Antes de que presente su recital el miércoles en la sala Blanca Podestá de AGADU, charlamos con el músico y productor Carlos Casacuberta sobre sus nuevas canciones, la ironía en sus letras y la reedición de Terraja (1998), el clásico álbum del Peyote Asesino.
¿Cómo va a ser el repertorio de esta presentación en el ciclo Autores en su casa?
Tengo en marcha un proyecto de diez canciones nuevas y la idea es empezar el show tocándolas todas. El formato de los temas, como los vengo grabando, parece cercano al de una banda, pero en este espectáculo voy a hacer versiones puras con guitarra y voz. Va a ser algo íntimo, como si estuviera tocando en el living de mi casa. Eso está bueno porque las canciones necesitan ser puestas a consideración y ver qué pasa. Me interesa mucho este formato, porque prácticamente se pone a la canción en forma desnuda y se muestra lo esencial de la palabra.
¿Sobre qué temáticas estás trabajando?
Interpersonales. Yo les llamo “canciones de conversación”, porque tienen un interlocutor y narran una historia. Tengo una letra de Lord Byron que traduje y un pedazo de una obra de Shakespeare. Es una retórica un poco antigua, pero queda bien en forma de bolero. También tengo muchas canciones en las que se habla de un problema visto desde distintos lugares. Su forma musical y su estructura nacen de ir combinando cosas que vienen de un neofolclore latinoamericano que siempre me gustó y tiene que ver también con Naturaleza.
¿Cómo ves a tus dos discos solistas, Carlos y Naturaleza, desde una mirada retrospectiva?
Me identifico mucho con esa persona y sus preocupaciones; tengo muchas canciones que todavía canto y sigo incorporando. Creo que todo se conecta con lo anterior y se puede ver un proceso de búsqueda artística en mis discos. Cuando uno escribe canciones tiene la tarea de mostrar cómo es la persona que las canta. En general cuando interpretás canciones de otro ya tenés definido al que las canta, y eso te simplifica la vida porque te parás en sus zapatos. Pero con tus propias canciones es muchísimo más fascinante tener que elegir con qué imagen te vas a quedar para que te represente. El Peyote me acostumbró a separar mucho mi persona de quien soy en el escenario, porque siempre fue muy cinematográfico; no es que Al Pacino sea un mafioso, sino que está haciendo de mafioso y está actuando en El padrino. Es un personaje. Con tus canciones eso se confunde más, porque uno piensa que realmente ve al que las toca, pero en realidad está viendo a la persona que se sube al escenario y ofrece todo ese encanto.
Con el Peyote Asesino adoptaron un papel agresivo en las canciones.
Ni hablar. Yo decía: “Tengo una bala y puede ser para vos”, pero nunca vi un revólver de cerca. Sin embargo, en ese momento sí tenía sentido hacer circular ese sentimiento vinculado a la violencia y a la amenaza. Hay un problema de interpretación: el que está en frente tiene que entender y ese es el problema de la ironía, porque está el que la agarra y el que no. Hay que entender que estás diciendo algo que está totalmente disociado de ti y con lo que no te identificás. Igualmente, por el hecho de que alguien no lo agarre no tenés por qué renunciar a eso. Ahora estamos frente a la muerte de la ironía: la gente sólo se expresa de forma frontal y no hay ningún rasgo de que le estoy haciendo una pisadita a alguien, porque eso da lugar a la ofensa.
Se acaba de reeditar Terraja en plataformas digitales. ¿Cómo analizás el disco ahora y por qué quedó perdido?
El disco quedó perdido de la vida pública porque no tuvo difusión ni estuvo a la venta, pero eso no quiere decir que haya quedado olvidado. Yo creo que la gente mantuvo sus discos y los fue pasando; eso se notó cuando volvimos a tocar después de mucho tiempo y la gente se sabía las letras. Yo tuve una situación de salud en 2016, y como me operaron no pude tocar en esos shows. Tocó Matías Rada y pude ver un show del Peyote desde abajo, cosa que nunca nadie de la banda experimentó. Estuve entre la gente y vi el cariño con el que la gente mira al Peyote. Me hace pensar que aunque Terraja no se vendió ni estuvo en las bateas, sí tuvo una vida subterránea y latente.
Lo interesante del disco era cómo mezclaban elementos del hip-hop y del metal con algunos ritmos uruguayos, como la milonga, el tango y el candombe. ¿El título representa esa mezcla musical, que durante los 90 era mal vista?
Sí. El hip-hop era visto como terraja, al igual que el metal; la gente más intelectual miraba al metal con recelo. Con el término “terraja” queríamos traer algo de donde veníamos nosotros, y creo que la gente se identificó. Había un bandoneón en “De pedo y de tos”; teníamos mucho vínculo con la música uruguaya porque somos escuchas de todo eso y estamos atentos. Además “terraja” era una palabra típicamente uruguaya, que lo expresa todo: un desprecio y una agresión racial, social, cultural y estética. Parece que el terraja está por fuera y no tiene buen gusto, pero en Terraja nos quisimos poner de ese lado y reivindicarlo con una gota de orgullo.