Hace poco menos de un año, comentaba –y celebraba– en estas páginas la publicación de El misterio del monte celeste, de Sergio López y Alfredo Soderguit. Ese mismo feliz encuentro creativo de dos talentosos exponentes de la literatura para niños uruguaya dio un nuevo fruto: el flamante Tres tristes pumas, que aparece por la misma editorial, Planeta.

Si en aquel el protagonista era el color celeste, en este, desde la portada, predomina una gama terrosa de colores cálidos: amarillo, ocre, marrón. Desde el vamos, texto e ilustración nos ubican en la pradera azotada por la sequía; sentimos el calor, el sol quemando la piel, la boca seca. Y antes de que podamos empezar a hacer hipótesis que respondan a la primera inquietud que surge, antes siquiera de abrir el libro –¿por qué están tristes los pumas del cuento?–, el primer párrafo nos introduce en el asunto: “Allí estaban los tres pumas tristes, echados sobre sus panzas polvorientas, con sed y hambrientos, a la espera de que pasara algún animal que les sirviera de alimento”. Ni más ni menos que la eterna lucha por la supervivencia que rige la vida salvaje. A lo lejos, con un horizonte marcado en la mitad de la página, se nos presenta a los protagonistas, vueltos casi uno solo, dominando con la vista toda la pradera. La página siguiente les dará un primer plano que los vuelve enormes, de grandes ojos desorbitados y expresión igualmente triste. Contrastan, ahora, con la pequeñez del nuevo personaje que entra en acción: una pava (una Penélope obscura, se aclara) que podría convertirse en su tan deseado alimento. De plumaje negro y rojo, aporta una nueva tonalidad que compite con el amarillo-ocre de la sequía y establece el contrapunto narrativo.

Presentados los antagonistas, lo que prima es la tensión. Cada movimiento es lento, cuidadoso –unos esperan agazapados para poder cazar a su presa; la otra intenta pasar inadvertida para evitar ser capturada–. El tiempo transcurre lento y se instala, junto al ambiente tórrido, el suspenso. Y con el suspenso, en el lector crece la incomodidad de no poder decidir de qué lado ubicarse: no queremos que los pumas se coman a la pava, tampoco que mueran de hambre. En ese dilema transcurre buena parte del cuento, cuyo ritmo es llevado magistralmente por López mediante un relato minucioso que se detiene en cada detalle y, sobre todo, valiéndose de descripciones muy precisas, que ponen en juego todos los sentidos para ubicar al lector exactamente en el lugar donde se desarrolla la acción.

Especie de David y Goliat de las pampas, se enfrentan la pava y los tres pumas. Y la pava–que es valiente y tiene un objetivo que la impulsa: conseguir alimento para sus pichones– tiene que intentar sobrevivir. La única manera es ser más astuta que los pumas; primero apela a tocar el orgullo del felino con el que se enfrenta y le asegura que ella no es un alimento digno para él, pero el puma está demasiado desesperado para rechazar un mendrugo. Así que ella le retruca con un juego que pondrá a prueba su ingenio: una adivinanza con exigencia de rima. En cuanto la pava propone los versos que el puma deberá completar, se produce un quiebre en la narración, que anuncia el sorprendente desenlace y que la ilustración instala con un sutil cambio de tonalidad con la aparición del verde junto a la irrupción de un personaje ajeno a esos pastizales, llegado de lejos: una oveja. La palabra que resuelve el enigma planteado por la pava, pronunciada por el puma, es su perdición. Y sin embargo... Lo que surge son las lágrimas de los pumas, y la esperada lluvia que llevará vida.

El final de leyenda alivia la tensión. Las últimas páginas, en las que predomina el verde de los loros que contarán la historia, conocemos el secreto del llanto –y de la tristeza– de los pumas. Un final inesperado y bello, que hace más complejos y queribles a los felinos protagonistas. Literatura, en todo sentido.

Tres tristes pumas, de Sergio López Suárez y Alfredo Soderguit (Planeta Junior, 24 páginas, $ 430).