¡Crímenes! No podemos vivir sin ellos, y si somos víctimas de algunos de los más violentos, directamente no podemos vivir. Las malas acciones nos acompañan desde el comienzo de la civilización, pero muy pocas veces nos hacemos cargo de nuestros pecadillos. Recordemos el Génesis, en el que se relata el momento en que Caín asesina a 25% de la especie humana (si consideramos que en esa historia solamente estaban sus padres, Abel y él). Este tipo, principal sospechoso del delito, es interrogado por un ser omnisciente y ni siquiera de esa forma confiesa lo que había ocurrido y prefiere responder con evasivas. Claro que Caín no tenía una buena coartada, lo que, sumado a la mencionada omnisciencia, le valió un castigo acorde.

¿Qué ocurre entonces cuando Dios no trabaja activamente para la Policía? Allí comienza la trabajosa labor de recolectar evidencia, pegar fotos sobre una pizarra y esperar a que alguno de los involucrados en el delito deschave a sus cómplices durante el interrogatorio. La cantidad de casos que se resuelven gracias a un chivatazo es mucho más alta que lo que cualquier investigador jamás confesará. Numerosas ficciones literarias (la mencionada Biblia) y audiovisuales (Matlock, Jake y el Gordo) nos han contado acerca de los más variados crímenes y la forma en que fueron resueltos. Pero en esta oportunidad nos ocuparemos de dos casos reales y cómo los documentalistas los contaron a un público acostumbrado al atracón de series.

Este par de producciones originales de Netflix se encargan de relatar los avatares que rodearon a dos hechos muy distintos, y lo hacen con ópticas, ritmos y objetivos completamente diferentes. El primero de ellos tiene el atractivo título de Evil Genius: The True Story of America’s Most Diabolical Bank Heist y fue traducido al español como Genio del mal, en una (cuando menos) discutible elección de género. De todos modos, lo más interesante es la otra parte del título, la que habla del “más diabólico asalto a un banco” de la historia de Estados Unidos.

En 2003, un repartidor de pizzas consiguió robar unos cuantos miles de dólares de una institución bancaria de Erie, Pensilvania, pero a los pocos minutos fue rodeado por la Policía. El hombre afirmaba haber sido obligado por desconocidos que le sujetaron una bomba al cuello, que solamente conseguiría desactivar si seguía pistas que darían una jaqueca al mismísimo Jigsaw. La primera película de la saga Saw, dicho sea de paso, es de 2004.

Durante cuatro episodios de menos de una hora, el realizador Trey Borzillieri aparece como maravillado por este extraño caso, que comenzó a destrancarse luego de que una llamada telefónica denunciara la presencia de un cadáver dentro de un freezer. Este nuevo delito revivirá la investigación y presentará (a la Justicia y a los espectadores) a dos personas cuyas historias de vida resultarán tan extrañas que uno los terminará creyendo capaces de los acertijos que debía resolver el pobre repartidor.

A la guionista y codirectora Barbara Schroeder no le interesa ser quien descubra la verdad de lo ocurrido, sino llevarnos a través de una pesquisa que casi (énfasis en “casi”) no dejó preguntas sin responder. Borzillieri, mientras tanto, se involucró personalmente y mantuvo correspondencia con más de uno de los implicados.

La serie puede verse de un tirón y se asemeja a aquellos dramas en los que los protagonistas intentan meterse dentro de la cabeza de los malhechores para descubrir por qué tomaron determinadas decisiones, y cuenta con suficientes entrevistas como para jugar a ser analistas de comportamiento criminal.

The Staircase

The Staircase

15 años no es nada

El segundo documental gira alrededor de una muerte ocurrida en 2001. Esto hace que en ambos casos se cuente con suficiente material audiovisual como para “vestir” cualquier locución. Sin embargo, el objetivo del documentalista francés Jean-Xavier de Lestrade (ganador del Oscar a mejor documental por su obra Un culpable ideal) parecería ser la Búsqueda de la Verdad. Así, en mayúsculas.

The Staircase (La escalera) comienza con la llamada al 911 de un hombre que encontró a su esposa herida de gravedad al pie de las escaleras de su casa. La Policía llega a su domicilio y pocos minutos después, con Michael Peterson todavía en shock, comienza a manejarse la teoría de que Kathleen Peterson fue asesinada, y de que Michael es sospechoso. Lo que se verá a continuación, a lo largo de 13 episodios de unos 50 minutos, es el proceso judicial que se activa cuando aparece un probable delito y termina cuando se logra una condena. En esta ocasión, ese proceso llevó más de 15 años.

Las cámaras de De Lestrade se hicieron presentes desde la acusación y permitieron el seguimiento profundo del trabajo de un equipo de abogados defensores de “alta gama” y de cómo lidiaron con temas tan variados como la selección del jurado, la evidencia presentada por la Fiscalía, los testigos expertos de ambas partes y el entrenamiento previo a que sean llamados a declarar.

Con el correr de los episodios se suman elementos que hacen más compleja la tarea de los jurados. La madre de los hijos adoptivos de Peterson, por ejemplo, también había muerto al caerse por las escaleras, luego de sufrir un accidente cerebral. El novelista habría sido una de las últimas personas en verla con vida. ¿Coincidencia, doble crimen o accidente que sirvió de inspiración?

Otro elemento presentado por la fiscalía para reforzar la acusación fue la bisexualidad de Peterson, un elemento que fue la comidilla de la prensa del momento y que pudo haber influido en la decisión de algún integrante del jurado allá en Durham, Carolina del Norte, en los primeros años del corriente siglo.

Una primera mitad de esta gran historia se cierra con el veredicto y otra se abre, ocho años después, al surgir sospechas de graves irregularidades en la investigación. Vendrán nuevas audiencias, más declaraciones y la constante lucha dentro de la familia entre quienes creen en la inocencia de Michael y aquellos que lo consideran el asesino de Kathleen.

Si bien uno ve envejecer 15 años al protagonista de la historia y escucha su visión de lo ocurrido, del sistema judicial y hasta de la vida y la muerte, un segundo protagonista es tanto o más interesante de seguir. Se trata de David Rudolf, líder del equipo de abogados defensores. Si bien los micrófonos de los documentalistas no se preocupan por captar grandes pensamientos existenciales de su parte, es apasionante verlo en acción, buscando la mejor forma de torcer los argumentos a favor de Peterson. Porque le cree o porque sencillamente es su cliente. Y con honorarios dignos de Benjamin Matlock, si los ajustamos a la inflación.

Es posible que The Staircase resulte demasiado larga para televidentes acostumbrados a giros constantes y un ritmo trepidante, pero más allá de las capacidades del franchute, es un interesantísimo paseo por el “detrás de cámaras” de los mecanismos que llevan a que una persona pase el resto de su vida en prisión, o no. Para los impacientes, o los que quieran ver a un hombre corriendo contra el tiempo buscando pistas que desactiven la bomba que tiene en el cuello, hay una opción que les resultará más atractiva.