Habiendo pasado toda mi vida Ramadán en países musulmanes (Arabia Saudita, Paquistán, Turquía, Malasia) o en países con gran número de musulmanes, como Estados Unidos, es para mí una experiencia totalmente nueva ayunar sola, sin una comunidad.

Extraño nuestra comida de la mañana (suhur) antes de comenzar el ayuno previo a la salida del sol, el entusiasmo de cambiar la rutina, reducir la jornada de trabajo y colegio a solamente seis horas y cenar con la familia y los amigos todas las noches, la loca carrera dos horas antes de romper el ayuno a la puesta del sol (iftar), cuando todos, tratando de manejar con cuidado, hacen las compras de último minuto: pan, empanadas, frutas, yogur o dátiles, en el almacén en la esquina.

Luego, en el momento de iftar, se percibe la calma: estamos comiendo en nuestras casas y las calles están desiertas. Después, todos salen a las mezquitas para la última oración del día, y entonces llegan las compras de Eid, Eid-ul-Fitr o el “pequeño Eid”, como también se lo conoce, que marca el final de Ramadán. ¡Los bazares van a estar abiertos hasta suhur! Las mujeres compran en grupos mientras los hombres beben té, comen baklava en el shopping y cuidan a los niños. El aire sigue zumbando hasta que la tranquilidad de suhur vuelve. No sólo hemos limpiado nuestros pecados y ganado el favor de Alá, sino que estamos también un día más cerca de Eid. Celebramos como todos, pero, ¡qué emoción! Es diferente: estamos llenos de sensaciones de pureza, generosidad, amor y compañerismo que no vemos en el resto del año. Es un mes en el que rezamos fervientemente por el perdón, por la guía hacia el camino correcto y alivio para todos los que sufren en el mundo.

Es una perspectiva de la vida musulmana y el mundo musulmán que desearía que los medios se interesaran en conocer.

Es difícil estar a un mundo de distancia de todo lo que es familiar, quizás como si alguien de aquí estuviera en Arabia Saudita durante la Navidad sin familia. Tal vez un poquito como el primer Ramadán del Profeta Mahoma, aunque ayunar era común en Arabia y el mundo cristiano antes de la llegada del islam. Pero las primeras semanas de Ramadán en Montevideo han sido igualmente diferentes y encantadoras.

Con mis ayunos, más gente descubrió que soy musulmana. No me veo como los medios nos describen a las mujeres musulmanas: una bolsa corporal sin forma, negra, andando detrás de mi esposo en silencio (aunque con mi esposo uruguayo bromeamos que él lo querría así).

Después del primer encuentro, un cauteloso “¡Oh!”, y un nuevo escaneo rápido de mi aspecto, viene mi momento favorito: ¡aluvión de preguntas! ¿Por qué no me cubrí el pelo (hijab)? ¿Cuántas horas tengo que ayunar? ¿Cuándo voy a terminar? ¿Cómo puedo no beber agua en todo el día? ¿No encuentro como mujer que el islam es muy opresivo? ¿Estoy de acuerdo con todo lo que Estado Islámico, los talibanes, Boko Haram y los de su clase están haciendo con las mujeres, los niños, los ancianos, los vulnerables? ¿Y la guerra que hierve a fuego lento entre los wahabi sunitas y los chiitas de Arabia Saudita e Irán (respectivamente) que está aterrorizando a la región? Después de todo, el islam es sinónimo de terrorismo. Otra cosa por la que tengo que agradecer a los medios internacionales.

Como ex periodista de la BBC que informó sobre la guerra de Pakistán-Estados Unidos contra el terrorismo y los eventos terroristas, como investigadora que trabajó en cambiar la política estatal sobre derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTQ bajo la ley islámica, y como empleada de las Naciones Unidas que trabajó en la ayuda humanitaria y para el desarrollo proporcionada por el Primer Mundo, he producido, distribuido y tratado información desde todos los ángulos posibles. He visto cómo la opinión pública es traicionada en fraudes electorales, he visto cómo se crean noticias políticamente correctas para ganar el apoyo público, he visto cómo es mucho más importante que el tamaño del logotipo de la organización “salvadora” en la pancarta sea igual o mayor que el de las otras proveedoras de ayuda. He visto cómo se descontextualizan los fragmentos de la historia y cómo los intereses de los actuales se priorizan sobre los demás.

Entonces mi respuesta es: no. Ni yo, ni el islam, ni el Profeta Mahoma y los 125.000 profetas que le precedieron, incluyendo a Jesús, Moisés, Noé, instruyen o aprueban lo que Estado Islámico, Boko Haram y los talibanes están haciendo o han hecho. El islam y Mahoma, bendito sea, dieron instrucciones estrictas y reglas de cuándo y cómo librar una guerra si has sido atacado. La paz en las comunidades y las sociedades está ante todo en los valores islámicos, y el Corán dice: “No seguirás mi religión y yo no seguiré tu religión. Por lo tanto, para ti, tu religión, y para mí, la mía”. De este modo, el pluralismo religioso es decretado por la Autoridad Final: Alá.

No, no me cubro el pelo porque es parte de la cultura árabe; se hacía para la protección del entorno en el desierto árabe, para el respeto y protección de las mujeres, que eran tratadas como propiedad y objetos sexuales. Era una manera de distinguir y era obligatorio para las esposas del Profeta Mahoma, bendecidas sean todas, y de otras mujeres, porque ellas son nuestras madres, como la Madre María. Y sí, luché con uñas y dientes cuando, a los 13 años, me dijeron que empezara a taparme según las leyes de Arabia Saudita. Y sí, cada vez que veo a una mujer saudí o afgana cubierta, me pregunto si es su elección o si es forzada por el patriarcado. También me di cuenta mucho más tarde, durante la investigación, de que la opresión de las mujeres en el islam proviene del patriarcado, así como está arraigada en el capitalismo y en las políticas públicas, cuando las licencias de maternidad le cuestan a la mujer su carrera, cuando se les dice a las víctimas/sobrevivientes de violaciones “debe de haber sido por tu forma de vestir, por haber consumido alcohol, por cómo lo miraste”, etcétera, etcétera. Y no. Toda la gama de guerras directas e indirectas que se libran entre chiitas y sunitas tienen sus raíces en la política y la codicia de las potencias mundiales coloniales. La guerra colonial que se sigue librando en el corazón de África, la división del sur de Asia, la amarga división del continente árabe. Se trata de un conflicto chiita/sunita que ha sido creado porque Irán es el último y fuerte obstáculo para la hegemonía profundamente arraigada del Primer Mundo en la región. El retiro del presidente Donald Trump del acuerdo nuclear iraní y el aislamiento económico de Irán mediante sanciones tiene la intención de paralizar al país desde dentro y hacerlo vulnerable en el exterior.

Entonces, mientras echo de menos profundamente estar en casa,en los muchos lugares que son mi hogar, disfruto mi primer Ramadán en mi nuevo hogar, aquí. Cocinaré como loca el último día de Ramadán para recibir amigos el día de Eid y prepararé postres caseros para enviar a los vecinos. La henna será lo más emocionante, creo. Es una parte integral de las celebraciones Eid de mujeres y niñas. Me imagino con mi hija de dos años y su hermano mayor, que también querrá henna en su mano. Es hermoso verlos crecer aquí como musulmanes, paquistaníes, uruguayos. Aquí, donde hay personas curiosas por saber, dispuestas a escuchar y trascender los titulares. Donde mis vecinos, mis amigos de feria, mis profesores de español y mi entrenador de gimnasia me abrazan, me entrenan, me enseñan y quieren escuchar la otra perspectiva de la historia, porque saben que hay cosas más allá del ciclo de noticias de 24 horas de la caja tonta.

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