En el fondo de una de esas casas antiguas de Cordón, de techos altos y espacios generosos, hay un sucucho que oficia de guarida musical. Ahí Jorge Nasser se siente en su mundo, y ni siquiera hace falta que lo diga, porque se nota. Tiene un par de guitarras, entre las que se destaca una acústica Takamine de 12 cuerdas, de esas que suenan amplias y brillosas, y varios pedales de efectos. El músico se sienta frente a una computadora con grandes parlantes y toda su artillería musical le queda a un manoteo de distancia. Pide disculpas porque acaba de poner su último disco, Llegar, armar, tocar (2018), pero no porque parezca un acto de vanidad –ya que se lo pedimos nosotros– sino porque de entrada puso el volumen al mango, como le gusta.

Suele escuchar su música por curiosidad, no por placer, porque quizás no se acuerde de algún detalle, ni de los chicos ni de los grandes. Últimamente hizo sonar algunos discos de Níquel, la banda que formó con el guitarrista argentino Pablo Faragó hace más de tres décadas y que fue la primera en tener un éxito masivo en nuestro país durante la década del 90. “No me acordaba de lo que tocábamos y cómo era lo que hacía. Me vino a la mente que el rock es una música muy compleja, pero aparentemente simple. Recordé por qué me gustaba y por qué me dediqué al rock”, dice.

Para su último disco, que presenta el jueves a las 21.00 en el teatro Movie, Nasser se “autoprodujo”, y confiesa que fue “mucho más consciente de lo que estaba haciendo”, ya que antes le pasaba que todo el tiempo era productor y artista a la vez; define el resultado de esa mezcla como “un quilombo”. “Había momentos en que estaba adentro para grabar una voz y pensaba como productor, pero esta vez traté de ser más ordenado en ese punto; eso me permitió ser mucho más desordenado con lo que yo quería del disco”. En resumen, se preocupó muchísimo menos por los detalles y dejó de lado sus obsesiones. “Para mí está así nomás”, confiesa.

1 - “Llegar, armar, tocar”

“Se me viene la carretera y también una sensación de silencio”, dice Nasser mientras escucha la canción que abre y da nombre al disco, con su arpegio acústico milonguero. La melodía de voz, circular, se deja llevar: “Viajar, viajar, viajar, / rodar, rodar, rodar. / Girando en espiral / hay que / llegar, armar, tocar”. El músico acota que también le podría haber agregado el verbo mutar, ya que la letra fue cambiando mucho, “hasta que quedó perfecta”, se grabó así y listo. Además, hace énfasis en que el disco tiene ciertos permisos, gracias a su trabajo en la producción, y empieza a hablar de ese rol en tercera persona: “El productor era un loco muy art, con pelo largo, con un caño, y cuando los músicos se ponían tensos y decían que el estribillo debería decir algo les contestaba: ‘No, loco, así está fenómeno’”. Por eso el estribillo es un melodioso “oh oh oh” sin letra.

La tranquilidad y calma de la canción, esa cosa cañera que irradia, es contraria a la actividad a la que está dedicada. “Llegar, armar y tocar es un estrés”, cuenta Nasser. “Es como hacer equilibrio sin red. Llega un momento en que te entregás, porque si te ponés tenso y horrible... A veces vas temprano a probar y después pasa algo y no está igual, porque es un lugar al aire libre o alguien tocó la mesa. Tampoco son condiciones de trabajo de primer mundo, hay un tercermundismo muy interesante en eso”, dice.

2 - “La enredadera”

Nasser nació en 1956. Cuando aterrizaba en la pubertad vivió en el barrio Bella Vista, a dos cuadras de un club de bochas en el que paraban los funcionarios del ferrocarril. Vivía en una casa con fondo, pero de esos “de barrio de gente obrera”, tirando a tristes, con inquietos animales que no eran mascotas sino de granja, de los que luego terminaban servidos en un plato. Entre otras cosas, el fondo del hogar de los Nasser estaba adornado por una enredadera. “La enredadera, / voraz y espesa, / le comió al mundo / su gris tristeza”, dicen los primeros versos de “La enredadera”, un pop-rock que tiene una milonga agazapada, una mezcla que lo hace sentir en su cancha. “Acá juego de local”, acota, y se le escapa una de las tantas metáforas futboleras de la jornada.

“Tiene mucho que ver con mi niñez, una niñez analógica, sesentera. Fue feliz porque fue vintage, tomándome el tren. Descubrí que mi afición blusera está muy bien fundada porque solía viajar de polizón en un tren. Me subía en la estación Lorenzo Carnelli y me bajaba en Yatai. Eso era a finales de los 60 y comienzos de los 70. Me tiraba antes de que me agarrara el inspector. Eran aventuras de niño, como meterse en los terrenos de AFE, donde estaban los pedazos de viejos vagones, una cosa bastante novelera pero real”, dice.

3 - “Plaza de las penas”

“En la plaza de las penas / siempre hay un banco vacío, / está esperando que llegue / un corazón como el mío”, canta Nasser en este reggae bien swinguero y acústico, cantado con total naturalidad y soltura –hasta se permite lanzar algunos clásicos modismos del género made in Jamaica–, que le encantó al productor cañero. El músico lo define como un “reggae criollo” y cuenta que nunca fue mucho del reggae “pos Mano Negra”. “Soy de Bob Marley, y después de The Police y de cinco o diez cuadras más para allá, pero esto también es como una rumba lenta, porque yo me entregué a eso. Es lo bueno de la diversidad de nuestra música mestiza”, dice.

Níquel estaba invitada a tocar en el famoso espectáculo que Mano Negra dio en la Estación Central de AFE en 1992, que sirvió para evangelizar a varios músicos uruguayos, pero Nasser y los suyos no quisieron participar. “Lo considerábamos una herejía, un atentado al rock; equivalía a romper relaciones con Pappo. Eran esas cosas de tribu de la época, pero desde que fui solista evolucioné. Fue lo primero que hice y fui feliz”, agrega.

4 - “Descartes”

El laissez faire que domina al disco tiene su declaración de principios en “Descartes”, una cabalgata rockera y country en la que Nasser arranca avisando que ya no va a dudar porque ya lo hizo demasiado. “Dejalo así, como venga”, acota mientras escucha la canción, y así le dio naturalidad al disco también en su forma de cantar, en la que se dejó llevar para hacerlo como él mismo. “Ahora me pongo delante de un micrófono, trato de cantar como Nasser y me sale. Podría tratar de esquivarlo, pero me di cuenta de que desde la época de Níquel yo realmente cantaba como Nasser, con mucha afectación personal”, dice.

Si bien el músico sacó un disco solista incluso antes de armar Níquel (Era el mismo, de 1985, producido por Jaime Roos), se cortó solo oficialmente luego de la disolución de su banda, en 2001, con el disco Efectos personales, en el que empezó a volcar su torrente obsesión milonguera. El músico dice que desde esa época se fue convirtiendo en un cantante más “todo terreno, perfectirijillo en la dicción”, pero eso lo llevó para un lugar en el que sintió que se había “despersonalizado” un poco. “Pero en este disco canté de una forma que no me importó un carajo que saliera la misma voz de antes. Fue divertido reencontrarme vocalmente conmigo mismo”, cuenta.

5 - “Linda milonga”

En 2008 Nasser grabó un disco de dúos en el que compartió voz con medio mundo, pero no con Malena Muyala, a quien describe como “una amiga del alma”, que tiene mucho que ver con él. “Si conocés a Malena, por su trayectoria y como ser humano, vas a ver que tiene muchos puntos en común conmigo: cuentapropista, zigzagueante, artísticamente difícil de encasillar”, señala. Fue así que se mandaron “Linda milonga”. “Grabamos todo junto, pusimos unos micrófonos y empezamos, como si fuera una toma más bien de documental. En general la microfonía del disco es así, de documental”, explica.

6 - “Confesiones de Cupido”

“Él a veces me cuenta / que le da una pereza / pasarse todo el día / con el arco y la flecha”, canta Nasser en la primera estrofa de “Confesiones de Cupido”, una canción que le llegó toda junta en el fondo de la casa de su madre en Salinas, donde hay una especie de vergel rodeado de pajaritos. Cazó la canción como flechando al mismísimo Cupido y le sirvió para reflexionar que ese personaje mitológico tiene un laburo “bastante ingrato”. “Debe llegar un momento en el que Cupido se hincha las pelotas. Yo nunca vi que los ángeles laburaran; siempre están volando, pero este tiene que tirar flechas y todo eso”, señala. Y, ya que estamos con confesiones, Nasser reconoce que Cupido le tiró “unos cuantos flechazos”. “Algunos dieron en el blanco, pero la mayoría no llegaron a destino”, agrega.

7 - “Dejala ahí”

Empieza a sonar esta canción y Nasser siente como un impulso. Toma su guitarra de 12 cuerdas y toca al unísono con “Dejala ahí”. Re, Mi, Re, Mi, y así. Acordes simples, una progresión de toda la vida y de antes también. Entusiasmado, casi como un nene chico en un cumpleaños con muchos globos y sorpresitas, dice que podría ser una canción de Níquel y agrega: “Esto está bueno, no me importa que sea mía. Esa es la magia: que es Re y Mi, pero están puestos de una forma que me sorprendió”. Para de tocar, sigue y destaca la parte B del tema, que a su parecer tiene los versos más lindos del disco. No sabe por qué pero le gustan, lo ponen del lado de la hinchada de su música. “La clase de amor / que hará tambalear / a mi Otelo. / La clase de amor, / la mejor, / cualquier clase de amor”.

8 - “Existencial”

Nasser deja la guitarra, se relaja y se deja caer sobre el respaldo de la silla. “Momento cultural”, dice mientras suena “Existencial”, una milonga a puras guitarras criollas –la de él y las de nada menos que Toto y Carlos Méndez–. “Es una milonga cósmica, porque armónicamente se va a la mierda, tipo Eduardo Mateo. Tiene acordes que no son de milonga; podría ser una armonía de Django Reinhardt, del jazz de los 20”, acota. La letra va al grano: “Ya sé que te gusta mentir, / ya sé que te gusta que mienta. / No hay tiempo para repetir / lo que nos tienta”. El músico confiesa que está dedicada a un interlocutor real, pero no puede revelar quién es, y agrega que ni siquiera tiene gracia decir el sexo. “Es andrógino”, larga.

Con el tema de la armonía sí se explaya. Cuenta que estudió con el argentino Horacio Moscovici, aunque nunca lo aplicó mucho, pero le sirve para “analizar el partido después de jugado”. En el país vecino también supo aprender canto, pero no cualquiera sino lírico, con una profesora que lo quiso convencer de que se metiera en la música clásica. Recuerda: “Me hizo experimentar lo que siente un cantante lírico, que es algo orgásmico. Emitir la voz como en la música lírica es lo más parecido a un orgasmo que he experimentado, junto con drogarse, pero yo quería hacer lo contrario, quería hacer lo que la tipa me decía que por favor no hiciera. Pero fue una experiencia increíble que haya logrado sacar eso de mí, porque fui, y soy, un tipo muy tosco”.

9 - “Duendes del corralón”

“Ecos del tiempo de antes, / duendes del corralón, / de mañana candombe, / de tarde milongón”, canta Nasser en esta canción cultivada en coautoría con Martín Buscaglia. “Me salió un candombe, y fue buenísimo porque siempre fui candombero. Mi primer disco es de candombe, y mi canción más exitosa se llama ‘Candombe de la aduana’”, agrega. Pero cabe preguntarle si aquella famosa canción es realmente un candombe. El músico asegura que sí, pero que lo “plancharon” en plan balada para que fuera “más urbano y menos pintoresquista”. Entonces, otra vez, agarra la guitarra y toca el máximo himno que parió con Níquel, en un estilo pornográficamente candombero. Suena bien, pero Nasser, sin atisbos de rubor, dice que así es “horrible”.

10 - “La ley del mar”

“Una power ballad a full, el corcel blanco de Led Zeppelin, esa cosa medio medieval. Esta también podría haber sido una canción de Níquel”, dice Nasser apenas arrancan los arpegios melodiosos que modulan las guitarras de “La ley del mar”. La canción levanta de a poco hasta que ostenta un subidón lírico –interpretado por el coro Rapsodia– que al músico le hace acordar a U2. Estuvo 12 años para terminar la letra, porque no encontraba el verbo concreto para pintar qué es lo que hace el temporal con la rambla. Pero una noche que venía de Buenos Aires lo fueron a buscar y adentro del auto le apareció. “¡Baldear!”, le dijo al chofer, que no entendía nada. “El temporal / baldeó su furia en la rambla. / Y en el final / las luces quietas del alba / despertarán / a la ciudad de la calma. / Y encubrirán / la soledad de las almas”.

Bonus track: “Parque Saroldi”

“Quedé contento de hacer un tema futbolero que no sea murga, porque ya es un lugar común”, dice Nasser mientras suena la última canción del disco, que viene de yapa. Cuenta que le suelen encantar las canciones murgueras de los equipos de fútbol, pero cuando escucha los relatos y suena la del cuadro de turno le parecen casi todas iguales, excepto la de su cuadro, claro, que “justo está buena”. “Qué bomba, señores, / qué bomba que es Rive Plate, / jugando la globa / siempre cortita y al pie”, versa la murga-canción de su cuadro. Pero subraya que “Parque Saroldi” ni siquiera es una canción dedicada a River Plate sino a su cancha y, por metonimia, a todos los cuadros chicos que pasan por ahí. “También a la familia que va al fútbol, porque el Saroldi es un símbolo de paz dentro del fútbol”, dice.

Nasser ya sabe lo que es escribir una canción dedicada al deporte rey. El último disco de Níquel, Prueba viviente (2000), cierra con “Futbolero de ley”, un tema que compuso por encargo para que fuera cortina del programa Pasión, de Tenfield. Sí, aquella que dice “una pasión, la más hermosa, la más loca pasión”. El músico dice que la intelligentsia casi lo mata por hacer ese candombe rock. “Pero es como siempre: después somos todos campeones, alguien tenía que hacerlo”, acota.

Llegar, armar, tocar termina de sonar en la casa de Nasser, que suelta la guitarra y la deja descansar. Cuando el silencio invade su refugio, queda mirar lo que lo adorna. Hay un banderín de su querido River, de esos que tienen pinta de ser más viejos que los viajes en tren como polizón. También hay una foto del Nasser de pelo largo cubierto por un sombrero tipo cowboy, de cuando hacía “militancia milonguera”, dice, y cuenta qué le pasa en el instante en que mira la foto: “Fue de cuando traté de hacer algo que se notara. Era una persona que venía del rock, que tocaba folclore e intentaba modernizarlo, incluso a través de mi imagen, pero no estoy tan lejos de ese tipo”.