Hoy a las 21.00, en el teatro Circular, se estrena No ver, no oír, no hablar, ópera prima de la actriz Stefanie Neukirch (que desde 2012 integra el elenco de la Comedia Nacional), que será dirigida por Diego Arbelo –también integrante del elenco oficial– e interpretada por Bettina Mondino, Juan Graña, Martín Castro y Elina Marighetti. La puesta sigue a una mujer que debe enfrentarse a la compleja decisión de renunciar a su trabajo; la dificultad radica en que su oficio no es como cualquier otro, y en que ella, en verdad, no es lo que aparenta. Así, No ver, no oír, no hablar se enfrenta al confuso umbral que define a la verdad y la mentira, y a la necesidad de la ficción, que aquí trasciende los límites de una sala teatral y alcanza a la vida real.

La autora adelanta que un día, un alumno de sus clases de inglés la sorprendió con un artículo publicado en la revista estadounidense The Atlantic, en el que un periodista entrevistaba al director de una compañía japonesa. Cuando lo leyó, se involucró tanto que llegó a compartirlo con su pareja, Diego Arbelo. Dos meses después, él recibió la invitación del Circular para dirigir, y le preguntó por qué no se proponía escribir una obra a partir de ese disparador creativo. “Fue así como este verano soñé, pensé y finalmente concebí No ver, no oír, no hablar”, recuerda, y cuenta que mientras se encontraba en el proceso de escritura pensó que la obra se centraba en la verdad y lo escurridiza que se vuelve su definición. Después confirmó que, en verdad, escribía sobre “la mujer contemporánea y sus múltiples luchas en una sociedad patriarcal, marcada por las injusticias sociales”.

Por eso, el espectáculo retoma estas condiciones, a la vez que se cruza con “algo mucho más primario, como es la maternidad en su significado más puro, más profundo y más transformador”. Así fue como terminó de escribir una obra que consideraba “por encargo”, y que involuntariamente se convirtió en un texto sobre ella y su experiencia con la maternidad.

En este caso, no contó con otros trabajos como referencia. “Lo que me sucede es que soy extremadamente permeable a los estilos de otros, sobre todo cuando ellos me generan admiración. Tengo mucho material que nunca publicaría porque es demasiado evidente que vivo un período de admiración por un autor en particular”, como le ha sucedido con Marguerite Duras y con Jean-Luc Lagarce, por ejemplo. Si bien en ese ejercicio de imitación, dice, aprende muchas cosas, y aunque crea que siempre se imita a quienes nos inspiran, “la meta fue la búsqueda de una voz propia”.

Desde el vamos, Neukirch se había propuesto seguir la máxima de Eugène Ionesco –que decía que había empezado a escribir bien sólo cuando logró dejar de lado su vida personal–, pero con este trabajo confirmó “una bella sospecha que hace tiempo albergo, y es que no podemos escapar de nosotros mismos. Si bien no se trata de una autoficción, hay temas recurrentes que posiblemente no puedan quedar por fuera de ninguna creación, porque forman parte de la lente que compone mi experiencia personal. Así, la pertenencia, los orígenes y los hechos truncos asoman aunque no se los haya convocado conscientemente”.