A Mayte le gusta jugar al fútbol, tiene nueve años y es la protagonista de Pateando lunas, la novela de Roy Berocay publicada por primera vez en 1993 que marcó un hito de renovación en la literatura infantil, a través de sucesivas reediciones.

Hoy Mayte estaría feliz. A ella “le gustaba mucho pensar en las cosas. Imaginar un mundo totalmente diferente en el que los grandes campeonatos fueran jugados por mujeres”. Así lo dice el narrador a poco de iniciada la novela. Es posible que en estos días la hayamos visto sentada en las tribunas alentando a nuestro seleccionado femenino de fútbol.

¿A qué se debe que, casi 30 años después de su publicación, Pateando lunas continúe vigente y Mayte vuelva a saltar a la cancha?

Para valorarla en toda su dimensión, pongámonos en contexto. En 1993 Uruguay aún no había ratificado la Convención sobre los Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas; recién lo haría en 1998 y se convertiría en ley en 2001. Tampoco las niñas ocupaban un papel activo en nuestra literatura infantil y juvenil (LIJ). Su participación era convencional, su rol era convencional. Cuentos y novelas preferían niños aventureros, destinados y decididos a protagonizar el mundo.

En ese contexto es que Berocay escribe Pateando lunas y lo hace –¡oh, sorpresa!– desde una perspectiva de género. Sí, desde una perspectiva de género. Es quizá la primera novela escrita desde esa perspectiva en nuestra LIJ. Es un antes y un después, un quiebre en la historia de la LIJ uruguaya. Al habilitar modelos no hegemónicos, Berocay incluye en la LIJ la perspectiva de género, y esto, pensado casi 30 años atrás, es un paso gigante imposible de pasar por alto.

Es que Mayte se visualiza como un modelo que derrumba estereotipos y brinda a las niñas la posibilidad de proyectarse en roles no tradicionales. Mayte no sólo jugó al fútbol, sino que se jugó por hacerlo. Es una disidente, lo que implica sufrimiento y, al mismo tiempo, conceptualización de la injusticia. Debe pasar por prohibiciones y burlas hasta que su madre comprende que la prohibición no es el camino, pues se ve en el espejo de Mayte y recuerda cuando sus padres le prohibían hacer ballet, lo que más le gustaba, que se juzgaba que no era un buen ambiente para una niña. Aflora entonces la empatía, y aquella madre que prohibía, siguiendo a su marido, se transforma en la mejor aliada de su hija y convence al padre de que Mayte pueda jugar al fútbol.

Desde ese momento la niña se sentirá apoyada desde dentro de la familia y saldrá a luchar por lo que es suyo: la libertad de cumplir su deseo. Llega también el reconocimiento de sus compañeros de equipo: la nombran capitana y, empoderada, saldrá al campo de juego a disputar el partido de su vida, de igual a igual, contra el equipo de la pandilla del Gordo, un duro que en el fondo es un tierno.

Pateando lunas es una gran metáfora de la sociedad uruguaya en clave de humor, con buen trabajo sobre el lenguaje, en el que el tono coloquial agiliza la trama y facilita la lectura, donde la voz crítica del narrador ridiculiza algunas cristalizaciones sociales.

Un golazo, Mayte, un golazo.