La nueva novela de Horacio Cavallo no sorprende, sino que más bien viene a comprobar la consolidación del autor como una voz interesante y singular en la literatura infantil y juvenil uruguaya. Con la marmita inagotable de los cuentos de hadas como fuente, construye una historia deliciosa en la que el humor es protagonista.
La historia se teje en torno a un puñado de personajes que se distancian de lo que se espera de ellos: la princesa Lala es una niña robusta y salvaje de enorme poder destructivo cuando se enoja o estresa; el rey Juan está aquejado por una inexorable tendencia a la mala suerte que siembra la desgracia y la incertidumbre a su alrededor, que, a su vez, lo confinan a la soledad; Tronko es un ogro del tamaño de un duende, por lo que es el hazmerreír tanto para sus congéneres gigantes como para los pequeños habitantes del bosque. Los padres de Lala están separados desde que ella es pequeña, y el ogrito es el enviado de Juan para entregarle regalos y mensajes, pero la mala suerte de su amigo hace fracasar todos sus planes. O casi todos: la historia comienza cuando, por fin, Tronko consigue comunicarse con Lala. Pero eso no está exento de complicaciones: la gata de la niña, Mifús, debido a la impresión que le causa el ogro, queda paralizada. Por esta razón, niña y ogro emprenden un viaje para salvarle la vida a la mascota –y para que padre e hija se encuentren–.
La acción transcurre en el tiempo legendario de los cuentos de hadas, en el reino de Lochin. No obstante, se apela constantemente al presente y a personajes históricos que nada o poco tienen que ver con las historias de princesas. En ese sentido, se homenajea a Leonardo da Vinci, un amigo del rey con el que en otros tiempos trabajaron en la creación de una máquina para viajar en el tiempo. Es que en Una princesa salvaje, un gato espantado y un ogro diminuto el tiempo es protagonista: todos los personajes aluden a un futuro que en algún momento habitaron y se mueven entre referencias que los acercan al presente del lector. El recurso a la anacronía es tanto fuente de humor como de deconstrucción del esquema típico del cuento de hadas: desde un primer momento, al leer la novela, el lector se ve inmerso en un juego entre el presente y un pasado legendario e indeterminado; en ese ir y venir radica parte del humor, además de la posibilidad de identificación con la protagonista y las situaciones que atraviesa.
Por otra parte, como es habitual en los libros de Cavallo, el trabajo minucioso con la materia lingüística es una constante que se adivina como una dedicación al mismo tiempo gozosa y rigurosa. Neologismos, una adjetivación cuidadosa, juegos de palabras, citas, un sapo que habla diversas variedades de español, un patrón rítmico de comparaciones cuando Lala, al conocer al pequeño ogro, se refiere a él como “el ogro del tamaño de…”, hasta que, por fin, conoce su nombre.
La narración es puesta en boca de tres puntos de vista diversos: el del ogro, el de la princesa y el de su padre (aunque los capítulos contados por este son sólo tres), que amalgaman la historia al tiempo que se construyen como personajes y dan su visión extrañada y progresivamente más cercana de sus compañeros de aventura. Niña y ogro funcionan a la perfección como equipo, en la medida en que cada uno reconoce lo que puede aportar y lo que puede esperar del otro: tras páginas de vicisitudes compartidas, Tronko es para Lala “mi ogrito compinche”.
Esta es, mal que le pese a Lala, una historia de final feliz; un final feliz posible en el que los padres siguen estando separados y la vida transcurre en armonía y sin máquina para viajar en el tiempo. Un final feliz en el que la princesa concluye que es “mejor pensar en el presente”.
Con ilustraciones muy adecuadas de Claudia Prezioso, que ponen en imágenes el tono de la novela, Una princesa salvaje, un gato espantado y un ogro diminuto es una invitación a abrir las puertas de la imaginación y a dejarse llevar por una historia deliciosa, a fuerza de asombro y, seguramente, unas cuantas carcajadas.
Ficha: Una princesa salvaje, un gato espantado y un ogro diminuto, de Horacio Cavallo, ilustrado por Claudia Prezioso. Alfaguara, 2019. $ 360.