El festival que une música folclórica, gastronomía y artesanía en un entorno placentero llega a su octava edición y sigue expandiendo su alcance regional. Entre las figuras que llegan este año, se destaca la presencia de la argentina Teresa Parodi, con quien conversamos.
En varias ocasiones, el músico tucumano Juan Falú alienta a no temerle a la tradición ni al futuro, convencido de que debemos reconocernos a nosotros mismos para avanzar. Desde hace ocho años, el Festival Música de la Tierra se propone valorizar las manifestaciones tradicionales, revitalizar lo folclórico y los sonidos y paisajes del campo, así como el patrimonio musical compartido por Uruguay, el sur de Brasil y Argentina.
Por primera vez, esta edición –que será hoy y mañana en Jacksonville– incluirá a Paraguay como país invitado, además de contar con sus habituales clínicas, charlas, decenas de talleres, un mercado artesanal y gastronómico, y variadísimas presentaciones musicales (el programa se puede consultar en www.musicadelatierra.org), siempre con entrada libre.
Entre los numerosas propuestas, mañana a las 18.30 las argentinas Teresa Parodi y Liliana Herrero presentarán Esperar cantando. Se trata del tercer espectáculo que crearon en conjunto, y, para el nombre, se inspiraron en la “Zamba de los humildes”, de Armando Tejada Gómez y Oscar Matus (“si hay que esperar la esperanza, más vale esperar cantando”). En este regreso constante a la herencia, Parodi y Herrero trazaron un recorrido por autores fundamentales como Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, y la propia Parodi, para así volver sobre su legado y su memoria.
Señales de vida
A los 31 años, Parodi (Corrientes, 1947) fue invitada por Astor Piazzolla y su quinteto para una gira por el interior argentino. Este fue el primer gran salto de la emblemática folclorista, que grabó su primer disco en 1980, y tres años después editó Canto a los hombres del pan duro, en el que musicalizó una serie de poemas modificando sus exquisitas lecturas. Una apuesta sobre la que volvió el año pasado (luego de haber sido la primera ministra de Cultura del gobierno kirchnerista) con Todo lo que tengo.
“Sé que este es un festival que se valora mucho en Uruguay, y su propio nombre ya provoca una expectativa muy especial, porque la música de la tierra es la que identifica a los pueblos, y genera un montón de sensaciones y de datos de lo que uno va a encontrar”, dice esta premiadísima cantautora que compuso himnos impactantes, y registró la esencia de la canción desde el país del interior.
¿Cómo visualiza este tipo de encuentros?
Es un trabajo absolutamente necesario, que existe por varias razones: hay alguien que los piensa y que los sostiene, y es muy importante que estos espacios se mantengan en el tiempo. Y creo que se dan porque el pueblo tiene una necesidad de escuchar su propia música, y también de escuchar a sus emergentes. Así es como van creando estos espacios en los que piensan y disfrutan su música, y apuestan a que crezca y se desarrolle.
Yendo a sus comienzos, la primera vez que escuchó chamamé fue en el campo correntino, y de inmediato se enamoró de esos músicos. ¿Por qué?
Por la emoción que percibía; la emoción que los músicos sentían al tocar y hacer germinar una música que a la gente le producía una transformación extraordinaria. Iba a esos bailes de niña porque mi abuelo tenía un campo, y cuando había fiestas se armaban estos bailes: se regaba la tierra para que no se levantara polvareda al bailar,después venían los musiqueros, y la gente se engalanaba con sus mejores ropas. Llegaban casi tímidos, pero luego, cuando la música los convocaba a la pista, sufrían una modificación que para mí era fascinante. Eso generó que, a los ocho o nueve años, le dijera a mis padres que quería tocar para que a la gente le sucediera eso.
Era consciente de ese acontecer.
Es que te provocaba mucha conmoción ver el entusiasmo con el que tocaban los guitarreros y los folcloristas... Les parecía maravilloso provocar eso en la gente. Y esto es lo que me sucede a mí hoy cuando subo al escenario y toco mi canción; la entrego al que está escuchando con todo mi corazón. Me emociona ver que el otro la recibe, primero con su silencio, y después con la emoción que se puede percibir en el ambiente, porque casi que se vuelve tangible cuando hay comunicación entre el músico y el pueblo.
¿Esa herencia también marcó sus búsquedas creativas?
Sí, y también estudié, porque es una vocación muy definida. La maestra le decía a mi madre que tenía que hacerme estudiar música porque tenía facilidad para ese lenguaje. Y de niña tuve un maestro que era un gran amigo de mis padres, y yo le preguntaba y quería seguir aprendiendo de esa fuente extraordinaria de conocimiento, porque en esa época, en Corrientes sólo se enseñaba música clásica. Pero hoy, en Argentina hay carreras de música popular en muchas universidades.
Aquellas imágenes tan seductoras de los bailes camperos me recordaron que, cuando se recibió de maestra, decidió ir a trabajar al monte misionero.
Sí, ahí se mezcla toda mi vida, porque terminé magisterio muy jovencita, a los 16 años. Y estudié en la facultad del Chaco
¿Ahí se acercó a la militancia?
Ahí empecé a involucrarme en la militancia. Fue mucho más fácil que en Corrientes, porque militaba en el Chaco para que mis padres no se perturbaran. A partir de esto sentí la necesidad de contribuir a esa enorme extensión del país, que cuenta con parajes absolutamente perdidos y olvidados. Yo quería ser maestra en alguno de esos lugares en los que hiciera falta, porque para trabajar allí había que renunciar a muchas cosas. Así fue como llegué a una picada del monte misionero. Y para mí fue una de las experiencias más importantes, que marcó para siempre mi mirada. Creí que iba a enseñar, pero terminé aprendiendo.
Al tiempo, en 1979, hizo una gira con Piazzolla y su quinteto. ¿Cómo vivió esa experiencia?
Necesitaba a alguien que cantara en una fecha que tenía en Argentina antes de irse a Europa, y me invitó. Para mí fue una experiencia inolvidable, porque cantar con este quinteto, y con Astor Piazzolla en el escenario, fue un aprendizaje extraordinario; fue como una beca. Mi relación con él fue muy cálida, y de vez en cuando nos veíamos. O sea que, además, fue una experiencia humana muy linda.
En notas de prensa siempre se dice que en 1984, el Festival de Cosquín fue su consagración. ¿En su momento lo vivió así?
Sí, porque en aquella época, ganar el premio consagración, sin una compañía grabadora sosteniendo el trabajo, era posible. Hoy ya no. Pero era posible porque Cosquín era otro, la convocatoria del festival y la actitud del público era muy distinta a la actual. Ahora están más convocados por el mercado, y con una música que está previamente instalada. Antes podía existir esto, pero, en paralelo, y con la misma naturalidad, convivía con lo nuevo, con lo alternativo. Ahora es más difícil.
En algunas ocasiones vuelve a plantear que no es poeta, sino letrista, y que eso era algo que discutía con Zitarrosa, que le decía “Usted es poeta porque lo ha dicho su pueblo”. ¿Cómo era eso?
Después me enteré de que él decía lo mismo que yo con el tema de la letra. Las canciones pueden tener mucha poesía, pero el lenguaje y la forma en la que uno las trabaja es muy distinto a escribir poesía. Uno puede escribir una letra poética, pero la diferencia es que la poesía tiene otra libertad, y se trabaja con otras texturas. Por ejemplo, en mi último disco [Todo lo que tengo] trabajo con un alto porcentaje de poetas latinoamericanos. Y este trabajo es distinto porque la poesía ya está, los autores idearon caminos absolutamente libres para que yo me acercara a esos poemas y a esas palabras de la forma en que se me diera la gana, o de la forma que, para mí, se volviera imperiosa; o de la necesidad que fluyera desde mi interior para cantar esas palabras con una melodía que las mismas palabras provocan. Ambos son universos totalmente distintos y fascinantes, ninguno le envidia algo al otro, están a la par. Yo creo en eso, y por eso defiendo apasionadamente mi rol de letrista; creo que la letra en una canción tiene una importancia absoluta, definitiva. Porque las palabras, pegadas a la música, son las que llevan el concepto de una canción y las que provocan, en el otro, emociones distintas.
¿Cómo se conocieron con Zitarrosa?
Cuando yo aparecí en la canción él me llamó por teléfono desde Piriápolis –después me contó que había pedido mi número en Sadaic [Sociedad Argentina de Autores y Compositores]– para decirme que le gustaba mucho mi trabajo. En un tiempo más largo me llamó para invitarme a tocar en Montevideo. Y fuimos amigos para siempre, hasta el final. El destino quiso que estuviera en su último concierto en Argentina, y me invitara a cantar con él. Murió en enero del año siguiente [1989].
Y vino por primera vez a Uruguay invitada por Zitarrosa.
Sí, fue la primera vez que estuve en Montevideo, después fui a otros festivales en el interior. Y es más, conocí Montevideo con él, porque me hizo pasear por el puerto y otros sitios. La verdad es que yo aprendí con la música y la poética inmensa de Zitarrosa. Para mí fue una escuela de cómo hacer canciones. Siempre lo voy a extrañar, porque hablar con él, analizar nuestra América, pensar la música de nuestros pueblos, y sus necesidades y sus dolores, era realmente extraordinario. Un privilegio.
Y ahora, con este espectáculo, ¿qué implica volver a cantar –expresamente– la música heredada?
Con Liliana somos amigas y compartimos todo, porque las dos somos del litoral argentino [Herrero nació en Entre Ríos], compartimos esta pasión de ríos, del agua, que es central en nuestra tierra, y también lo que pensamos y lo que sentimos. Así como lo que vivió nuestra generación en este país. Eso nos ha hermanado mucho. Además de compartir una estética y una búsqueda de un repertorio que guarda la memoria de nuestros pueblos, de la que nosotros siempre abrevamos. Así que recorrer esa memoria y compartirlo con el público es muy importante. Vamos a hacer este espectáculo e incluso tenemos una canción de Daniel Viglietti al que conocimos y quisimos mucho, y al que también extrañamos. Además, hemos elegido temas de Yupanqui, y de otros autores argentinos importantes, y también cantaré mis canciones.
En 2015, usted creía que el proyecto político kirchnerista iba a continuar porque el pueblo se había apropiado de los derechos adquiridos y de las políticas que lo habían incluido. ¿Cómo lo ve ahora?
Estamos en una época muy difícil para este país, porque este gobierno es diametralmente opuesto al otro. En realidad ganó las elecciones con un discurso mentiroso: todo aquello que dijeron que iban a mantener, porque estaba bien, lo han desmantelado. Las políticas son completamente diferentes; en este proyecto político el Estado tiene un rol absolutamente prescindente. Y las políticas públicas no contemplan a las mayorías. Pero este análisis lo hago como ciudadana, artista y militante.
Y mientras, ¿resiste cantando?
Los pueblos resisten, y en la dificultad se abren como nunca. Y a pulmón se autogestionan espacios increíbles en el que el pueblo se encuentra cantando, debatiendo.
Y como dice Chango Spasiuk, ¿creando su propio mundo sonoro?
Creo que uno siempre crea su mundo sonoro porque hay que tener una identidad cuando se es autor o intérprete. Se trata de un mundo sonoro que heredaste, porque está en tu memoria, y es el que te da el sustento para poder desarrollar tu propio arte, tu propio lenguaje. Cuando lo encontrás, la gente identifica ese trabajo. Vos mirás un cuadro y decís “es Picasso”. Escuchás un chamamé de Chango Spasiuk y sabés que es de Spasiuk. Sabés que es Zitarrosa sin que la radio lo diga. La forma, el hallazgo de un artista: ese es su mundo sonoro.
Música de la Tierra, en Jacksonville (ruta 8, kilómetro 17, sobre la rotonda con la ruta 102). De 12.00 a la medianoche. Entrada libre.
Programados
Así como en las ediciones anteriores se homenajeó a Alfredo Zitarrosa, Osiris Rodríguez Castillos, y Aníbal Sampayo, este año el gran cierre (mañana a las 20.00) se dedicará a María Elena Walsh. Hoy (a las 15.30) la apertura estará a cargo de la paraguaya Berta Rojas, una destacada guitarrista (entre varios discos, en 2012 editó Día y medio, en conjunto con Paquito D'Rivera) que cuenta con una importante formación uruguaya (fue alumna de Abel Carlevaro, Eduardo Fernández y Mario Payseé). En esta ocasión, Rojas se presentará junto con Juan Falú, uno de los artistas más representativos de la estética vanguardista del folclore argentino. Entre varios músicos extranjeros (como el tucumano Juan Quinteros, los brasileños Toninho Ferragutti y Bebe Kramer, y el dúo argentino Paula Suárez y Mora Martínez), habrá una importante grilla de uruguayos: Ernesto Díaz, Roberto Darvin, Yisela Sosa, y el Ballet Folclórico del SODRE, entre otros.