Esta vez lo que sonaba entre los pases mágicos de la pelota naranja, una noche cualquiera de básquetbol de la NBA en una pantalla de 14 pulgadas –con relatos pegajosos de español neutro y colores saturados viajando desde Atlanta hasta un living de techo bajo en Montevideo–, no era MC Hammer con su clásico noventero “U Can’t Touch This”, ni tampoco Travis Scott, el “Jump Around” de House of Pain, Kanye West, Migos, Drake o Cypress Hill.
Esta vez el DJ encargado de musicalizar la aventura deportiva en lo más alto del estadio apretaba next en su playlist para dar paso a “Fuego”, un track funkero de Santi Mostaffa, el rapero uruguayo que días después, en mayo de 2015, sería elegido por la prestigiosa cadena de deportes ESPN como el artista del mes. “Escuché tu tema y piré, ¡Uruguay nomá!”, recuerda que alguien le escribió después de esa noche. Luego vendrían otras similares, no menos impactantes. Sus canciones comenzaron a sonar en las bandas de sonido de series como Fear The Walking Dead, Lucifer y Bloodline, mientras que revistas como Billboard recomendaban a sus especializados lectores parar la oreja en la obra de este rapero latinoamericano.
Cuatro años después Santi camina por Tristán Narvaja y prepara la presentación oficial de Escapismo, su nuevo disco, con la misma parsimonia y misterio de siempre, la de sus días de esquina apoyando las fechas de sus colegas con unos pocos, la del encuentro en la Plaza de los Bomberos. Siempre reflexivo y silencioso, elige las palabras con todo el tiempo que sea necesario para expresarlas con claridad.
Le propongo algunos bares clásicos para la entrevista, y mientras caminamos hacia Cordón repara en una tienda de pinturas para grafitis que ya conoce y, sin dudarlo, se instala con gusto en una de las largas y coquetas mesas de madera rústica. Los dueños lo saludan de inmediato con afecto y notorio respeto. También para ellos es uno de los referentes del hip hop uruguayo, de trayectoria sólida y altamente valorada. Santi los felicita por el nuevo emprendimiento, y de inmediato estamos como en su casa.
¿Cómo te metiste en la movida del rap uruguayo?
De adolescente yo vivía en La Mondiola. Ahí cerca estaba el skatepark del Puertito del Buceo. En ese lugar nos juntábamos los lobos solitarios a los que no nos gustaban la cumbia, las fiestas de 15 y no sé qué, que sentíamos que éramos como más alternativos. Había mucho rock, mucho hip hop. Mis primeros freestyles fueron por ahí. Además, yo caminaba bastante. Cerca de la Seccional 10ª y el Club Bohemios me hice muy amigo de unos raperos que vivían por ahí. Mis primeros porros me los fumé ahí. Teníamos un grupo que se llamaba Los Tres Orientales, con Marcelo y con Federico; el Efe Amaro sigue rapeando. Y después había otra gente. Había varios músicos, como DJ Tinitus.
¿Y cómo se daba la conexión?
En esa época me presentaban gente con “bo, este también rapea” o “este hace beats”, y ya con eso conectabas. Ahora no dice tanto de una persona porque hay mucha más gente rapeando, pero en aquel momento con eso ya tenías conversación: “¿qué escuchás?”, “ah, ¿y vos tenés algo grabado?, ¿me mostrás?”. Había mucho de eso por los años 2002, 2003, por ahí. Con este grupo que se llama Los Tres Orientales nos empezamos a juntar por ahí. Tinitus me propuso hacerme unos beats, y después me dijo “yo conozco a estos que también rapean”, y lo primero que empezamos a hacer fue juntarnos en la casa de Marcelo a tirar freestyle y practicar sin mucho proyecto, digamos.
¿Y vos cómo empezaste a escuchar rap? ¿Te compraban, te prestaban discos?
Mi hermano fue el primero que me mostró algo. Una vez trajo un disco de Control Machete, que no sé quién se lo prestó, y un tiempo después trajo uno de Redman, el Muddy Waters. Imaginate.
Re funkero.
Sí, además para acá era un rareza. Y una Navidad que pasamos juntos con unos primos que viven en Francia me regalaron un disco de The Fugees, The Score. Yo tenía 11 años, fue en 1996. Discazo. Después una amiga de mi hermano me prestó Aquemini, de Outkast. Todos estos discos que te nombré los escuché mucho y fui muy fan, pero de este especialmente. Y Outkast es una banda que siempre me gustó. Después Illya Kuryaki and The Valderramas, y también fui muy fan de Eminem. Me llegué a pintar el pelo.
Contame esa.
Tenía un visera también; curtía viserita y pelo rubio.
¿Con qué te pintaste?
Había un paquetito con un polvo decolorante; lo mezclabas con agua oxigenada, lo dejabas cinco minutos y le dabas con un pincelito. Te lo dejabas una hora. A mí, que soy medio morocho, me quedaba medio naranja, nunca lograba el color de Eminem.
Ahora que nombrás a Outkast, parece una influencia siempre presente en tus melodías, en los ritmos que te gusta usar y en la velocidad de algunos tracks en particular.
Para mí siempre fue una influencia. Desde el comienzo, cuando empecé en la movida del rap, había otros que estaban más atentos al rap de España, y a mí me gustaban más cosas como Outkast. Encontraba que había diferencias en la musicalidad. Por más que yo hacía los beats con Fruity Loops y que estudié canto, aunque mucho después, siempre me pareció que en lo que yo hacía tenía que haber algo melódico y algunos recursos más interesantes, más allá del machaque de las palabras y cinco minutos de barras sin parar. Siempre me gustó buscar una vuelta de tuerca más musical.
Así que vos mismo hiciste tus primeros beats.
Cuando empecé me pasaba que a veces no conseguía, o no encontraba exactamente lo que quería. Entonces dije “ta, si nadie me los va a pasar, los voy a hacer yo”. Por suerte fue bastante fácil. Bajé el Fruity Loops, y era buscar colecciones de kits de batería y darle.
La primera vez que te vi actuar, en 2007, fue en una de las competencias de freestyle Payadores Urbanos. ¿Cómo te fuiste acostumbrando a subirte a un escenario, a competir, a mostrar lo que hacías frente al público?
Siempre me dio bastante vergüenza el tema de las batallas, nunca fue donde más cómodo me sentí, pero en aquel momento me pareció una cosa novedosa que estaban haciendo los raperos. Había amigos que estaban en la misma y donde hubiera algo de rap me gustaba participar, pero después me concentré más en hacer canciones. A muchos nos incomodaba el tema de batallar, porque estábamos acostumbrados a ser pocos y queríamos estar unidos. La competencia hoy es muy diferente; hay una noción de deportividad que en aquella época todavía era muy nueva.
En esa competencia después fuiste jurado. ¿De qué raperos te acordás?
Estaba el Erre Loco, que era un adelantado. Tiraba freestyles como se tiraron freestyles diez años después. Llegué a pasarle unos beats; nunca concretamos nada, pero tengo un gran recuerdo de él. Después el Nico Birriel estaba zarpado; el Marce, de Contra las Cuerdas, era otro que rapeaba como venido del futuro; el Billy, también de Contra las Cuerdas; y Emisario, que en aquel momento le decíamos Zorro. Para mí ellos eran referentes. Después vinieron el Mati Maldonado, el Camilo de Solymar. Esa fue la primera vez que nos dimos cuenta de que en Solymar estaba lleno de freestyle.
Maldonado también era un punto de referencia, ¿no?
Claro, ahí apareció el Mati, y después apareció un montón de gente de Maldonado, y ahora hay raperos en todos el país. Pero Costa de Oro, sobre todo Solymar, y Maldonado son como dos polos que desde esa época son importantes.
¿Qué pensás que pasó para que el rap en Uruguay creciera tanto y tan rápido en los últimos tiempos? Durante muchos años fue un movimiento pequeño, con algunas promesas aisladas.
Ese cambio fue hace como dos o tres años. Hay una cuestión de moda en el mundo, pero además de eso hay raperos uruguayos que ya son grandes, tienen familia, y somos toda una generación que hicimos cosas. Seguro que hay gente de mi edad que me escuchaba a mí hace diez años y crio a sus hijos escuchando nuestra música y no escuchando a La Tabaré. Ahí hay algo simbólico, y hubo un recambio de generación. Pero también, ponele, hay creativos de publicidad que se criaron escuchando rap y cuando se ponen a trabajar usan rap, o la estética del hip hop, y eso después se ve en las publicidades, y al mismo tiempo eso que sale por la tele hace que juntarte a hacer freestyle ya no sea algo tan raro; ya no está mal visto, no es aquello de una esquina oscura de gente fumando porro. Ahora hay competencias de rap de botijas de 11 años que son en la puerta de la escuela.
Una de las características del nuevo movimiento de hip hop en Uruguay es la aparición de muchas raperas, que antes no tenían tanta visibilidad o no eran tantas como ahora. ¿A quiénes destacarías?
Bueno, a Vicky Style. Tal vez muchos no lo sepan, pero ella rapea hace añares, más o menos igual que yo. Eli Almic, Kira anda muy bien, las Se Armó Kokoa, cualquiera de ellas, Valencia, Euge, Fabi, tienen mucho material solista muy bueno, Clipper también hace rato que está en la vuelta y está sacando cada vez mejores videos y canciones. Y después hay freestylers como Mala Praxis, Parca o Kaia, que participó en BudXStudio [un programa de televisión que presenta un concurso de rap que se emite en Canal 10], todas muy buenas.
Desde principios de los 90 hasta no hace mucho aparecieron y desaparecieron muy buenos raperos, proyectos, grupos. Esa fue la constante del movimiento, hasta que la cosa cambió. ¿A vos qué fue lo que te mantuvo haciendo música durante tanto tiempo?
Hubo algo de estar viendo hasta dónde se puede llegar. De “vamos a hacer un poquito más y un poquito más”. Para mí escribir siempre fue muy terapéutico, y grabar música como un espejo donde me veía muy saludable. Mi padre era, a veces, de pocas palabras, de pocos halagos. Yo siempre le mostraba lo que hacía o lo que escuchaba y siempre me decía que no le gustaba, hasta que una vez le mostré una grabación que hice y me dijo “me gustó mucho”. Eso me marcó. A mí también me gustaba cocinar; si me hubiera halagado mi comida capaz que hoy era cocinero. Eso me dio cierta paz. Y últimamente también me pasó que estuve bastante cerca de no hacer más música. Logré hacer algo de dinero y ahí pensé: “Evidentemente hay una chispa que tengo y estoy encontrando, y no es algo que lo pueda descartar tan rápidamente”. Y después pasó lo de Logan [su tema “Las mil y una noches” es parte de la banda de sonido de la película de 2017] y otro par de canciones en series, y se me abrieron puertas en Estados Unidos y posibilidades de editar en otros países. Ahí dije: “Voy a tratar de trabajar mi ego si tengo alguna inseguridad, porque acá también hay una chance laboral”; eso que escuchás tantas veces de colegas de “cómo me gustaría vivir de la música”, y ta, yo lo tengo ahí.
Este año estuviste en Estados Unidos, la cuna del rap, el sueño de muchos de los amantes del género.
Sí, estuve dos meses y medio en San Francisco. Fue un viaje largo. Mi sello me propuso ir para allá a tocar y grabar.
¿Con qué te quedás de ese viaje?
Conocí la ciudad, conocí el Bay Area y viví en una ciudad bien chiquita que se llama Lafayette. Grabé con unos productores muy zarpados, como Happy Sanchez, que es legendario en San Francisco. Trabajó con un grupo de ska que se llama Los Mocosos, con Hip Spanic Allstars y con Tower of Power, un grupo de músicos de Santana. Con él grabamos unos funks y uno de esos temas lo grabamos con Karl Perazzo, uno de los percusionistas de Santana, lo que para mí fue como… Son círculos raros de gente, raros en el buen sentido. No todos los días te podés cruzar con alguien así. Después también grabé con Max Perry, que produjo a Berner, B-Real, Snoop Dogg, Wiz Khalifa, entre muchísimos raperos.
¿Descubriste algo diferente en su forma de trabajo? ¿Hay algo que ellos hacen de otra manera?
Yo grabé en ambientes muy distendidos. Eran muy exigentes a la hora de grabar, en lo técnico. Por ejemplo, desarrollé un oído muy fino en relación al ritmo de las sílabas de los apoyos [las pistas que se suman a la pista principal para enfatizar ciertas palabras o sílabas], y allá creo que a eso lo perfeccioné. No da lo mismo que la sílaba entre más o menos; el apoyo tiene que ir igual a como lo hiciste en la pista principal, y si bien a todo lo podés editar, los tipos me exigían en cada toma. Te decían: “Hacelo mejor, el tono, hacelo mejor”. Y otra y otra. En ese sentido eran muy exigentes. Después se puede corregir todo, pero era como que te decían: “Precisamos que haya un talento, no da todo lo mismo”. Igual, por otro lado nunca tenían miedo de decirte: “Te dejo el beat sonando y hacé lo que quieras” y se iban a la cocina, a tomar algo, a fumar un porro y mirar tele. Vos te quedabas ahí, solo. Al principio yo no entendía mucho, hasta que me di cuenta de que eso no tenía nada de casual. Era como que su parte es grabarte, sacar el mejor sonido, hacer el beat, y mi parte es escribir. O sea, ponete a escribir. Y lo otro es que con sus trayectorias, fama, lo que quieras, son tipos muy sencillos en el trato.
Uno de los temas que más me gustan de Escapismo es “El abrazo”. ¿Cómo te decidiste a mostrar algo tan tuyo?
Tengo sentimientos encontrados con la decisión. La música ocupa un lugar en mi vida que, gracias a Dios, es bastante laboral por momentos, pero también es muy catártico. Me pasaba que estaba haciendo temas, intercambiando beats con el productor, de tantos bpm, más clásico, más moderno, y en un momento me pregunté: “¿Qué estoy haciendo? ¿Qué disco quiero hacer?”. A esa letra la había escrito hacía un par de años. Para quien no escuchó la canción, me hermano falleció víctima de un suicidio. Creo que cualquiera que pase por algo así queda como atravesado, con muchas preguntas, con mucha bronca, con nosotros mismos, con la persona que se murió, con lo que tenés alrededor, y bueno, me salió esa letra. En la vorágine de completar un disco, de cumplir con fechas, con esto, lo otro, recordar que tenía eso escrito y poder darle lugar a ese dolor de mi vida en este disco fue muy sanador. Pila de gente me dijo “bo, yo también sobreviví a esto”, o “tengo un familiar que...”.
Y conectaste.
Sí, y me di cuenta de que está salado y es más común de lo que pensamos, y no decimos nada. Son unos dolores del alma muy grandes, y a veces nos los guardamos. Pero me sentí muy bien, contento de haber podido usar la música y la palabra con un fin terapéutico para mí, y de que además también les puedan servir a otras personas.
Santi Mostaffa presenta Escapismo en la sala Hugo Balzo del Auditorio Adela Reta (Andes y Mercedes) el jueves a las 21.00. $ 350 en Tickantel y en la boletería de la sala.