Con esta suerte de diáspora internacional que atraviesa la novela negra en los últimos años, parece que cuando repasamos autores de su país madre –esto es: Estados Unidos– nos remitimos siempre a la santa trinidad que, en cierta medida, fundó el concepto: Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross MacDonald. Los conocedores podrán ahondar un poco más y remitirse a autores más oscuros, como James M Cain, Jim Thompson o Patricia Highsmith, pero aun así dificilmente darán cuenta de aquellos autores que hoy día publican (o lo hacían hasta hace muy poco) y se mantienen como más que dignos representantes de su país en esta suerte de contienda internacional que se ha vuelto el mercado policial.

Así, el recientemente fallecido Elmore Leonard o el oscuro James Ellroy son dos nombres que ocupan por sus méritos lugares imprescindibles en el sitial de la novela negra, pero no son los únicos: algo más joven, menos bien considerado, bastante más popular, allí está Michael Connelly. Y con Connelly también está su máxima creación: Harry Bosch.

Mientras Leonard se divide en variopintas novelas del más ecléctico espectro y Ellroy vuelve una y otra vez a su gran novela de la corrupción estadounidense en la década de los 60, Connelly ha construido una sobria saga sobre su mayor personaje (que no es el único, pero si el más reconocido), un detective de la Policía de la ciudad de Los Ángeles. Bosch es un tipo duro, cabal, algo ido a veces, capaz de buscar justicia a toda costa pero siempre aplicando a rajatabla el procedimiento policial. Esto no significa que no se salga cada tanto de las reglas, pero sí que su método deductivo es la vieja y querida “caminar, preguntar, caminar y volver a preguntar” de la Policía tradicional; un método que mucho más tiene que ver con el tesón, la estructura y la paciencia del investigador que con un ingenio o cerebro por fuera de la medida (como el de Sherlock Holmes).

Desde su novela Eco negro (1992), Connelly ha construido un universo que gira en torno a su personaje y en el que hay casos que empiezan y terminan pero también obsesiones que se continúan entre novelas (el asesinato de la madre de Bosch cuando era un niño, por ejemplo). Hasta el momento, el detective protagoniza 19 novelas; la última, El lado oscuro del adiós, apareció hace dos años en Estados Unidos y en 2017 fue editada en español.

Mismo juego, distinto resultado

El traslado de las novelas a la serie, que recientemente ha completado su cuarta temporada por Amazon, corre a cargo de Eric Overmyer –veterano escritor y productor, especialista en series policiales como The Wire, La Ley y el Orden, Treme; es decir, el hombre ideal para el trabajo– y del propio Connelly, quien oficia como productor y ocasional guionista. El equipo no traslada las novelas cronológicamente (por ejemplo, de Eco negro sabemos que fue el caso más importante de Bosch y sobre el cual filmaron una película, pero el hecho ha acontecido muchos años atrás en la misma serie) y, de hecho, no se respeta tampoco el orden en que fueron publicadas. En cambio, la serie adapta dos o hasta tres novelas por temporada –al margen de agregarle contenido propio– y reestructura la historia de Bosch, la de sus casos y, con mucha mayor preponderancia que en las novelas, la de sus compañeros. Así, incluso el lector avezado se sorprende y redescubre aspectos de historias que conoce, bajo la óptica fresca y reorganizada de la serie.

Pero la serie no piensa (solamente) en aquellos posibles lectores y además ofrece un contundente policial como pocas veces se ha visto antes –con la posible excepción de las series en que las Overmyer estuvo previamente involucrado–, en la que cada caso caracolea, se ramifica, va y viene, pero la prístina narrativa televisiva nos lleva adelante capítulo a capítulo, revelación a revelación, pista tras pista. Bosch oficia como una suerte de guía en este Los Ángeles azul acerado, de luces de neón, una ciudad cargada de corrupción y crimen pero donde también hay gente decente del otro lado del mostrador, haciendo su trabajo.

Equipo ganador

La serie gira casi exclusivamente alrededor de Harry Bosch y era necesario alguien que estuviera a la altura para encarnarlo. Ese hombre es Titus Welliver, que tiene una de esas caras tipo “sí, lo tengo visto de algún lado”, ya que ocupó decenas de secundarios en variadísimas películas. En Harry Bosch encuentra, por fin, su merecido protagónico; Welliver lo aprovecha pero además dimensiona y vuelve increíblemente convincente al personaje: él es Harry Bosch. Aunque no tenga exactamente el physique du rôle que describen las novelas, es tal su involucramiento, su intensidad, que no hay manera, luego de ver la serie, de imaginar a un Harry Bosch con otra cara. No es el único destaque de un elenco súper competente: un par de veteranos de (nuevamente) The Wire aportan con creces: Jamie Hector es Jerry Edgar, el compañero de Bosch, y Lance Reddick es su superior, el jefe Irving (un personaje súper rico, con su propio arco narrativo a lo largo de estas cuatro temporadas).

Ya para esta cuarta temporada (hay dos más confirmadas) aparecen personajes creados por la propia serie con un peso coprotagónico que sólo enriquece la trama original. Y así, aquellos que disfrutamos con El vuelo del ángel –la novela que es el centro de esta cuarta entrega– nos reencontramos con el libro que conocemos, pero bajo las coordenadas de la serie, en una reinvención magnífica para todos los amantes del buen policial televisivo.