Hay una mujer, profesora de Filosofía, que en su casa a veces pone los discos de La Tabaré Riverock Banda. Nada fuera de lo común, dado que es un grupo popular que lleva más de tres décadas de carrera y 14 discos de estudio. Pero esa mujer no es otra que la esposa de Tabaré Rivero, el fundador, líder, cantante, compositor y la mar en cargos de la banda en cuestión. Cuando sus canciones inundan su casa, Tabaré les presta atención. Dice que está “orgulloso” de sus discos, aunque piensa que alguno podría haberse grabado “muchísimo mejor”. Incluso hay un álbum, Que te recontra (1999), en el que confiesa que cantó mal, “a los gritos”, y cree que tendría otro valor si hubiera encarado la voz de otra manera.
Tabaré se sentó en una mesa que descansa en el fondo del bar San Rafael, uno de sus favoritos, porque, entre otras cosas, le queda cerca de su casa. Como hoy de noche toca con su banda en La Trastienda, hicimos un recorrido cronológico por varias de sus canciones, de la mejor manera posible: escuchándolas, aunque una señora que está sentada a pocos metros mire hacia nosotros y dibuje la seriedad en su rostro cuando arranca alguna canción distorsionada.
“El tacho de la basura” (1987)
Suena un arpegio lento y misterioso, con ese guiso de flanger y reverb que es tan gris como la posdictadura uruguaya. “Estoy golpeado como aquel boxeador / que está knockout, en la lona. / Yo también y ese es mi error: / creerme que aquí se perdona”, cantaba Tabaré en “El tacho de la basura”, el segundo tema del disco debut de su grupo, Sigue siendo rock & roll (1987). Al escucharla el cantante recuerda los primeros toques, en el teatro Circular, y comenta que las letras le suelen llegar mucho después que la música, pero este es un caso particular, en el que todo le brotó al mismo tiempo.
“Estoy tirado adentro de mí, / soy el tacho de la basura. / Pero es mi mugre y soy así: / mezcla de mierda y ternura”, cantaba en otra estrofa. Cabe preguntarse si hoy se encuadra en esa peculiar mezcla. Dice que le gustaría definirse como “solamente de mierda, porque queda mucho más rockero, pero sería mentir”. Hace pocos días, unos amigos de Tabaré estaban en su casa y se reían a carcajadas. La esposa del músico les estaba mostrando una foto en la que aparece enfundado en un abrazo con su perro, que se llama Fluffy, por la mascota de tres cabezas de un personaje de Harry Potter –así lo bautizó su hijo– y es de raza... caniche. Tabaré dice que es un perro no muy rockero y la gente por la calle se lo hace saber: “¡Pero andá, creí que ibas a tener un rottweiler!”, le han gritado. “Lo paseo y con mucho amor, quiere decir que tengo ternura en algún lado”, acota.
Cuando escucha su voz grabada hace más de 30 años señala que andaba “mucho más limitado que ahora”, ya que no utilizaba vibrato, y recuerda: “Fue un disco grabado en La Batuta, con 80 horas, y se nos fueron 70 en la música. Hubo que grabar las voces mías y las de Andrea Davidovics en diez horas. Pero yo no sabía cantar, y menos sabía grabar. Una cosa es tocar en vivo, que gritás y no te escuchás por los monitores, pero ahí escuchaba todo y no entendía por qué desafinaba. Tuve que repetir las tomas varias veces, pero era el sueño de mi vida, así que lo hice con placer. No podía creer estar grabado un disco”.
“Poema del descensor” (1987)
“Soy un producto ciudadano, / tan montevideano que ni barrio tengo. / Yo nací en un ascensor que descendía, / sin patio y sin vereda, / lo lamento. / Nací más allá del entrepiso, / casi casi cerca del subsuelo. / Tuve que subir mil escalones para abrir una ventana / y verte, cielo. / En un céntrico edificio de ocho pisos, / a través de un tragaluz, miré la vida, / y así quedé, nublado para siempre. / Yo nací en un ascensor que descendía”.
“Esto no me gusta”, dice Tabaré apenas escucha los primeros versos del “Poema del descensor”, también de aquel disco debut, una especie de soliloquio que sirve de pasaje entre canciones. El músico aclara que le gusta el texto, pero no cómo está dicho: “Con una solemnidad que ni yo me la banco, es muy teatrero”. Justamente, cuando lo grabó hacía muy poquito que había egresado de la entonces Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD). “Tenía toda la impronta del actor que recién egresa de una escuela de arte dramático como la EMAD, que tuvo que luchar mucho con sus actores para que perdieran ese tonito, y yo también”, agrega.
El teatro no era algo raro en la familia de Tabaré, ya que su padre era actor, y un buen –o mal– día le dijo: “Laburás o estudiás”. Ya había terminado el bachillerato y no quería ser más estudiante, así que decantó en eso del trabajo. “Pensé que me iba a conseguir un laburo de panadero o de carnicero, pero me consiguió en su compañía de teatro. Fue terrible, porque que tu jefe sea tu padre no está nada bueno. Pero yo no servía para nada. Tuve un momento de mi vida en el que me consideraba inútil sin referencias: no servía ni para arreglar el cuerito de la canilla ni para ponerle leña al fuego. Entonces me metí en una escuela de teatro, porque era lo que sabía hacer”, cuenta Tabaré. La primera vez que subió al escenario, los compañeros y profesores lo aplaudieron. “Sirvo para algo”, se dijo a sí mismo.
Lo que Tabaré declamaba con esa pomposidad teatrera en el “Poema del descensor” es tal cual, verso por verso. Nació en 1957 y se crio en un edificio de ocho pisos que está al lado del teatro El Galpón, en 18 de Julio y Minas. Si bien cuando era niño tenía un “montón” de amigos de su edad, con los que jugaba en las escaleras y en el ascensor, no tenía “barrio”. “Curiosamente, jugábamos al fútbol con una pelota de cuero en 18 de Julio, porque eran otros tiempos, pero al de enfrente ya no lo conocía, ni siquiera al que vivía en la misma vereda. Salíamos a la calle, pero éramos el grupito del ascensor, y nunca tuve tablado ni todo eso que tiene un barrio”, recuerda.
“Montelevideo me mata” (1987)
Cuando Tabaré llegó a la adolescencia, vio cambiar la principal avenida de Montevideo. Empezó a ver cómo pasaban las “chanchitas” para un lado y para el otro. Con 18 años, en plena dictadura, con el pelo un poquito más largo y una pizca de barba, iba para el liceo, y alguna vez lo paró un ejemplar de las Fuerzas Conjuntas y le pidió los documentos de modo “muy prepotente”, recuerda. “A veces con violencia, golpeándome los tobillos, y hasta me tuve que comer cuatro o cinco horas –y una vez toda una noche– en un calabozo. Siempre amenazaban: ‘¿Qué hacemos con estos putos? ¿Les cortamos el pelo ahora?’. ‘No, los cagamos a trompadas y después los dejamos’, decía otro, se reían y se iban. Yo no venía de una familia necesariamente de izquierda, pero todo eso, que venía desde antes, me puso absolutamente antimilitarista”, cuenta, y acota que, comparado con el amplio abanico de horrores cometidos por el terrorismo de Estado, él la pasó “bárbaro”, pero aun así la dictadura lo marcó “para siempre”.
“Montevideo está loca, me quiere pegar. / Me clava los dientes, me lame, me hace gritar. / Es tan sucia sobre mi colchón, / Montevideo es la dueña de mi pantalón. / Montevideo convierte la risa en dolor, / yendo del Centro a Malvín trepado en su motor. / Es tan puta, me hace gozar, / Montevideo de noche me quiere matar”. Esto cantaba Tabaré en “Montelevideo me mata”, la canción que sigue a “Poema del descensor”. Es la que más le gustaba del disco, porque es la “más rockera y distorsionada” de las que grabaron. Recuerda que a la letra, en la que personifica a la ciudad convirtiéndola en una mujer, la escribió en la biblioteca Joaquín de Salterain, no como usuario sino como funcionario, dado que fue el primer trabajo que tuvo dentro de la Intendencia –por aquel entonces, Municipal– de Montevideo (IM), al que describe como un “bodrio”, porque eran “siete empleados para atender a cuatro usuarios por día”. Aclara que la Montevideo de 1987 estaba realmente sucia, se interrumpe y larga: “Ahora sigue sucia también... Si es por limpieza, no podemos hablar de ella como una mujer muy acicalada”.
“Malambo delictivo” (1989)
Pasaron dos años. Tabaré era “mandadero” en la IM. Mientras se desplazaba por los largos pasillos del gran edificio municipal, oscuros, grises, llenos de papeles y de polillas –así los describe–, llevando algún documento para acá y para allá, de repente se le ocurría algún verso o estrofa que podía terminar en una canción. Una vez, subiendo –o bajando– en el ascensor, rodeado de municipales –como él–, se le ocurrió parte de una letra: “Cuando sea grande / quiero hacerme millonario, / pa’ que no me manden / a cumplir horarios. / Ser el cabecilla / de unos narcotraficantes / y contagiar ladillas / a mis amantes”.
Así nació “Malambo delictivo”, que, obviamente, es un malambo y es delictivo. Tabaré tenía la música en un grabadorcito, con una melodía en alemán –la canta, pero es imposible transcribirla–, y en esa métrica encajó la letra. “Al principio componía en un inglés mentiroso, pero después dije: ‘No voy a componer en inglés, porque el imperialismo y bla bla bla, es una vergüenza’. Luego me pasé para el otro imperio, que es más o menos lo mismo”, dice.
Meter un malambo en el contexto del rock posdictadura –que en 1989 no era más que un suspiro– resultaba muy raro, pero no para Tabaré, que enseguida que armó la banda quiso hacer rock que tuviera que ver con el Río de la Plata. “Para ese disco [Rocanrol del arrabal] probamos un bandoneonista que era tanguero. Se sentó, hizo dos ensayos y no supo qué meter. Nos dijo que no era su estilo y que no encontraba qué hacer. Nos quedamos con ese fastidio de no poder mezclar rock con tango”, confiesa.
“Mi malambo delictivo / me convierte en indecente, / como un ejecutivo, / como un presidente. / Mediocridad mediante, / me puede ir mal / y cuando sea grande... / ser sólo un municipal”.
“El clítoris letal” (1989)
“¿Cómo, perdón?”, le respondió la empleada de la Asociación General de Autores del Uruguay a Tabaré, que pasó a decirle, otra vez, el título de la canción que iba a registrar: “El clítoris letal”. La mujer suspiró, aguantó el aire y anotó el nombre, pero como diciendo “qué cagada que estoy escribiendo”. Era 1989. “Esta canción hoy podría ser un himno feminista”, acota el músico mientras la escucha en el San Rafael. “Me quieren crucificar, / y no van a poder clavarme / como mujer / soy un ser que no puede crecer... / y retrocede”, lanza Davidovics, la primera cantante de una larga lista de mujeres vocalistas que tendría la banda de Rivero (la Tabaré es un caso muy peculiar del rock uruguayo: la cantidad de ex integrantes cuadruplica a los actuales; el único que siempre estuvo es, claro está, Tabaré).
La discoteca del cantante estuvo eternamente integrada, en mayor medida, por eso que hoy llamamos rock clásico, es decir, anglosajón y de los 60 y 70; no por casualidad en el disco debut de su banda hay una versión de Frank Zappa y otra de The Rolling Stones. Por eso para él no era descabellado tener una mujer como cantante, como lo demostraban Janis Joplin y bandas como Jefferson Airplane. El músico cuenta: “Había visto miles de mujeres cantantes con una impronta impresionante, y las vocalistas uruguayas anteriores al rock, al igual que los hombres, eran un monolito arriba del escenario, no movían un pelo. Andrea tenía onda de actriz y yo necesitaba una cantante, porque cuando armé la banda me di cuenta de que no llegaba a algunas notas y otras ni siquiera las afinaba. Esta canción yo no la hubiera podido cantar, no solamente porque la letra no hubiera sido acorde a mí, sino porque la melodía... llegar ahí arriba...”.
“Un romancero” (1989)
“La hemos tocado de tantas maneras destinas que ya no me acuerdo de cuál es la introducción”, dice Tabaré, mientras para la oreja varios segundos, atento a la versión original de “Un romancero”, incluida en el segundo disco del grupo. “Yo soy algo bohemio, / no me gusta trabajar y prefiero descansar / a cambio de perder el tiempo. / No tengo propiedad privada, / no tengo nada que comprar / pero tengo que cantar / a mi amor otro verso”, cantaba un extrañamente relajado –para esa primera época– Tabaré. La compuso en el muy lejano 1978, cuando la idea de tener una banda no le aparecía ni en el mejor de los sueños.
“Todavía tenía memoria y no tenía grabador. La compuse con otra letra y después la cambié por esta. La grabé en el segundo disco, porque los grupos de aquella época no hacían canciones acústicas a sólo guitarra y voz. Nunca me imaginé que esta canción después importaría tanto. El Enano de La Vela y Spuntone & Mendaro ayudaron porque la cantaron. El público la pide mucho, y a mí me jodía, porque al principio tenía la banda porque quería rockear. Es un himno a la bohemia, yo era... No, todavía sigo siendo un pelotudo, bohemio, sencillo, no me gustan las poses, ni de la bohemia, ni de rockero ni de teatrero. Por eso no me gustan algunos cuantos músicos argentinos que son más pose que músicos”, dice Tabaré.
“¿Qué-Te -Comics-Te?” (1992)
“Todavía no me explico, / ya llegué a los treinta y pico / y laburar no me interesa, / sigo sin sentar cabeza / con esto del rock & roll. / [...] Lo que sí me queda claro, / esos yuppies me estafaron, / me hicieron subir la fiebre, / me bajaron la presión, / me dieron gato por liebre, / me vendieron un buzón. / Yo fui seudoguerrillero, / los de mi generación sonrieron y dijeron: / ‘Está muerto el rock & roll’”, lanzaba Tabaré, a medio camino entre el canto y el habla, acompañado con risas irónicas, entre punteos eléctricos y chillones, en este minuto y medio que fue compuesto para la opereta “¿Qué-Te -Comics-Te?”. Está dedicada a muchos de su generación que, todavía en 1992 –enfatiza–, cuando el rock posdictadura ya no era ni un suspiro, “seguían hablando mal del rock, menospreciándolo”.
“Uruguayitos barrigas (1997)
Hasta el disco Yoganarquía (1997) –inclusive– Tabaré estaba “muy mal”, básicamente, depresivo. Llegó a hacer terapia, pero mejoraba tres días y desmejoraba cuatro. Dice que toda la vida fue así, pero en esa época estaba “muy depresivo, de verdad”, y ahonda: “No me podía levantar de la cama, era todo un esfuerzo. Todo en la vida lo tenía bien: salud, familia, comida y techo –nunca tuve guita de sobra pero siempre tuve lo necesario–, pero no podía con el peso en mi espalda, de una tristeza... A mí nunca se me va a ver llorar. Yo podría estar deprimido ahora –que por suerte no lo estoy–, pero voy a estar así. Parezco siempre sacado, pero tampoco lo estoy; nunca me vieron triste, a no ser los que conviven conmigo”.
“Es una especie de boogie-folk. Fue compuesta con una guitarra acústica y después les dije a los músicos de pasarlo un poquito al rock, porque si no quedaba demasiado folkie”, dice Tabaré sobre “Uruguayitos barrigas”, la que abre –sin contar “Obertura”– Yoganarquía. Es una diatriba dedicada a casi todo lo que se mueve y a lo que no también. “¿Ahora te sentís seguro, / habiendo reelegido al presidente, / para que el pasado sea el presente / y nunca entrar al futuro?”, cantaba, en una clara referencia al máximo mandatario de ese entonces, Julio María Sanguinetti.
El músico dice que los “uruguayitos barrigas” eran “todos los gorditos conformistas que hay en este país” que piensan que “está todo bien”. “Van a trabajar contentos, con su corbata, su portafolio ejecutivo o a veces sin nada de eso, porque podrían trabajar en un supermercado y estar contentos, y no piensan que puede haber otra realidad. El típico reaccionario de mediados y fines de los 90, el que había votado a [Luis Alberto] Lacalle o el que iba a votar a [Jorge] Batlle después, pero también el frenteamplista pelotudo que se las creía todas”, lanza, sin dejar títere partidario con cabeza. Acota que “toda la vida” apoyó al Frente Amplio, pero que “en este momento, no se sabe”... Otra vez se interrumpe solo, mira hacia arriba y justo en el televisor del bar irrumpe una publicidad de Ernesto Talvi, el candidato del Partido Colorado. Tabaré saca el freno y acelera: “Y ahí está Talvi, entonces me dan ganas de votar al Frente, corriendo”.
“Alegrís” (1999)
Hace años que es tan común que una banda de rock grabe una canción con algún condimento murguero que ya no puede sorprender ni al más distraído. Pero en 1999, cuando salió el disco Que te recontra, de La Tabaré, que abría con “Alegrís” y su marcha camión, resultaba, cuanto menos, exótico. El cantante recuerda que ya en 1988 su banda fue “la primera” que tocó con representantes del dios Momo, nada menos que con la Antimurga BCG, pero –acota–, más que por la murga, fue porque les llamaba la atención “la falta de respeto” de Jorge Esmoris y su troupe. “No soy un amante de la murga, pero le tengo respeto. Nunca me gustó El Canario Luna, por ejemplo. Me llevo bien con los primeros discos de Jaime Roos, pero ‘Brindis por Pierrot’ no me interesa; no está cantando nada que a mí me conmueva, porque no tengo un barrio y no conozco a los personajes que nombra”, dice Tabaré, aunque sí recuerda, de su niñez, a los porteños ocupando el Liberaij.
Compuso “Alegrís” originalmente como una murga, y en la grabación el carnavalero Alejandro Balbis se encarga de hacer todas las voces para conformar un coro acorde al género. Como no podía ser de otra manera, tiene su parte picada, casi de punk rock, con guitarras eléctricas. También, faltaba más, la letra es un himno a la bohemia, en la que se desprenden frases que también afloraran en esta conversación y en otras canciones de La Tabaré: “La alegría de los vagabundos, / que traspasan este mudo / sin entrar en él. / Los inútiles sin referencias, / los de sin buena presencia, / como yo... / Los que detestamos el cuartel”. Este último verso da el pie para una pregunta cantada: cómo ve la candidatura del ex comandante en jefe del Ejército Guido Manini Ríos, del novel partido Cabildo Abierto. Tabaré responde: “Lo veo penoso y tristísimo. Me agarra de sorpresa, porque yo creía que los amantes del militarismo que quedaban en Uruguay eran muy pocos, después de todo lo que se sabe que pasó. Y me da un poco de miedo, no porque vaya a ganar en estas elecciones, pero como el mundo es un trompo, va a volver la derecha militarista”.
“Demasiado fútbol” (2002)
“Perdón por no tener conversación”, cantaba Tabaré en esta especie de ska acústico que encontramos en Sopita de gansos (2002) en el que se quejaba de la omnipresencia del fútbol. El músico era hincha “rabioso” de Peñarol, al punto de que iba solo al estadio Centenario a ver a los carboneros en el extinto talud. Su tía vestía los mismos colores, pero su padre era hincha del tradicional rival. Los tres iban juntos a los clásicos, en aquella lejanísima época en la que las hinchadas no se separaban, es decir antes de 1987. “Estábamos todos en la misma tribuna, el gol de Nacional lo gritaban los de Nacional y el gol de Peñarol lo gritaba yo con mi tía, y no pasaba nada –a veces se agarraba a piñazos uno enfrente–. Pero cuando la hinchada se volvió esa masa estúpida, acéfala, que todo el mundo parece un chimpancé, yo dije: ‘No voy más, esto es una payasada”. Ni miran el fútbol, están para agitar un tambor”, dice. Pero su alejamiento del deporte rey no quedó ahí. En marzo de 2006, cuando hinchas de Peñarol mataron a Héctor Da Cunha, de Cerro, delante de su esposa y de su hijo, Tabaré se volvió “anti Peñarol”.
“Además, veo los clásicos en televisión y siempre están sacando pechito y guapeándose unos contra otros. No saben jugar y lo solucionan así, porque no pueden agarrar una pelota y dominarla, pero otra cosa es ver a la Celeste, donde sí hay fútbol de verdad”, dice Tabaré. La canción es de 2002, cuando la selección uruguaya jugaba un fútbol de verdad espantoso, pero el cantante aclara que en realidad no es en contra del deporte pelotero, “como la gente cree”, sino contra “los charlatanes” de la televisión. Agrega: “Acá la gente se estaba muriendo de hambre, Uruguay era un desastre, y estos charlas baratas de la televisión no paraban de hablar de fútbol como si fuera el fin del mundo”.
“Raza humana”
“¡Puto!”, le gritaban por la calle a Tabaré en plena dictadura, cuando volvía de una clase de teatro y de gimnasia vestido con una malla. Los tiempos cambiaron y ahora ya no le dicen esas cosas en la vía pública, sino en mensajes de Facebook. Además de “puto”, le largan “tupamaro”, “comunista”, “facho” y “vendido”, dado que en su página personal suele emitir posiciones políticas.
Hoy a las 21.00, en La Trastienda, La Tabaré presentará el espectáculo Raza humana. Dada la fecha, van a tocar canciones de todos los discos de la banda que tengan relación con el Día de la Raza, cuenta Tabaré, y deja una reflexión final: “La raza humana, que somos todos: negros, judíos, homosexuales, lesbianas, y los que somos distintos, que nunca encajamos del todo porque somos depresivos o por lo que sea. Eso es la raza humana, déjense de romper las bolas con las separaciones y los nombres”.