Es músico y biólogo, pero antes que nada, carnavalero. Durante 25 años participó en la murga La Gran Siete, en la que supo ser director, letrista, compositor y arreglador. Hoy está alejado del territorio del dios Momo, al menos de manera oficial, pero lo sigue llevando en la sangre. En noviembre del año pasado, la editorial Estuario publicó el libro Cual retazo de los suelos, reedición de un didáctico y disfrutable ensayo sobre el carnaval en general y la murga en particular que Lamolle lanzó originalmente en 2005 (por Trilce). Esa fue la excusa para una charla con el murguista sobre el Concurso de Carnaval, la paridad de género y mucho más –hasta revólveres–.

Cuando releíste el libro original de 2005, ¿notaste que cambió algo en todo este tiempo que pasó?

Que ya no estoy. Esa es la mayor pérdida que tuvo el carnaval... Lo que pasa es que después de que yo me fui, no fui más al carnaval. Me fui a mitad del carnaval de 2015. ¿Sabés qué? La murga joven se insertó más o fue más absorbida –según cómo lo veas– por el carnaval. Cuando yo escribí esto, las murgas jóvenes eran savia fresca, ahora ya son parte del carnaval y no se las considera algo nuevo que viene cambiar, sino que son una murga más.

¿Y el debate sobre el humor políticamente correcto? Hace más de diez años no estaba presente.

No estaba como ahora. Pero siempre estuvo dentro de la murga. Por ejemplo, cuando yo escribía, mucho antes de que se pusiera tan de moda, era más políticamente correcto que ahora; después me empecé a poner incorrecto. Ese tema hay que verlo como lo que es: una defensa de derechos de minorías o no minorías –según a qué derecho te refieras–, y uno se comporta como se debe ante una defensa de derechos, pero con libertad. Lo que no podés, como creador, es fijarte en qué es lo correcto o no para un grupo y para otro, porque la corrección va cambiando, y terminás loco. A veces puede ser que sepas de antemano que determinada frase va a ser muy conflictiva, y dudes sobre si usarla o no, pero no se sabe.

¿Y el tema de la paridad de género?

Ya había habido murgas de mujeres.

Pero en el carnaval de 2018 Falta y Resto salió con seis mujeres, y lo hizo más a conciencia.

Lo hizo más visual, lo puso más en el tapete por la forma de ser de Falta y Resto, que es muy marketinera de por sí, pero antes hubo murgas de mujeres que habían sido expulsadas del carnaval, y que salían con un nuevo nombre a pelearla como cualquiera. Hay antecedentes históricos, viejísimos, de murgas de mujeres, que yo no sé ni en qué año fueron ni cómo les fue. Sin embargo, en la última camada hubo por lo menos dos murgas de mujeres: La Bolilla que Faltaba –tenía batería masculina pero el resto eran todas mujeres– y Cero Bola, que eran todas mujeres, como su nombre lo indica. Pero la Falta es una murga que ya tiene un nombre, entonces, cuando metió seis mujeres –además, con un mensaje muy directo– sonó mucho más que lo que había pasado antes. No le quito mérito a eso, a veces se precisa un poco de ruido desde las alturas para que las cosas lleguen a los oídos de la gente. Hay personas que creen que la primera vez que salieron mujeres en carnaval fue con la Falta, pero es viejo; eso es lo que quiero dejar claro.

Pero quizás en aquellos antecedentes históricos no se dio en el contexto de una reivindicación feminista.

No, pero sus letras también hablaban de cosas femeninas y feministas. No había tanta efervescencia con el tema como en la actualidad. Ahora una mujer dice algo feminista y ya se abren las aguas como con Moisés, y empiezan los “¡machirulo!”, “¡feminazi!”. Es impresionante la demencia general que hay con todas esas cosas, y con cualquier cosa.

En el prólogo de la primera edición del libro señalabas que era “sorprendente” la cantidad de “gansadas” referidas al carnaval y la murga, y por eso decidiste aportar las tuyas. ¿Recordás algunas de esas gansadas ajenas?

No voy a dar nombres, ya me he peleado con la gente... La prensa carnavalera se parece mucho a la de fútbol, es muy fácil encontrar gansadas ahí. Gente que opina desde el concurso y no desde lo que es realmente la murga. De lo único que hablan es de qué chances les ven, y juegan entre ellos a ver quién le embocan más. Hay quien analiza un poco más, hay de todo, pero dentro de ese todo hay gansadas. Para mí, ver una murga y que lo único que se te ocurra decir es que está entre las cinco primeras es una gansada. Hay más cosas para decir, que es horrible o que está buenísima. Además, si decís eso de más de cinco murgas, pierde validez matemática.

Al principio del texto te ocupás del origen de la murga y derribás esa leyenda de que solo viene de Cádiz. También tiene raíces negras, por ejemplo.

Tiene múltiples raíces, ese es el tema; viene de todos lados. El propio carnaval de Cádiz se nutrió del de Génova y del de Cuba, en una flecha invertida, porque habitualmente se piensa que todo lo de acá se nutre de allá, y no, en Cuba ya había cosas, que fueron tomadas por Cádiz. Acá vinieron negros que no eran cubanos, directamente de África, y que trajeron lo suyo. Toda la rítmica de la murga no tiene nada que ver con la rítmica de Cádiz, la impostación de la voz tampoco. ¿Y en qué pensás cuando pensás en una murga? Básicamente en la impostación de la voz y en la rítmica, es decir, en los tipos cantando y en la batería sonando atrás; y en la crítica social, que eso sí puede ser que venga directamente de Cádiz o de los teatros populares del mundo.

En el libro también te referís a que los dueños de los tablados comerciales tienen más poder que los jurados del concurso, que DAECPU (Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay) y que la Intendencia de Montevideo. ¿Pensás que sigue siendo así?

Sí, eso no cambió y no creo que vaya a cambiar. Es como en una época eran los disc-jockeys de la radio, que definían si tu tema existía o no. Ponían tu tema y si estaba bueno y pegaba, ta, pero si no lo ponían, ni siquiera tenías la posibilidad de que llegara; el dueño del tablado es igual: si te contrata, la gente te ve, si no te contrata, no te ve. Después se hace una encuesta entre los carnavaleros a ver qué murga les gustó más y la tuya no figura ni entre las horribles.

¿Cómo ves el fenómeno de Agarrate Catalina, que sin salir en carnaval sigue siendo una de las murgas más populares y sale de gira por el mundo?

Ya no lo veo como un fenómeno carnavalero sino como un grupo que se administró bien y tuvo suerte, obviamente. Como que dejó de integrar la movida de acá. Ahora creo que va a salir de nuevo, pero yo la vería como si estuviera cantando [Joan Manuel] Serrat o Julio Iglesias, algo así.

Foto del artículo 'Fuera de concurso: Guillermo Lamolle y la reedición de su libro sobre carnaval'

Existe un prejuicio dando vueltas, entre los que estamos por fuera del carnaval, de que es un ambiente con mucha mafia.

Hay revólveres, y se muestran en las asambleas. Un amigo me contó hace poco que fulano sacó un revólver y lo puso ahí –y no era [Enrique] Cachete Espert ni una murga de La Unión–. Es como para decir “yo también soy pesado”. Esas cosas pasan y pasaron siempre. Mientras sean simbólicas... No me molesta que pongan un revólver, mientras apunte para otro lado... Me molesta mucho más que me curren con los tablados, que me dejen las migajas.

De cualquier forma, en otros ámbitos no debe ser tan común andar sacando revólveres.

Es raro que sea tan público, porque eso lo sabe todo el mundo. Lo hacen en lugares públicos, donde hay mucha gente. La forma de decidir en una asamblea es metiendo el peso. Si yo saco un revólver se me ríen en la cara, pero si demuestro que soy más pesado que vos, te miro y te digo qué vas a votar... Con una mirada cambian los votos, es impresionante. No funciona como debería, obviamente.

Si un hincha de fútbol saca un revólver es un inadaptado. ¿En carnaval es parte de esa “regla mafiosa”?

Llamarle “mafia” es halagarlo. Es una cosa mucho más de cuarta. Es la versión uruguaya de la mafia. “Tengo un revolver y jeteo”. Alguno habrá tenido historias más interesantes, como para un libro.

Pero no es como para El Padrino.

No, hasta la música suele ser más aburrida. Yo tuve amenazas pero por fuera de DAECPU, de alguno de esos pichones de mafiosos que se enojan contigo y te dicen “te la voy a dar”, pero nunca pasó nada.

Todo eso le saca un poco lo romántico a la parte artística.

Eso también es divertido. Yo lo cuento divirtiéndome, no estoy haciendo una denuncia. La gente tendría que ver mi cara. Cuento lo del revólver como una anécdota divertida del carnaval; claro, mientras no te peguen un balazo... Alguna vez uno le pegó un balazo a alguno, y ya es otra cosa. Esa cultura del mafioso es terrible, por lo que hay atrás, pero dentro del carnaval casi lo podés vivir como algo pintoresco. No quisiera ser la familia de ese tipo, porque si lleva un revólver al carnaval, me imagino que a donde tiene que defender la que duele debe llevar algo más....

En el libro criticás que los jurados puntúen por rubros. ¿Seguís pensando igual?

Ya no creo en el concurso de carnaval. Un concurso tan institucionalizado lo que hace no es premiar lo que hay, sino decir qué es lo que tiene que haber; pasa a ser el que define lo que está bien y lo que está mal. Cuando un concurso llega a ese punto, hay que eliminarlo inmediatamente, porque está haciendo daño. Es como si bajara un dios del cielo y dijera: “Estas murgas están bien, estas, no, sacamelas; pueden hablar de esto y de esto no”. El lugar que ocupás en el carnaval depende del concurso, porque la gente es concursera; si ganás, vas a tener hinchada; si no ganás, vas a tener gente que te dice “qué linda estaba tu murga”, pero no te van a ver ni los perros; entonces, tampoco te llevan los tablados. Es un circulo vicioso.

El concurso quizá también aleja a algunas personas del carnaval. Por ejemplo, no me imagino un concurso de música clásica: “Beethoven le ganó a Mozart”.

“Le ganó en vestuario”... En el carnaval se mezcla mucho el arte con el deporte y con eso de los revólveres. Está eso de quién la tiene más grande; es un concurso de vergas, digamos, a ver quién gana. Por eso a las mujeres les cuesta tanto entrar... Entran en un lugar que es muy masculino en su organización, y las miran y les dicen: “¿Ustedes qué hacen acá? Váyanse”, y las echan a la mierda, cuando obviamente no tendría que ser así. El carnaval es un Club de Tobi, por cómo se maneja y por todos esos códigos, que son masculinos en el peor sentido de la palabra, del mono que hace ruido con las ramas para asustar al otro. Eso somos los carnavaleros, y me incluyo.

Otra cosa que criticás en tu libro es el “mensajito”.

A mí me encanta la poesía popular berreta cuando no está ensalzada como alta poesía por supuestos expertos, que son una manga de terrajas. Viene alguien y dice “qué poesía que tiene esta letra, fijate lo que dice”, y la escuchás y es una gronchada. Si no estuviera de por medio el periodista diciéndolo capaz que la disfrutás porque estás en un tablado, pero cuando te la comparan... Ojo, puede haber un tipo que escriba murga y sea terrible poeta, pero habitualmente cuando hablan de poesía se refieren a letras que yuxtaponen palabras que sacaron de Antonio Machado para atrás: la luna, esto, aquello y ya. “Ah, la poesía...”. Creo que es malentender lo que es la poesía; si no, cualquier computadora haría poesía. Y el mensaje: es mejor ser bueno que malo, es mejor la paz que la guerra... El mensaje carnavalero en general es así. No puede ser muy sofisticado porque estás en un ambiente donde no da para sofisticaciones: un tipo cantando a los gritos por allá y vos comiendo un chorizo. Necesariamente hay que simplificar el mensaje, pero creo que se simplifica mucho, porque terminan diciéndose cosas como esas. Vos escuchás todo un cuplé, la canción final y, ¿qué es lo que dijeron? Que hay que ser bueno y solidario. Al final, no se diferencia nadie porque todos dicen lo mismo. La murga joven tenía eso que había agarrado para otro lado, pero después no todas lo mantuvieron.

¿Pensaste volver al carnaval?

No. Sí en pararme adelante de una murga, pero no en carnaval, aunque por ahora eso es imposible en la práctica. Extraño estar parado adelante de la murga, cantando, arreglar y pensar las letras. Pero el carnaval... ya ni ganas tengo.

O sea que todo lo que te alejó del carnaval no cambió.

No, y no va a cambiar, se afirma más. Porque toda esa cosa concursera y de grandes tablados es parte de una concepción de la cultura que tiene la izquierda, y la derecha también; entonces, gane quien gane, el carnaval va a seguir así.

¿Cómo ves el gobierno del Frente Amplio?

Los tres gobiernos... Te diría que arrancaron con una polenta bárbara y fueron como esos gordos que van a correr la maratón, y a las dos cuadras... –yo ni voy a correr esas maratones, voy a ver a pasar a los gordos–. Ahora está como desnorteado, no sabe para dónde mierda ir, y cada uno hace lo que se le canta el ojete.

El mapa político está muy picante, supongo que eso te hace extrañar escribir en carnaval.

Sí, claro, por eso extraño escribir letras, es muy catártico, porque además escribís y se entera todo el mundo. Es muy impresionante la llegada que tiene la letra de una murga. Yo puedo escribir diez libros y voy a llegar a menos gente que si escribo un cuplé con más o menos gancho, porque sale por la televisión en todo Uruguay, lo ven por internet; no tiene nada que ver.

¿Qué cuplé harías hoy?

Eso era lo más difícil de elegir, así que nunca voy a saber qué cuplé haría. Es lo último que sale.

Ahora descargás un poco en Facebook.

Sí, descargo en todos los sentidos. Facebook tiene algo de carnaval, aunque la llegada es infinitamente menor, pero se opina sobre la actualidad.

Tenés una seguidilla de publicaciones en Facebook sobre problemas con los ómnibus. ¿Cuál es el tema?

El transporte de Montevideo es una burla a la ciudadanía. Es de las cosas más inmorales que hay, que te traten así, te lleven así, que te cobren lo que te cobran y todavía sean absolutamente impunes de hacer lo que se les cante: de comerse una parada, de parar por la mitad del camino y decir “destino”. Y cada vez hay menos ómnibus, ahora cambiaron los recorridos. Desde 8 de Octubre tengo menos ómnibus. Ahora llegué tarde, entre otras cosas porque salí tarde, pero además porque el ómnibus me dejó en la mitad del camino. Es muy de Uruguay eso, y es muy parecido a lo que pasa en carnaval: cuando hay algún cambio, siempre alguien dice que no. Se anuncian cosas todo el tiempo y aparece alguien que dice: “No, Montevideo está bien así”. ¿Qué va a estar bien? La puta que lo... Trenes, cohetes, todo se anuncia y después no se hace porque alguien lo frena. Vivir en esta ciudad es mucho más agotador que vivir en Honk Kong, porque acá nada funciona. Y no hay forma de que mejore, porque siempre hay una pata que dice “hasta acá llegó” y quedó ahí. “Siempre iremos contigo”.