Pocos realizadores han transitado una obra tan vinculada a los géneros como Israel Adrián Caetano. Tanto su trabajo en cine –el magistral policial Un oso rojo (2002), los thrillers Crónica de una fuga (2006) y El otro hermano (2017)– como su dilatada carrera televisiva –Tumberos, Disputas y la vernácula Uruguayos campeones– lo han consagrado como un referente en el tema, así como una garantía de calidad en cualquier tamaño de pantalla.
Con El marginal, su última producción –en esta ocasión acompañado por Sebastián Ortega–, Caetano vuelve a retomar aspectos de su carrera anterior, y hay quien ha visto una reversión de Tumberos en ella. Y, nuevamente, se mete hasta los codos en un género, en este caso el carcelario, aunque hay aspectos de policial y thriller inmiscuidos.
La serie cuenta hasta el momento con dos temporadas (la primera en Netflix, la segunda en Youtube) de estupendo nivel, aunque ambas son bestias de diferente montura.
Marche preso 1
De todo se cocina en la prisión de San Onofre, pero lo que viene al caso es el secuestro que de la hija de un juez –juez bastante sucio, conchabado con una banda de la prisión– a la que se mantiene detenida en la misma cárcel. Es entonces que al ex policía Miguel Palacios (un tan convencido como convincente Juan Minujín) se le hace flor de cama y se lo encierra en la institución, bajo el nombre falso de Pastor Peña, con la tarea de localizar a la secuestrada a cambio de recuperar su libertad.
San Onofre se divide entre dos bandas. Los de Borges (increíble, como siempre, Claudio Rissi), quienes son los responsables del secuestro, y la Sub 21, una banda de pibes que buscan acomodarse en el penal. En los 13 episodios que conforman la primera temporada no se escamotea nada: está el asunto del secuestro, los propios problemas que tiene Palacios/Peña, la guerra de bandas y cómo conviven todos bajo el mandato del alcaide (o director) Gerardo Antín (otro gran elemento del elenco en la piel de Gerardo Romano).
Con mucha tensión y mejor resolución, la creación de Ortega y Caetano navega con soltura, aunque no logra evitar algunos escollos. En su elenco hay un par de impresentables: Mariano Argento como el juez (a quien por suerte no hay que sufrir demasiado) y Martina Gusmán como una asistente social increíblemente inverosímil (cierto es que no la ayuda su personaje, pero Gusmán es pétrea como una roca). Para colmo, deriva en injustificada historia de amor. Probablemente el pero más importante devenga de una resolución apresurada, que se nota y mucho, luego de una temporada en la que todo se resuelve con esmero. En cambio, los últimos dos episodios son atropellados hasta decir basta, y además dejan una multitud de cabos sueltos (que uno podría suponer que se solucionarían en una segunda temporada, pero como se verá a continuación, no es así).
Igual, el disfrute del durante es alto, así como la sensación de vértigo y lo impredecible de una historia contada con mucho cuidado. Además de Minujín, hay varios de destaque: Abel Ayala como el jefe de los Sub 21, Brian Buley como Pedrito, Marcelo Peralta y Daniel Pacheco dentro de la banda de Borges y, con cuerpos de ventaja, Nicolás Furtado con el personaje de la serie: Diosito. Junto con Rissi y Romano, Furtado es el talento enorme de esta serie, que como se verá, quedó tan claro que...
Marche preso 2
La segunda temporada es una precuela de la anterior, centrada esencialmente en el personaje de Diosito. Esta nueva historia se ambienta algún tiempo antes de la que vimos anteriormente y nos cuenta la llegada de los Borges a la prisión de San Onofre. Inmediatamente hacen buena junta con el director Antín y buscan destronar al poronga vigente dentro de los muros, un preso déspota y despiadado bautizado El Sapo (Roly Serrano). Por supuesto, reaparecen casi todos los personajes de la primera temporada –es nuestra chance de disfrutar un poco más de aquellos que ya cantaron flor: ventajas de ser una precuela– incluyendo, me temo, a Gusmán y su inexpresiva asistente social. Entre los recién llegados se destacan Daniel Fanego (cuándo no), Verónica Llinás, Rodrigo Noya e Ignacio Sureda.
Un inconveniente –propio de todas las precuelas, seamos honestos– es que los destinos de los personajes están bastante prefigurados. De los que aparecen aquí y no vimos en la anterior entrega, nos olemos que no van a contar el cuento y, por otro lado, sin importar demasiado los peligros a los que se arriesgan Diosito y Borges, sabemos que van a librarla. Esto quita algo de tensión al asunto, pero la narrativa de la serie es lo suficientemente atenta como para que nunca se pierda el interés.
Amén de lo anterior, hay un epílogo al cierre de sus ocho capítulos que abre la puerta a una tercera temporada, ahora sí ambientada luego de los sucesos de la primera. A ver si por fin se cierran todos aquellos cabos sueltos.