Sin la presencia fuerte de un sello insignia como Esquizodelia que reúna a todas las bandas, la escena independiente local continúa creando, mientras se asientan cruces entre integrantes de distintos grupos y colaboraciones de todo tipo. Con una mayor experimentación tanto dentro como fuera del formato canción y una búsqueda sonora más amplia, en los últimos meses se han editado tres discos que demuestran que se mantiene vital y fresca.
Una sombra en la razón
Lo primero que llama la atención en Xum, el nuevo disco de Mux, es la impecable producción. Cada instrumento se distingue a la perfección y en varios tracks de suman de a poco creando intrincadas capas sonoras. Queda claro que detrás está la experiencia de Fabrizio Rossi –voz y teclados– en el rol de productor de varios discos locales, su perfeccionismo y detallismo en el estudio.
A diferencia del disco anterior, en el que predominaba un tono melancólico, aquí destaca el pulso bailable y un mayor acercamiento al pop, que sintoniza con la energía, la potencia y el clima festivo que se experimenta en sus shows.
En Xum hay un mayor uso de arreglos vocales complejos, la voz grave y metálica de Rossi amplía su registro y también se percibe más suelta: a veces suena acompañada por los instrumentos y otras veces parece deambular libremente por la canción.
Los temas se componen de varias partes, el estribillo no siempre predomina y se percibe como un recorrido que atraviesa distintos paisajes. Algo similar sucede entre una canción y otra, unidas por fragmentos de diálogo, que en muchos casos se continúan como si todo formara parte de un largo trance.
Las letras siguen la misma línea, con referencias a lugares, idas, venidas y carreteras en un lenguaje misterioso ya característico de la banda, que actúa más como un estímulo para los sentidos y evita las referencias concretas.
Ahora el plano analógico queda más rezagado, los teclados toman protagonismo y se intensifica la experimentación con el glitch. Sin excesos, hay lugar para sonidos estridentes: desde momentos en los que uno se siente atravesando pantallas en un videojuego, hasta otros en los que parece que todos los electrodomésticos de la casa hubiesen empezado a fallar. Todo parece calculado y los sonidos encajan como piezas de un puzle. Esa multiplicidad de instrumentos que aparecen y desaparecen en el recorrido de la canción sedimenta hasta generar una sensación de espacio distorsionado, como si el aire fuera más denso, algo que ya caracterizaba a producciones anteriores, pero que aquí se perfecciona.
“Trompeter”, la canción que describe el proceso creativo de la banda, resume ese aspecto más cerebral y autorreflexivo que ya se había manifestado en canciones como “Los próximos años” (de su primer LP), en la que cantaban que “en algún lugar alguien está imaginando la música que vamos a escuchar los próximos años”. Todo esto está presente en Mux, pero sin abandonar el costado divertido y pop: música nerd para bailar.
Entre la furia y la calma
Una de las bandas insignia del indie local, que sólo cosechó elogios en su debut, vuelve con un álbum que ya no apunta tanto al pop pegadizo y se vuelca más a un tono introspectivo, con canciones que se alargan en pequeñas sutilezas sonoras. En el nuevo disco de Alucinaciones de Familia sigue habiendo letras cargadas de detallismo y belleza, mientras que el aspecto instrumental apunta más hacia la creación de climas.
“Insulina”, tema con un estribillo que se repite como mantra mientras de a poco aumenta la intensidad del ruido y la rabia, es la encargada de abrir el disco. Y esa alternancia entre el sonido más melódico con momentos en los que prima el noise es una insignia de este nuevo material, que cuenta con varios momentos puramente instrumentales, que suenan libres y anárquicos. El amor, el desamor y las relaciones en general, con sus cercanías y sus distancias, sobrevuelan todo el disco. “Los crímenes” –tal vez la mejor, una canción despojada y melancólica en la que prevalece lo acústico– es el ejemplo perfecto. Su contracara, más esperanzadora, podría ser “Barcos en el cuarto”, un tema pop que remite al primer disco, con una melodía pegadiza, detalles percusivos y esas letras agridulces ya típicas de la banda, en la que los defectos se describen de tal forma que parecen hermosos.
En Alucinaciones en familia –el disco es homónimo, al igual que el primero– siguen primando las canciones sensibles y bien construidas, con nuevos e inesperados detalles sonoros, y una variedad tímbrica que deja en claro que se trata de una banda amplia, que cada vez suena más ajustada tanto en el estudio como en vivo.
Contra la ley de gravedad
Con un mayor foco en lo instrumental, ya sin tanto apoyo en una melodía potente o un estribillo que estalla, en Para siempre Julen y La Gente Sola asume un tono más relajado que en su disco debut. Aquí, las canciones se construyen de a poco, con lugar para largos pasajes instrumentales y destaque para el sonido de la batería y el bajo.
Ahora parece haber un mayor trabajo de banda y aportes desde cada instrumento, en un disco que ya no suena marcado por la urgencia de un chico por gritar sus sentimientos al mundo. En parte, este cambio se puede deber a la incorporación –en la mitad del proceso de grabación– de integrantes de Holocausto Vegetal, una banda más cercana al pospunk y la creación de atmósferas.
Las letras también toman otros matices. Con su primer disco la banda generó una inmediata identificación en un público joven, que recién dejaba la adolescencia atrás y coreaba con emoción sus canciones sobre jugar al play, bailar frente a su gata o soñar con ser un delivery. Temas simples pero contundentes, con un tono entre cotidiano y gracioso, en los que asomaba una perspectiva un tanto naíf. Detrás de esa aparente sencillez ocultaban reflexiones honestas y lúcidas, en las que se exponían sentimientos incómodos que, de alguna manera, condensaron cierto malestar de esa “juventud perdida” a la que por momentos se referían. Ahora se adivina cierta madurez: hay un lenguaje más metafórico, rebosante de referencias al cosmos y los viajes espaciales. Si en su álbum debut el hilo conductor parecía ser una relación amorosa, acá prima la imagen del renacer con la compañía de un otro salvador.
Un ejemplo claro es “20.000 kilómetros”, un tema con un cierre épico y hermoso, en el que Federico Morosini –vocalista y principal compositor– habla sobre ponerle fin a la “temporada del miedo”, mientras se afirma como nunca en sus palabras y canta: “Ahora ya sé todo lo que quiero”.