La idea es muy novedosa. La locación es siempre la misma: apenas un pasillo que desemboca en una ventana y dos salas, una de interrogatorios y otra de observación. En esa dependencia policial se orquestan tres episodios autoconclusivos correspondientes a cada uno de los países que producen la serie (Francia, Alemania, Reino Unido y España).

Los 12 casos son variados y cierran perfectamente en los aproximadamente 40 minutos que les corresponden, mientras que lo que se mantiene en las cuatro variantes es un equipo policial similar –cinco integrantes que sí reaparecen en los tres episodios de cada país– y que se replica algún que otro esquema narrativo entre ellos (la integrante nueva que se tiene que ganar la confianza del veterano; un trío semiamoroso, entre otras situaciones), lo que hace que en un principio los cuatro escenarios parezcan intercambiables.

La idiosincracia del país representado hace que las cuatro raciones de Criminal sirvan un mismo plato, pero cocido y condimentado por cuatro chefs completamente distintos, lo que afecta por completo el sabor de la comida. Además de la ciudad que aparece tras la ventana (París, Berlín, Londres y Madrid), también cambia la temática, que de thriller policial oscila hacia lo político, lo emotivo, al procedimiento más puro o hasta lo melodramático. En manos de cada equipo de realizadores, la reiteración del esquema se vuelve muy interesante: se pierde por completo la importancia del set o de la escenografía, se desdibuja casi en un esquema teatral que potencia, primero que nada, a sus personajes y sus relatos.

Al ser independientes y autoconclusivas, las cuatro reinterpretaciones de Criminal pueden verse en cualquier orden.

Baguette y calvados

La presencia de lo político asume entidad y cuerpo en Criminal: Francia. Porque sus casos no serán asesinatos o robos, sino derivaciones de estallidos sociales y sus consecuencias, algo que se ve reflejado en el pluriétnico equipo investigador.

Aquí, la historia que acompaña al equipo policial a lo largo de la temporada es la llegada de una jefa nueva en el equipo (Margot Bancilhon) y la recepción agresiva y fría que le prodigan sus compañeros, especialmente aquel que creía que el cargo era suyo por ascenso (Laurent Lucas).

Chucrut y strudel

Curiosamente y contraviniendo el prejucio, Criminal: Alemania es, con margen, la más emotiva de las cuatro. Ya sea porque los casos son todos de corte personal, o porque sus personajes policías son los que más muestran personalidad, involucramiento y desarrollo.

La memoria de una Berlín dividida por la Guerra Fría sobrevuela todos los episodios –especialmente el primero, que probablemente sea el mejor escrito de todos los doce– y gana carne en el veterano inspector Karl Schultz (magistral Sylvester Groth), un policía que no siempre sigue las reglas y que siente la llegada de su nueva compañera, joven y embarazada, como una amenaza.

Un dato no menor es que la dirección de los tres episodios alemanes corre a cargo de Oliver Hirschbiegel –el director de La caída, nada menos– lo que potencia muchísimo el resultado final.

Fish and chips

Tener al alcance tanta y tan buena televisión británica hace que, por comparación, el resultado de Criminal: UK sea algo frío. No porque no esté a la altura de sus compañeras, sino porque hay un ritmo muy reconocible y una impronta ya antes vista; por ejemplo, su concentración en cada caso y su solución siguiendo un procedimiento la hace muy similar a la miniserie Collateral de la BBC, también de producción reciente.

Esto se potencia además por incluir a los actores más famosos de las cuatro variantes en sus casos. Aquí tenemos a Edgar, Stacey y Jamal, es decir, a los archimegareconocidos David Tennant y Hayley Atwell junto a Youssef Kerkour. Los dos primeros se involucran en turbios casos de homicidio que, más acá o más allá, no salen demasiado del esquema de una serie policial tradicional (por más efectivos que resultan). El tercero, con su tráfico de inmigrantes sirios, se desmarca como el mejor del trío.

En el caso de los episodios británicos, la dirección corre toda a cargo de Jim Field Smith, quien –junto a George Kay– es uno de los creadores de la serie toda.

Tortilla y jamón

Aunque vi los 12 episodios con mucha calma, a lo largo de casi dos semanas, es posible que para cuando ví Criminal: España ya estuviera un poco cansado, y que por eso me haya resultado más deslucida. Pero hay algo particularmente televisivo (en el mal sentido) en su ejecución que la disminuye en comparación a sus compañeras. Los casos, además, apuntan todos al exceso y al melodrama, y el elenco de apoyo resulta limitado por momentos.

Sin embargo, es la tanda en la que el procedimiento policial resulta distinto, ya que en todos los casos los detectives llevan la ética –y la propia ley– al límite, engañando, manipulando o directamente mintiendo. Esto le da una pátina nueva, que probablemente funciona mejor en su último capítulo. Se sabe. España es diferente.

Filmada en Madrid, con show runners británicos e internacional elenco europeo, las cuatro variantes de Criminal se suman a las muchas series policiales que pueblan nuestras pantallas. Aunque tengan altibajos y diferencias entre sí, se destacan por su original planteo de un mundo de espejos idénticos, donde cada sede utiliza los mismos elementos de manera diferente, en las que cada caso tiene sus profundas raíces sociales y morales hundidas en una idiosincrasia nacional.