Preocupado por problematizar el lenguaje escénico, el innovador Eugene Ionesco fue uno de los pilares del llamado teatro del absurdo, desde el que desplegó certeras reflexiones que hoy continúan interpelando. Una de las más evocadas es la que advierte que nadie es dueño de la multitud, incluso cuando crea dominarla. Hoy a las 20.00, en la sala principal del teatro Solís, se estrenará la primera obra de la nueva temporada de la Comedia Nacional, en la que se retoma este concepto: Rinocerontes, el peso de la manada, escrita por Ionesco en 1959, será dirigida por Álvaro Ahunchain e interpretada por Fernando Dianesi, Levón, Stefanie Neukirch, Andrés Papaleo, Cristina Machado, Claudia Rossi, Natalia Chiarelli, Fabricio Galbiati, Juan Antonio Saraví, Leandro Íbero Núñez y Juan Antonio Saraví.

La puesta transita diferentes etapas en las que se alterna el humor incoherente con la reflexión crítica sobre la implicancia de los totalitarismos: la alegoría transcurre en un pequeño pueblo cuya pasividad cotidiana se ve alterada por la aparición de un rinoceronte. Berenger, el protagonista, en un principio lo observa con indiferencia, pero, al poco tiempo, descubre que todos comenzaron a convertirse en rinocerontes, como si se tratara de una epidemia. A diferencia del resto, Berenger intenta resistirse, pero la mutación colectiva no se dejará doblegar tan fácilmente.

Fernando Dianesi, a cargo de este personaje, comentó que Rinocerontes posibilita llevar a escena a un hombre común que, en verdad, no se siente a gusto con su trabajo, ni con el lugar donde vive, ni con el estilo de vida que lleva. En definitiva, se trata de “un ser como cualquier otro, con pequeños o grandes problemas. Esto en sí ya es un lindo reto”, porque se trata de una simpleza complejizada, dice el actor. Pero cuando el universo a su alrededor comienza a mutar y se traslada a zonas intolerables “este hombre, en soledad, decide enfrentarse a los deshumanizados, pero sin dejar de ser quien es. Y así se vuelve un personaje que también desafía al actor”, advierte.

En este caso, para Dianesi el totalitarismo no es explícito hasta el final. “No digo que la obra no hable de él, pero soy un humanista, y lo que veo es deshumanización, pérdida de valores, veo lo que se da a diario en las redes, en las noticias o en la calle. Si no pensás igual te desacreditan e insultan, y por eso creo que se trata de individualismo y conveniencia, de facilismo. En esto me inspiré para llenar de significado a esas bestias que empiezan a rodearnos en la obra”, cuenta. Así, lo que sostiene es un trabajo a partir de la realidad, de la necesidad de identificarse con uno u otro discurso. De hecho, Berenger condena esta polarización cuando se lamenta de aquel que quiere conservar su originalidad.

De este modo, Rinocerontes plantea nuevos retos a los creadores pero también a los espectadores, ya que, según Dianesi, deberán volver a sus casas, enfrentarse al espejo y observar si han adquirido un tono verdoso, si advierten algún cambio o si aún se reconocen. “Hay que estar muy atentos”, exhorta, ya que “tal vez los síntomas estén frente al espejo”.

Así es como podrá verse en escena una nueva versión de Ionesco, y su modo de reflexionar sobre una sociedad que cada vez cuenta con más información pero con menos posibilidad de comunicarse. O, al menos, de interactuar sin artificios.