Hasta el año 1989, las personas ajenas al mundo de la historieta creían que Batman era un gordito simpático que siempre tenía cerca un frasco de batirrepelente de tiburones y que no arrancaba el Batimóvil hasta que él y Robin se ajustaran los baticinturones de seguridad. La película de Tim Burton no borró de la memoria colectiva al justiciero encarnado por Adam West en 1966, pero les recordó a muchos que el personaje se había mantenido vigente durante 50 años precisamente por su capacidad de reinventarse.

Wonder Woman tuvo mejor suerte con la serie de Lynda Carter, donde desarrolló una personalidad mucho más atractiva que en la mayoría de sus encarnaciones comiqueras. Superman, mientras tanto, permanece bajo la sombra de Christopher Reeve desde su primera película en 1978, teniendo problemas para adecuarse a los tiempos que corren sin perder la icónica figura del Hombre de Acero rescatando al gatito del árbol.

En el panteón de superhéroes de DC Comics, quien más ha sufrido frente al “gran público” es Aquaman, creado en 1941 por Mort Weisinger y Paul Norris. Miembro fundador de la Liga de la Justicia, disfrutó de la popularidad de los personajes de segunda línea de la editorial hasta que en 1973 naciera su archienemigo, su némesis, la entidad que lo transformaría en remate de bromas durante más de 40 años: Los Superamigos.

No fue su primera aparición en una serie animada (encabezó 36 episodios en los años 60), pero lo mostró rodeado de otros paladines de la justicia, esperando que la acción se acercara al océano para ser de utilidad. Cuando aquellos niños crecieron y comenzaron a trabajar en televisión, homenajearon al hombre que hablaba con los peces en formas poco respetuosas. Apariciones en Cartoon Network, cameos en Robot Chicken o Family Guy, parodias en Bob Esponja y un inolvidable episodio de The Big Bang Theory parecían condenarlo al limbo de los chistes vivientes junto al Pato Howard.

Todos detrás de Momoa

Se necesitaba un golpe de timón para que el gran público aceptara al rey de los siete mares sin una sonrisa sardónica, y ese golpe llegó en 2014. Para entonces Zack Snyder todavía no se había enfrentado a la kryptonita verde de la crítica y comandaba el Universo Extendido DC. Durante la producción de Batman vs. Superman: el origen de la justicia, sorprendió a propios y ajenos al elegir a Jason Momoa para el papel de Arthur Curry.

Conocido por sus papeles en North Shore y Stargate: Atlantis, Momoa se hizo famoso alrededor del mundo por interpretar a Khal Drogo en la primera temporada de Juego de tronos. Inyectándole una muy necesaria diversidad al muy caucásico mundo de los superhéroes, Snyder eligió a un actor con ascendencia polinesia, multiplicó sus tatuajes y lo convirtió en un guerrero a mitad de camino entre el océano y la tierra firme.

Después de su primer cameo y de trabajar en equipo en la toqueteadísima Liga de la Justicia, todo estaba pronto para el debut en solitario (y ni tanto) de quien ya había dejado de ser blanco de bromas, al menos si Jason Momoa estaba cerca.

Game of Tron

James Wan comenzó su carrera en Hollywood como director y cocreador de la primera película de El juego del miedo, que luego se transformaría en una franquicia millonaria, así como las dos primeras entregas de la saga Insidious y otras dos de El conjuro. Su primer coqueteo con un blockbuster llegó en 2015, cuando dirigió la séptima entrega de Rápido y furioso y mal no le fue: es la séptima película con mayor recaudación en toda la historia del cine, embolsándose más de 1.500 millones de dólares.

A diferencia de las películas de Marvel Studios, que arrancan con ventaja en la opinión pública, Wan tendría que trabajar para ganarse el cariño de la gente. Y desde los primeros avances se notó que la gran apuesta estaría en la representación de la Atlántida, el balneario hundido en donde se desarrollan gran parte de las aventuras de nuestro héroe.

Con el estreno de Aquaman solamente se confirmó lo que se adelantaba: su Atlantis es una de las ciudades ficticias mejor representadas del multiverso superheroico, compitiendo con la Gotham de Tim Burton y dejando a Wakanda mordiendo el polvo. Desde el momento en que la acción se traslada a la gran metrópoli submarina nos encontramos con una combinación de Ben-Hur y Tron, aquella película de Disney que transcurría dentro de una computadora y donde todo era fluorescente.

Allí abajo encontraremos tecnología futurista mezclada con guerreros que montan caballitos (o caballotes) de mar y justas en coliseos que incluyen información acerca de los contendientes en forma de realidad aumentada, un condimento que hace ineludible la visita al cine para verlo en pantalla grande. Pero ¿y la historia?

Dos bribones tras el tridente perdido

Atrás quedaron los superhéroes dolientes y conflictuados (“la masa ha hablado”, diría Bart Simpson), y en esta oportunidad lo que tendremos frente a nosotros es una aventura con aroma ochentero, que en 140 minutos se permite ahondar tanto en la historia de nuestro protagonista como en la compleja mitología de las profundidades del océano.

Arthur es el típico héroe a regañadientes, que debe asumir la gran responsabilidad que trae aparejado su poder y de paso reconciliarse con la mitad más húmeda de su ADN.

Por momentos cuesta encontrar al Aquaman de las historietas, excepto cuando Peter David le dio una necesaria lavada de cara. Con su melena, anillos y actitud beligerante, Jason Momoa casi parece Lobo, el czarniano asesino a sueldo de DC Comics. Lobo, para aquellos que no lo saben, es una expresión czarniana que significa “el que devora tus entrañas y disfruta de ello”.

Sin embargo, entendiendo que se trata de los primeros pasos del personaje (como ocurría con el Superman de Man of Steel), nos iremos entusiasmando con lo que le suceda a don Arturo, quien queda en la mira de dos poderosos antagonistas.

Los superhéroes no serían nada sin sus supervillanos y el guion incluye a dos de los miembros más famosos de su galería. Tanto Black Manta (Yahya Abdul-Mateen II) como Orm (un trágico Patrick Wilson) tienen razones de peso para agarrárselas contra Aquaman, y en el caso de este último habrá más de una ocasión en la que el espectador dude en ponerse del lado del actual soberano de Atlantis. Excepto por su propensión a los asesinatos.

Con ayuda de Mera (Amber Heard), quien está lejos de ser una damisela en apuros, Arthur combatirá en aldeas pintorescas y en las profundidades en busca de cumplir la profecía que podría evitar una guerra de proporciones globales. Por suerte para nosotros, antes de ello habrá suficientes enfrentamientos como para saciar nuestras almas pochocleras.

Sin necesidad de haber visto capítulos anteriores de este universo compartido, Aquaman nos trae una aventura que en inglés podría definirse como big, dumb fun: diversión grande y tonta (en el buen sentido), con un protagonista grande, divertido y que aprende de a poco.