James Gunn se volvió mundialmente famoso por escribir y dirigir las dos entregas de Guardianes de la galaxia. Estas películas fueron la primera gran apuesta de Marvel Comics, después de seis años de éxitos con una fórmula probada y personajes que, mal o bien, estaban dentro del radar del público. Si bien parte de la receta estaba intacta (listillos que suelen avergonzarse de sus propias aventuras), Gunn logró que un grupo de personajes ignotos conquistara la taquilla gracias a su historia divertida, su fotografía y una banda de sonido tan pegadiza que debería ser ilegal. Entre las dos películas recaudaron más de 1.600 millones de dólares en todo el planeta. Dentro del ajustadísimo cronograma del Universo Cinematográfico Marvel, ya estaba previsto el estreno de una tercera, que comenzaría a filmarse en 2019. Sin embargo, este caballero de 52 años cometió el error imperdonable de tener un sentido del humor un poco peculiar.

Todo comenzó por la postura pública de Gunn, especialmente en su cuenta de Twitter. La grieta no es sólo argentina, y sus comentarios en contra de la política de Donald Trump lo convirtieron en blanco de los grupos más reaccionarios. Mike Cernovich, uno de esos tipos que creen en la teoría del “genocidio blanco”, revisó el historial de Twitter del director y encontró oro: una serie de chistes de temáticas tan polémicas como la violación y la pedofilia. Las capturas de pantalla de los tuits se difundieron por toda internet y a las pocas horas Disney despidió a James Gunn de su posición de director de Guardianes de la galaxia 3, puso en duda que se fuera a utilizar su guion y cortó toda clase de lazos con él. Eso fue en julio.

En agosto, Netflix estrenó la primera temporada de Paradise PD, una serie animada en la que abundan chistes de temáticas tan polémicas como la violación y la pedofilia. ¿En qué quedamos?

Brooklyn 69

La discusión acerca de los límites del humor se ha vuelto tan fastidiosa como la del decanato del fútbol uruguayo y parece terminar en los mismos callejones sin salida. Si creemos que el límite es la ofensa, entonces debería tomarse en cuenta a la primera persona que se ofende. Y esa persona tal vez tenga 87 años y crea que los chistes de “mamá, mamá” son humillantes para la maternidad.

Habrá, entonces, diferentes humores en diferentes contextos y situaciones. El problema de Disney, quizás, fue no poder distinguir entre aquel James y este. O que los contadores de Disney consideraran que aquel James podía afectar económicamente las ganancias del tercer trimestre del año fiscal. Claro que la compañía de Mickey Mouse no puede darse el lujo de perder al público de ambos lados de la grieta, o al público de China. Así que entre sus superhéroes abundará la heterosexualidad y siempre habrá alguna escena convenientemente filmada en Asia, con un experto chino que aparece 15 segundos en pantalla. Pero volvamos al Paraíso.

Brutalidad policíaca

Roger Black y Waco O’Guinn crearon en 2012 una serie animada llamada Brickleberry, acerca de los empleados de un parque nacional. Sus tres temporadas de humor ofensivo generaron comentarios como este en la revista Paste: “Brickleberry está pobremente construida, horriblemente ejecutada y produce más quejidos que risas. Es un show realmente doloroso de mirar, ya que se pasa encontrando nuevas profundidades en sus chistes de mal gusto sin remate, que son uno peor que el otro”. Dos malas noticias para Paste: utiliza demasiados adverbios y Paradise PD continúa por un camino similar, de ordinarieces, vulgaridades y chistes que le costarían el empleo al vecino de James Gunn por haberlos escuchado a través de una pared.

Esta vez la acción se desarrolla en un departamento de policía, en una pequeña ciudad repleta de estereotipos negativos, como traficantes, yonquis, paletos (no se me ocurre una mejor traducción para rednecks), fanáticos religiosos y toda clase de depravados, aunque en algunos casos los límites de la perversión sean tan variables como los del humor.

Así que los policías son los protagonistas y está claro que el desarrollo de personajes no es el fuerte de Black y O’Guinn, ya que el elenco podría enumerarse como: el jefe, el novato, el negro, la violenta, el obeso mórbido, el viejo y el perro. Está claro que no estamos ante un nuevo Brooklyn 99, por más que los episodios suelen tener dos o tres subtramas que involucran a la mayoría de los protagonistas. Comedia coral con policías. Hasta ahí las semejanzas.

¿Johnny cuánto?

Johnny Ryan es un dibujante famoso por historietas cuyo objetivo primordial parecería ser ofender. O, lo que es parecido, definir los límites del humor de sus lectores mientras descubren qué parte de lo que están leyendo los ofende. Desde hace más de 20 años publica sus obras “políticamente incorrectas” (expresión tan bastardeada que tuvo que ir entre comillas), como la saga de ciencia ficción Prison Pit o la antología Angry Youth Comix. Pero también ha sabido trabajar en forma puntual con DC Comics y es colaborador de la revista Nickelodeon Magazine, aunque utilizando un alias. ¿Será eso lo que le faltó a James Gunn?

No solamente la animación de Paradise PD parece inspirada en sus trazos, sino que la clase de chistes también tiene muchos puntos de contacto. Y tratándose de “dibujitos”, es más lo que se puede mostrar sin que Netflix diga: “Muchachos, creo que se fueron un poco al carajo”.

Así que si teníamos un Padre de familia que mostraba a la familia Griffin vomitando, aquí las barreras están abiertas para toda clase de fluidos y excreciones corporales, en forma más o menos explícita. También hay numerosos momentos de violencia extrema, pero a los censores nunca les importó que un niño viera cómo le arrancan la cara a alguien. Ahora, si se ve la pezonera de Janet Jackson se para un país entero.

Deformidades, discapacidades y temas tabú son más que condimentos de la serie: son uno de sus atractivos. Los guionistas siguen “encontrando nuevas profundidades en sus chistes de mal gusto”, pero, vamos, hay gente que comulga con esa clase de humor y la que no, le pondrá pulgarcito para abajo en la app de Netflix.

Contámela en colores

Detrás de todo, a veces demasiado detrás, hay una historia. Que comienza con el hijo del jefe de policía volándole el escroto de dos balazos y años después continúa con su ingreso forzado en las fuerzas de la ley. Allí conocerá a sus diversos compañeros y se verá involucrado en el misterio de la metanfetamina escocesa (por el diseño de rombos, no por su procedencia).

Cada uno de los diez episodios tiene su cuentito, pero la identidad del responsable de traficar con esta sustancia recién se conocerá al cierre de la primera tanda de capítulos. Así que existe algo así como una continuidad en la serie, aunque muchos personajes que son destripados en un capítulo regresan bastante sanitos en el siguiente. Otros no.

Son menos de cinco horas de una búsqueda lúdica de espantar a las viejas que justo pasen delante del televisor. Esto no significa que Paradise PD sea el detector definitivo de mentes abiertas, pero tampoco condena a la inferioridad moral a quienes se ca**en de risa cuando Kevin tenga relaciones con su patrullero. No todo en la vida son los Monty Python.