien actuada (Krasinski, Pierce y Suliman relucen) y bastante concentrada en lo que está contando (con la salvedad de la subtrama del piloto de drones, que parece venir a cuento un rato pero luego sólo rellena espacio).

Con una segunda temporada ya confirmada, Jack Ryan ha vuelto para quedarse (al menos un rato) encontrando espacio en la televisión actual, ese lugar donde parece haber sitio para todos.