Un pueblo fantasea con la promesa de un futuro mejor, que lo salve del anonimato y el abandono. Pero, a veces, el entusiasmo opaca el zafarrancho: la tensión entre los intereses personales y el bien social, un gobierno corrupto y manipulador, el statu quo y la ambición de poder.

En el marco burgués de su época, el noruego Henrik Ibsen apuntó a una obra que valorara la cotidianidad (“el lenguaje debe ser natural y el modo de expresión característico de cada persona” para “lograr credibilidad o realismo total”, le decía en una carta al director sueco August Lindberg a mediados de 1873), con personajes cercanos y reconocibles que invitaran a reflexionar sobre la responsabilidad social, los derechos y la ética.

“Si Raymond Williams afirma que sin Charles Dickens no hay James Joyce, en materia teatral puede decirse que sin Henrik Ibsen no hay Samuel Beckett o, por extensión, que sin el aporte de Ibsen el teatro del siglo XX no sería el mismo”, dice una de las sentencias más reproducidas del crítico argentino Jorge Dubatti.

Desde fines del siglo XIX Ibsen se ha versionado hasta el cansancio en el Río de la Plata: como recuerda Roger Mirza, la primera adaptación fue en Buenos Aires, en 1896, por la compañía de Alfredo de Sanctis, que además de recibir el elogio de Rubén Darío canonizó en Latinoamérica la figura de Ibsen.

La trama de Un enemigo del pueblo –uno de sus clásicos junto a Casa de muñecas y Hedda Gabler– es muy conocida. Thomas Stockmann es un médico bondadoso e idealista que pasa de ser héroe a enemigo del pueblo cuando denuncia que el agua del balneario, el promisorio proyecto del alcalde (su hermano), está contaminada. Mientras las fuerzas sociales intentan ocultarlo, él se queda solo con su denuncia, enfrentado al gobierno, a la prensa y al pueblo. Para esta versión de la Comedia Nacional, Marianella Morena decidió enfocarse en el proyecto de UPM 2 en Pueblo Centenario, apuntando contra las reservas del acuerdo, los informes y las condiciones impuestas al gobierno.

Con un vértigo contemporáneo, se moviliza al espectador y se lo aparta de la indiferencia, instándolo a evaluar los hechos a medida que transcurren, en un dispositivo escénico que alterna la interpretación de sus personajes y sus conflictos internos con sus manifestaciones públicas. Así, derriba la cuarta pared, mientras alguien aplaude y otro acusa al elenco de “desideologizar” el texto; “¿dónde está Ibsen?”, grita uno, interrumpido por un vitoreo cercano, como si fuera un verdadero coro griego inquiriendo.

En primera persona: Marianella Morena

Comienzo
“La idea surgió hace más de un año, cuando era imposible escapar al tema de UPM, y yo había visto dos puestas de El enemigo del pueblo, una de un alemán y otra de un catalán, por lo tanto tenía muy fresco el conflicto; ambas eran versiones muy libres sobre el original. Mi trabajo va por otro lado. En ese entonces decidí trabajar con una periodista con la que ya había tenido un acercamiento artístico [Soledad Gago], para tener un poco de distancia con los entrevistados. Era importante tener las dos campanas, porque quería tomar distancia del teatro de tesis de Ibsen, que, visto con distancia, es más panfletario y esquemático, y en el que los personajes sólo están atravesados por el conflicto central: no están humanizados, no tienen vida privada ni otros conflictos en sus vidas. Eso es muy difícil de sostener escénicamente. Y además que tuvieran verdad desde lo actoral; menos verdad desde lo filosófico, ya que no hay una sin la otra”.

Sin censura
“Quería trabajar la contaminación como base conceptual, artística y de vínculos. Hace un año le hice la propuesta a Mario Ferreira [director de la Comedia Nacional], y quiero destacar y resaltar la libertad con la que trabajé, ya que eso es algo que nosotros tenemos y que a veces olvidamos. Ya que esta obra se realice en un teatro oficial y con el elenco estable es tan valioso como positivo y necesario. El entusiasmo nos involucró a todos, ya que cuando hablás de algo que sucede y que dialoga con el hoy el teatro dimensiona su significado, la ficción compite con lo real y a veces lo vence, porque los permisos y las poéticas tienen libertad de mestizajes que en lo real no serían posible. Por eso estas obras son bombas de tiempo que nos interpelan, nos hacen reflexionar. La obra coloca el debate, y desde ahí el arte cumple un rol; no adoctrina, ni enseña ni marca caminos. Es lo que hacían Erwin Piscator y Bertolt Brecht; en el pasado de América Latina fueron Augusto Boal, Enrique Buenaventura y Eduardo Pavlovsky, y en la actualidad Lola Arias y Marco Layera, o en España Miguel del Arco [director de Jauría] y Jordi Casanovas”.

Recepción
“En la actualidad, la combinación de ficción con hechos reales concretos que la ciudadanía puede identificar claramente es lo que hace que lo político adquiera otra resonancia, por lo tanto, implica otra forma de molestia que no sabe bien dónde ubicarse. Eso reafirma a la ficción en su lugar de poder. En las funciones viene pasando de todo: gente que se enoja y se va, grita, participa. Por supuesto que todos votan, y los finales son literalmente tres, y bien distintos”.

Yendo más allá de la versión de Roberto Jones que dirigió Dumas Lerena en 2001, en la que el público votaba si Stockmann era o no enemigo del pueblo, e incluso de la última obra de la Orestíada, en la que los ciudadanos atenienses actúan como jueces, Morena transfigura las tribunas en un ágora y es el público el que debe emitir su dictamen, sólo que aquí con la sangre no se hereda un destino ni una maldición, sino una responsabilidad social, frente a un sistema que busca imponer sus verdades. El combate tiene una gran vigencia histórica: la evidencia de la ciencia, la ecología, la manipulación política, los medios al servicio del poder, los intereses individuales sobre los colectivos, el doble discurso, la aceptación de la mentira y el desprecio de la verdad. Ibsen sigue hablando de lo que nos pasa.

La verdad pornográfica

Mediada por estribillos musicales y el despliegue coreográfico sobre el escenario, la versión de Morena actualiza a los personajes y mantiene la composición homogénea del clásico –buenos y malos–; prescinde de varios personajes (y del tono antidemocrático original); el padrastro de Catalina, la esposa de Stockmann (que ya no está al servicio de su marido y las funciones de la casa), se invierte por su madre; y se proyecta la vehemencia de Petra, su hija, que si en el texto de 1882 es una maestra progre (“Si tuviera medios fundaría por mi cuenta una escuela organizada de otro modo”, dice en un momento), aquí es una adolescente que cuestiona y subvierte el orden: con un despliegue escénico sorprendente, Emilia Asteggiante (actriz invitada) habla del poliamor, combate al patriarcado e impone el lenguaje inclusivo –aplauso para Morena por el finísimo manejo del humor y su proyección en los diálogos–.

Los demás integrantes del elenco también están muy bien –sostienen sus interpretaciones con una energía actoral compartida–, y despuntan Leandro Núñez y Luis Martínez, quien parece haber explorado nuevos rumbos dentro de sus registros personales.

Así configurado, este drama de ideas reposiciona la complejidad de un mundo que se acentúa con el paso del tiempo, y vuelve a problematizar aquello que planteó el teórico francés Jean Baudrillard, cuando dijo que la simulación y la representación buscan suprimir lo real: “En el apogeo de las hazañas tecnológicas perdura la impresión irresistible de que algo se nos escapa; no porque lo hayamos perdido, sino porque ya no estamos en posición de verlo [...] ya no somos nosotros quienes dominamos el mundo, sino el mundo es el que nos domina a nosotros. Ya no somos nosotros quienes pensamos el objeto, sino el objeto el que nos piensa a nosotros. Vivimos bajo el signo del objeto perdido, ahora es el objeto el que nos pierde.” Así, Enemigo del pueblo termina siendo una escenificación polifónica de lo real y por lo tanto, necesariamente, de una ideología.

Enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen. Versión y dirección: Marianella Morena. Con Leandro Íbero Núñez, Luis Martínez, Fernando Vannet, Lucía Sommer, Natalia Chiarelli, Pablo Varrailhón, Claudia Rossi, Emilia Asteggiante (actriz invitada). Sala Zavala Muniz. Viernes y sábados a las 21.30, domingos a las 19.00. Entradas: $ 160.